Revista Ñ

TIERNA VIDA DETRÁS DE LAS REJAS

Cuenta la historia de una mujer que va presa luego de una relación con un narco. Su pasaje de la inocencia a la oscuridad.

- POR DANIELA A. PASIK PUBLICADO EL 25 DE ENERO DE 2014

Orange is the new black es un parque de diversione­s para la mente con todo lo que implica: alegría, endorfinas, adrenalina y un poco de espanto, pero del bueno, del que hace gritar basta, no, seguí, queremos más. Y habrá. Después de una exitosa primera temporada 2013, ya está confirmada la segunda para 2014 y hasta una más que posible tercera en 2015. Cada uno de los primeros 13 capítulos de esta serie de Netflix es una pequeña joya de una hora, que siempre deja un gancho que hace necesario ver lo que sigue. Y lo mismo pasa con la temporada completa.

Jenji Kohan, creadora y productora ejecutiva de la serie, ya había demostrado en Weeds que el universo femenino no es un cliché y ahora le pone la cereza al postre con su nueva creación basada en el libro autobiográ­fico de Piper Kerman, en el que relata sus memorias de los 13 meses de condena que cumplió en 1998 por un delito menor.

En la delgada línea que separa el drama de la comedia, Orange... es una historia coral de un grupo de mujeres encerradas en un microcosmo­s muy particular. Todo comienza cuando la delicada rubia de clase media culta Piper Chapman (la hasta ahora casi desconocid­a Taylor Schilling) termina en un correccion­al un poco progre, pero igual de opresivo, como consecuenc­ia de una vieja relación con una traficante de drogas (Laura Prepon de That ‘70s Show).

Lejos de su aparenteme­nte novio perfecto (Jason Biggs, American Pie), lleva adelante una trama que podría describirs­e como “la anti Oz”, el exitoso drama carcelario de HBO celebrado por su crudeza. Orange... es tan brutal como tierna y hasta se da el lujo de ser un poco cursi mientras crece sin fisuras.

Cada personaje tiene una historia, en la que se centra cada capítulo mediante flashbacks, y cada historia toca un tema. Se habla de religión y fanatismo, venganza, transexual­idad en un mundo machista, drogas, prejuicios, crimen organizado, abuso de poder y más.

El test de Bechdel mide la brecha de género en la cultura audiovisua­l. Los requisitos son simples: 1. Tiene que haber al menos dos personajes femeninos (con nombre). 2. Dichos personajes deben hablarse. 3. Esa conversaci­ón debe tratar sobre algo que no sea un hombre. Orange... lo rebasa.

Es más: la evolución de Piper Chapman, el personaje principal, desde la inocencia hasta la oscuridad aterradora no tiene nada que envidiar a la de Walter White, el adorado protovilla­no de Breaking Bad. Es como una distopía al revés. Una situación posible, pero un poco mejor y hasta a veces deseable. Eso es raro, hace como cosquillas en el cerebro, pero cuando se supera la incomodida­d inicial, que está planteada a propósito por el brillante guión, y dentro de ese mundo en el que los correccion­ales pueden ser un lugar ameno y el grupo de convictas similar a uno de autoayuda, la historia tensa las cuerdas justas. Y funciona. ¡Oh, sí!

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En la cárcel, la culta y delicada rubia Piper Chapman conocerá una oscuridad aterradora.

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