Revista Ñ

¡CUIDADO! ALGO MALO SE AVECINA

Entrevista con Samanta Schweblin. Aquí cuenta cómo se gestó Distancia de rescate, novela llevada al cine y a 25 idiomas, y con numerosos premios. La autora se enmarca en la eclosión de literatura escrita por mujeres en nuestra lengua.

- POR HÉCTOR PAVÓN, EN BERLIN PUBLICADO EL 6 DE DICIEMBRE DE 2014

Otoño de 2012. Samanta Schweblin llega en bicicleta ala Autorenbuc­hhandlung, la bella librería bajo un puente en Charlotten­burg, ese barrio que fue el corazón de Berlín occidental en los años del Muro. Aunque perdió ese carácter después de 1989, se redefinió como un rincón tranquilo de bares reposados, comercios refinados y una actividad cultural inagotable. La escritora residente estaciona su fiel transporte y describe feliz la vida alemana frente a un capuccino que mueve aromas de nostalgias. En esos días ya estaba muy elaborada la idea de Distancia de rescate (pero como cuento) y anticipaba: “Quiero volver a Buenos Aires con el libro terminado. Que no me falte nada. Ahí tengo un gran dilema, porque hay un cuento que es muy muy largo y me molesta en el libro, pesa demasiado y no lo puedo asumir como parte del libro. No convive bien con los otros. Pero si lo saco, me quedo con medio libro. Siento que los cuentos son dispares pero ese es un problema de escribir cuentos. Por más que estén conectados de alguna manera, o compartan cierta atmósfera, estás lidiando con mundos independie­ntes, paridos por razones completame­nte diferentes”.

Primavera de 2014. Vuelve con el libro terminado (editado por Random House) y entonces la conversaci­ón continúa en un bar de Belgrano. Y arranca con la solución del dilema de una novela que en estas horas está presentand­o en la Feria Internacio­nal del Libro de Guadalajar­a. “Tenía claro de qué iba la historia pero tenía problemas para contarla. Era un cuento que me estaba dando muchos problemas: con la voz, con el punto de vista, escrituras, reescritur­as, hasta que me di cuenta de que el problema estaba en su extensión, que eso era lo que no me permitía contarlo. El texto aumentaba en cada reescritur­a: diez páginas, veinte, treinta. Había un problema con el espacio y el ritmo: había que bajar un poco los decibeles y contar sin limitar la historia a esas diez, quince páginas en las que suelo sentirme cómoda. En mi cabeza estaba frente a un cuento que no funcionaba, y a mi cabeza de cuentista le llevó un tiempo entender que si quería contar esta historia iba a necesitar ciento veinte páginas más”.

–Escribís: “Tarde o temprano algo malo va a suceder” (dice Amanda que decía su madre...) La fragilidad se mezcla con la tensión permanente, algo está a punto de romperse…

–Tiene que ver con la idea de distancia de rescate. Esa fragilidad es todo el tiempo una hipótesis, muchas veces no es real. La distancia mide cuánto te tomaría a vos llegar al otro y rescatarlo de una fatalidad, pero para que vos puedas hacer ese ejercicio tu cabeza tiene que estar haciendo un racconto de las fatalidade­s todo el tiempo. Todo el tiempo tenés que pensar en la peor de las opciones, como si anticipart­e a cualquier fatalidad fuera también una manera de exorcizarl­a. Yo misma pienso en esta receta como una suerte de cábala: pensar constantem­ente en la peor de las opciones me salva de ellas.

–¿La tensión siempre está en vos? ¿Cómo la llevás al papel?

–Como lectora busco tensión, necesito de esa tensión cuando leo. Y de la misma manera la necesito cuando escribo. No hablo de la idea de tensión como esa sensación de suspenso de un thriller o un policial. Si no esta idea de que del otro lado de esa incertidum­bre, del libro, entre las letras, hay una respuesta, algún tipo de verdad que podés llegar a descubrir leyendo, que va a más allá del texto y que puede ser algún tipo de solución para tu dolor, para tus miedos, para tu búsqueda. Cuando escribo también busco –de un modo más personal– esas respuestas. Cuando no hay tensión, el texto no está funcionand­o. Quizás el mayor miedo que tuve fue darme cuenta de que estaba frente a un texto de más largo aliento y me pregunté si iba a poder sostener esa tensión que tanto me fascina de los cuentos en un espacio más extenso como el de una nouvelle. Fue el gran desafío de la escritura de este libro, y estaba segura de que, si no lograba mantener la tensión, tampoco lograría generar en mí misma el interés suficiente que necesitaba para terminar el texto.

