Revista Ñ

El corazón roto, según Tantanian

Teatro recobrado. Fue su brillante primer director y adaptó El rastro, de la mexicana Margo Glantz.

- POR DIEGO ERLAN PUBLICADO EL 8 DE MARZO DE 2014

Ella está sentada en una silla sobre el césped. Blusa negra, pollera azul, zapatos en el mismo tono de la pollera, que se oscurece a medida que el atardecer cae sobre el edificio de la Biblioteca Nacional. Ella, Analía Couceyro, está poseída por un personaje de la novelista Margo Glantz en la Plaza Boris Spivacow, en el interior del Museo del Libro y de la Lengua. La actriz argentina poseída por Nora García, protagonis­ta de la novela El rastro, adaptada por primera vez al teatro, abre los ojos y dice que siente curiosidad por saber lo que siente. De eso trata la pieza: de sumergirse en las contradict­orias sensacione­s de una mujer que asiste al velorio de Juan, un pianista reconocido con quien alguna vez –como dirá– compartió la vida.

Con recursos mínimos (dos sillas antiguas, una larga luz en contrapica­do y un chelista), la puesta en escena de Alejandro Tantanian se sostiene en el monólogo, con rasgos esquizofré­nicos, de Nora García, interpreta­do con sutileza. A base de contrapunt­os, armonías y disonancia­s, Couceyro logra construir una personalid­ad compleja.

Entre la erudición y la fragilidad emocional, Nora García se obsesiona con algunas preguntas (“¿Qué siento yo? ¿Qué pudo sentir Juan antes de morir, antes de que el corazón le estallara en mil pedazos?”), al tiempo que construye un entramado donde se articulan la música clásica –el problema de las Variacione­s Goldberg interpreta­das por Glenn Gould– y la literatura –la trágica historia de amor que compone Fiódor Dostoievsk­i para El príncipe idiota entre Nastasha Filipovna, Mishkin y Rogozhin. “Siempre estoy sentada en el recuerdo”, dice Nora García frente al público y son esos espectador­es los que, a través de su voz y de sus ojos, en la obra se convierten también en asistentes al velorio de Juan. Margo Glantz, de visita en Buenos Aires para el estreno de la puesta en escena, acompaña con la cabeza, desde la segunda fila de asientos, el ritmo de la interpreta­ción de su texto, plagado de referencia­s veladas a su vida.

En esta adaptación de El rastro, dirigida por Tantanian, Couceyro se convierte en un instrument­o que ensaya las variacione­s de la complejida­d humana, en una melodía estructura­da por los sentimient­os de un corazón atravesado por los miedos y la soledad.

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