Spregelburd se pasa de la raya
La terquedad. Fue estrenada en el reabierto Teatro Cervantes: su visión de la Guerra Civil española ilumina rasgos comunes de las derechas en Iberoamérica.
“Dios nos deja y se va. Se va para vivir en el lenguaje. Se va, para volver a ser palabra”. La frase se repite en la canción final de La terquedad, y nos deja en claro que en el medio de esas siete obras que conforman la desbordante Heptalogía de Hieronymus Bosch, Rafael Spregelburd no dibuja a Dios sino al Lenguaje.
La anécdota de fondo es un episodio verídico: un comisario falangista (interpretado por el propio autor) inventa una lengua artificial, convencido de que con ella será capaz de hermanar a todos los pueblos. Si bien el diccionario real es de los 70, Spregelburd traslada la contienda del cuadro de la Ira en la pintura de El Bosco a la turbulenta estrategia de refundación de los latifundios al final de la Guerra Civil española.
La escenografía giratoria es perfecta para una historia que se replica en tres para contarse. Una misma fracción de tiempo pero desde una nueva perspectiva que muestra a todos los personajes atravesados por conflictos pasionales, dentro de esas innumerables y simultáneas tramas en conflicto tan dignas de Spregelburd. Como con la obra de El Bosco, no es solo quién cuenta sino desde dónde se mira para completar.
–La base de todo pecado es la desmesura. Y esa desmesura es una característica de tu Heptalogía, por traslación, pecaminosa.
–Todas tienen alguna forma de desmesura. El pecado, dice Eduardo del Estal, es la exacerbación de un comportamiento humano completamente natural. Comer es completamente natural; comer demasiado es pecado. Entonces la pregunta es quién traza la raya. La raya, lo que llamamos la ley, crea el deseo. Una vez trazada la raya, sólo existe el deseo de violarla. Es imposible no pecar porque esa raya es móvil y el poder y las convenciones la van estableciendo a lo largo del tiempo según su conveniencia.
–¿Y en teatro quién traza la raya?
–Hay muchísimas rayas trazadas. Que una obra debe durar una hora, eso es una raya. No digo que hacer obras de tres horas sea más fácil o mejor, sino que alguien ha trazado un límite que es cuestionable.
–Las últimas piezas de la Heptalogía inauguran una forma de reflexionar sobre el lenguaje que perdura en las que vinieron después: esta obra habla directa y explícitamente sobre el lenguaje que está construyendo.
–Sí, la obsesión es siempre la misma: una obra construye una ficción y una ficción construye un lenguaje. Si yo digo que la obra crea lenguaje y habla sobre el lenguaje, entonces va a reflejar aspectos de sí misma que a mí me parecen conmovedores, porque va a devolver una imagen muy potente de cómo percibimos y entendemos el mundo, porque al mundo lo percibimos a través del lenguaje y no a través de las cosas. Y, como se dice en la obra, todas las palabras son trampas.