–Escribís: “El dolor va y viene”. El dolor, ¿va y viene?

–Sí, el dolor va y viene. Hay algo con el dolor, que me pasa, y es que incluso en los momentos más insoportab­les de dolor –de dolores más relacionad­os a lo espiritual, a lo amoroso, que al dolor físico–, uno necesita desconecta­r. Algo te distrae, te olvidás y después volvés a caer. No se puede estar más de diez, quince minutos en ese dolor profundo, hay algo que siempre te saca y después hay algo que te vuelve a hundir. El cuerpo, la cabeza, corta ese dolor; y de un momento a otro, cuando el mundo parece volver a ser un lugar más hospitalar­io, se vuelve a caer en el vacío.

–¿Qué elementos te dio el campo como escenario en este libro?

–Siempre estuvo asociado con algo idílico, vacacional, de relax, el espacio abierto, el ruido de los sembrados. Quería cruzarlo con la idea de que es de esa tranquilid­ad de donde viene el peor de los peligros. Incluso en ese espacio alejado de la ciudad, que pareciera ser de descanso y de desatenció­n donde uno se afloja, toca la tierra y tiene esa sensación de volver de donde uno vino, eso que para mí era lo único seguro que nos quedaba, ahora se convierte en un espacio casi tan amenazante y peligroso como la ciudad. Por eso me pareció que era el espacio para contar esto.

–Llevás casi cuatro años en Berlín ¿qué te dio esa ciudad a vos como escritora?

–Me dio –y está en el libro– una mirada sobre la Argentina que antes no tenía. Estar del otro lado del océano te da otra visión de la Argentina y de Latinoamér­ica.Conozco Latinoamér­ica, pero la comunidad hispanohab­lante berlinesa te da otra cercanía. Una mirada más nostálgica, y recortada, por supuesto. Pero la verdad es que nunca había convivido con chilenos, ni comido tanta comida mexicana, ni discutido tanto de política colombiana. Se aprende mucho del no-estar en Argentina, pero también se aprende algo del no-estar en Cuba, el no-estar en Uruguay, e incluso el no-estar en España.

–¿Qué extrañás de tu Buenos Aires?

–Las librerías: eso de ir por Corrientes y revisar libros viejos, usados, leer títulos al azar, mancharte las manos de polvo, comprar libros porque sí, sólo porque están de saldo, o por algo que te gusta en la tapa. También extraño el mundo literario porteño, que es intenso y es algo muy nuestro, las lecturas, presentaci­ones de libros de los amigos, las charlas de café.

–Leí que tu abuelo te influenció más que otros como artista.

–Me influenció muchísimo. El era grabador y tenía un taller en San Telmo. Yo tenía 7 u 8 años y los sábados juntábamos todo lo necesario para la jornada de trabajo. Preparábam­os las tintas, los ácidos, limpiábamo­s los rodillos; el taller era grande, las chapas de zinc enormes. Había que afilar las gubias, limpiar la tinta. Los asistentes –muchos de ellos hoy grabadores reconocido­s– se pasaban seis, siete horas trabajando en silencio, cada uno concentrad­o sobre su chapa de zinc. Me encantaba ese silencio, sentía que había algo que se me escapaba, una conexión fuerte entre esos artistas y sus planchas, algo que los fascinaba y excluía al resto. Esa incursión por el mundo de la plástica lo considero parte fundamenta­l de mi educación, y todavía siento esa necesidad de lo material que tiene la plástica. Cuando me trabo en mi escritura, lo primero que hago es imprimir el texto. Siento que con el papel en mano tengo otro control, leo y corrijo mejor, hay algo real y tangible en el subrayar o hacer un bollo. También, fue mi abuelo el que me contagió la pasión por la lectura. Me leía a Alfonsina Storni, Gabriela Mistral y Almafuerte a los gritos, con lágrimas en los ojos, y yo adoraba su pasión, la admiraba, quería eso que él tenía y yo no terminaba de entender.

 ?? LUCIANO THIEBERGER ?? En septiembre, Samanta Schweblin ganó el Premio Iberoameri­cano de Letras José Donoso 2022. Reside en Alemania..
LUCIANO THIEBERGER En septiembre, Samanta Schweblin ganó el Premio Iberoameri­cano de Letras José Donoso 2022. Reside en Alemania..

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