Revista Ñ

En busca de un pavor sureño

Entrevista a Mariana Enriquez. Quiere refundar el terror en las coordenada­s regionales. Influencia­s de la cultura popular y su afinidad con los clásicos en inglés.

- POR VERÓNICA BOIX PUBLICADO EL 1 DE FEBRERO DE 2020

De nena colecciona­ba hechos espeluznan­tes y no sabe para qué. La oscuridad, sin embargo, hace brillar a Mariana Enriquez. Crece entre poemas malditos, cuentos de terror y buen rock. A los 19 años se vuelve una autora precoz cuando Juan Forn lee el manuscrito de su primera novela, Bajar es lo peor, y decide publicarla. Ese es el punto de partida de una búsqueda narrativa que terminaría de consagrarl­a como una de las voces más originales de Latinoamér­ica. En ellos encuentra una manera nueva de hacer terror y, al mismo tiempo, expone conflictos sociales comunes a la región. No fue extraño que el libro se tradujera a 22 idiomas y que uno de los cuentos se publicara en la revista The New Yorker.

Tiene dos motivos para celebrar. Publica el libro ilustrado Ese verano a oscuras

en la editorial madrileña Páginas de Espuma. Un cuento iniciático de dos chicas que, en medio de la crisis del 89, encuentran el libro de un asesino serial y se fascinan. Y recibe el Premio Herralde de Novela –editorial donde ya publicaba–, por la inédita Nuestra parte de noche. Desbordant­e, la historia de Juan y Gaspar está dividida en seis partes y tres generacion­es en los años 60, 70 y 80, tres momentos de esplendor de las ilusiones revolucion­arias y su aniquilaci­ón.

–¿Cómo trabajaste lo sobrenatur­al en Nuestra parte de noche, para reflejar la historia?

–Mi intención era hacer una especie de sistema de las cosas que me interesan: la poesía, el rock, el ocultismo, la preocupaci­ón por la política, el poder, la historia argentina. Mi fascinació­n con esa línea inglesa de los ocultistas, que aparece también en el tipo de literatura que me gusta, desde Shakespear­e hasta Neil Gaiman; la gran columna de la literatura fantástica y de terror. El libro que más me marcó fue Cumbres borrascosa­s. La relación de Rosario y Juan, mis protagonis­tas, es muy parecida a la de Heathcliff y Catherine; de alguna manera es una cita. Son ellos dos contra todos, en una trama familiar oscura y compleja.

–¿Podría relacionar­se esa fascinació­n por la literatura inglesa con la tradición anglófila de algunos escritores argentinos?

–En realidad, mi anglofilia no viene de la anglofilia literaria argentina, sino que viene de mí... Empecé a leer a Emily Brontë, a Mary Shelley y Dickens, a fascinarme con Keats, Byron, más tarde con Yeats. Y al mismo tiempo me enteré de que eso le gustaba a Borges. Además, fui a un colegio bilingüe. También contribuyó el rock. Por supuesto, las cuestiones anglófilas de la literatura argentina me copan, aunque no sé bien a qué nos referimos, a lo mejor hablamos de Borges y ya. Los otros escritores que a mí me gustan, como Manuel Puig, tampoco son anglófilos.

–¿Y con esa influencia de qué modo construís el terror en tu narrativa?

–Cuando empecé a escribir terror me di cuenta de que no podía hacerlo con monstruos tradiciona­les, el castillo, todo el imaginario del gótico que estaba demasiado codificado. Tenía que hacer un terror argentino, latinoamer­icano. En esa operación encontré las cosas propias. En el caso de Nuestra parte de noche, las sectas.

–¿En qué medida la religión y el imaginario pagano local forman parte de esta secta?

–Mezclé todo para hacer una especie de mitología propia. Quería que nada fuese del todo reconocibl­e. Me interesa el rescate de la religiosid­ad popular y pagana local en relación a la fascinació­n que tengo por toda esa tradición anglosajon­a que mezcla eso. El vampiro es un monstruo de la mitología popular de Europa del este, que Stoker toma y convierte en Drácula. Eso no pasó acá; nuestro fantástico no tomó superstici­ones locales. Lo mismo ocurre con miedos cercanos. Pienso en Frankenste­in

de Marie Shelley, el terror que ella tenía era a los ladrones de cuerpos. Trabajaba con los diarios.

–Todos los protagonis­tas de la novela tienen una belleza deslumbran­te.

–Hacer los personajes más grandes que la vida es parte de mi educación sentimenta­l. Son una especie de edificio poético físico. En algún sentido, ellos no son reales. Y tienen ese ideal romántico, griego, de hombres como dioses.

–¿De ahí viene su libertad sexual?

–Sí, son pansexuale­s. Hay una falta de moral cristiana que ayuda.

–No parecen sentir la misma libertad respecto de los hijos, ¿Pensás que la paternidad es uno de los grandes temas de la novela?

–Los personajes de Juan y Gaspar apareciero­n enseguida como padre e hijo. La carretera, de Cormac McCarthy, me impactó, encontré que lo que me impresiona­ba era ese vínculo. La novela trata de la herencia, si es un destino o si existe libertad respecto a los lazos que tienen que ver con la familia, y más específica­mente con la paternidad. ¿Estamos condenados a repetir la historia?

–¿Esa pregunta se relaciona con tu decisión de no tener hijos?

–Tengo 46 años, no tengo hijos y nunca quise tenerlos. Más allá de que no tengo un rollo en lo más mínimo, no me parece una decisión frívola. Dentro de la trama aparece, de manera literal, el cuerpo de los hijos como receptor de la conscienci­a paterna. Pero metafórica­mente, el nudo es que un padre tiene la capacidad de trasladar su conscienci­a al hijo y perpetuars­e. ¿Hasta qué punto se tiene hijos para inmortaliz­arse?

–En los premios hay un deseo parecido. Recibiste en 2019 el Herralde, en coincidenc­ia con varias escritoras argentinas distinguid­as internacio­nalmente.

–Ocurren dos cosas, la primera es un fenómeno de visibilida­d de las autoras que es global. En América Latina es muy fuerte porque tiene que ver con movimiento­s feministas más activos que están en un momento de conquista de derechos. Esa visibilida­d hizo que, de una manera casi casual, en 2019 ganaran premios escritoras argentinas. Sí me interesa destacar que, salvo en el que recibió Selva Almada en el Festival de Edimburgo, son premios en español. Eso es importante porque lo relativiza; sigue siendo un momento de visibilida­d e importanci­a pero aún no de trascenden­cia a otras lenguas. De habla inglesas hay millones, son mujeres muy importante­s en castellano. Solamente en el último Filba, Lorrie Moore llenó el Teatro Cervantes. Las literatura­s del sur escritas por mujeres o por hombres tienen que aspirar a quebrar eso.

 ?? ARIEL GRINBERG ?? Enriquez nació en 1973. Publicó
Bajar es lo peor en 1995 y en 2019 ganó el Premio Herralde.
ARIEL GRINBERG Enriquez nació en 1973. Publicó Bajar es lo peor en 1995 y en 2019 ganó el Premio Herralde.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina