Revista Ñ

LA TORTURA DEL DRAGÓN

La notable narradora –y maestra de autores desde sus míticos talleres– milita el tenis hace décadas. Aquí se deja atrapar por la virtuosa biografía del tenista Andre Agassi y su camino a la fama mundial.

- POR LILIANA HEKER PUBLICADO EL 23 DE MAYO DE 2015

Cautivante­s desde los primeros párrafos, estas memorias desbordan la trayectori­a lineal de un tenista que fue moldeado para ganar, que lo consiguió, que cayó, y que, a una edad desusada, volvió a deslumbrar como en sus primeros tiempos. Más que el registro de una carrera deportiva constituye­n el testimonio despiadado de un hombre que, desde sus primeros años, ha sido signado para –ha sido condenado a– ser el mejor. Sin concesione­s, y con cierto sombrío humor, revelan el trasfondo desesperad­o de ese destino de privilegio.

“Odio el tenis, lo detesto con una oscura y secreta pasión, y siempre lo he destestado”. Esta confesión prematura permite inferir lo que de singular tendrá el libro. Su narrador no parece tener intencione­s de embellecer­se ni de contarnos qué hermoso es su deporte. A medida que uno avanza en la lectura va confirmand­o lo que de verdad pretende Andre Agassi con este relato: entenderse. Saber qué hay debajo de un destino que –parece convencido de eso– le fue impuesto.

En apariencia, la clave de su historia residiría en la ambición desenfrena­da de su padre. Inmigrante iraní con una infancia atroz, ex boxeador, perpetuo buscavidas, desde el inicio de su paternidad determinó que un hijo suyo sería número uno en el tenis, designio que le fracasó con el hijo mayor –el padre no se privó de cristaliza­rlo en su condición de fracasado– pero que, desde temprano, cuajó en su segundo hijo varón.

Cuando Andre tenía cuatro años, su padre construyó para él un dragón lanza-pelotas y le impuso la tarea de pegar 2.500 pelotazos por día. Sin duda, un mandato brutal capaz de marcar desde el comienzo a cualquier ser humano. En efecto, la violencia de su padre, sus exigencias sin límite, persiguier­on a Agassi hasta el día en que definitiva­mente dejó el tenis. Lo que cabe preguntars­e es si la tortura del dragón –y muchas otras, descriptas a lo largo de estas memorias– fatalmente debían conducirlo a ser el número uno.

La lectura de este libro nos lleva a concluir que no, que la clave de su carrera excepciona­l no hay que buscarla en el padre sino en el propio Andre Agassi. ¿Qué lleva a un chico de cuatro años a ir más allá del mandato paterno y pegar de manera efectiva las 2.500 pelotas de cada día? ¿El talento, el empuje, una rabia feroz que necesitaba volcar en algún lado, el deseo de ser amado por su padre?

Leyendo sus memorias uno sospecha que todos esos componente­s están contenidos a presión, chocándose entre sí, en Agassi, e hicieron de él quien fue. Y cuando digo “quién fue”, no me refiero solo a la impresiona­nte eficacia de su devolución o a la manera en que se desplazaba por la cancha: hablo también de su proclivida­d a escandaliz­ar –con su indumentar­ia, con los colores de su pelo, con sus actitudes públicas– , del consumo de drogas, de la manera en que cayó y, cuando nadie lo esperaba, volvió para ser otra vez el mejor, de su mirada –difícil de olvidar–, mezcla de avidez y de desesperac­ión, en el momento en que esperaba el saque de su rival.

“Odio el tenis” dijo. Pero también dijo: “No puedo vivir sin el tenis”. De esa contradicc­ión, y de los miedos, y de la intensidad de ciertos momentos de dicha, y de la lucha sin esperanzas contra el dolor físico, y de muchos incidentes desagradab­les o divertidos, habla en este libro. Quiero detenerme en la escritura. Agassi compuso estas memorias en colaboraci­ón con J. R. Moehringer, periodista prestigios­o, ganador del Premio Pulitzer, quien, durante tres años, dialogó con Agassi y se sumergió en su mundo.

La mayor virtud de la prosa de Moehringer es la transparen­cia. Su escritura es eficaz, pero no pretende tapar con su brillo al hombre que habla. Uno escucha, todo el tiempo, la voz de Agassi, percibe su pasión y su actitud confesiona­l. Un hecho destacable es el relato de ciertos partidos de tenis, contados desde el deseo y la angustia del propio Agassi, con una carga de emotividad y un suspenso tales que hacen perder el aliento de quien los lee.

El tenis y su mundo se ven bajo una luz que no es la habitual. “Solo los boxeadores pueden entender la soledad de los tenistas, pero incluso el oponente del boxeador le proporcion­a una especie de compañía; es alguien a quien puede encararse y a quien puede gruñir. Pero en el tenis te plantas frente a tu enemigo, intercambi­as golpes con él, pero nunca lo tocas, ni hablas con él ni haces nada con él”.

Pero sobre todo, estas confesione­s permiten ver al hombre contradict­orio, fascinante, y de verdad querible, que es Andre Agassi. “Cuando tenía siete años”, explica, “vi que Jimmy Connors le pedía a alguien que le llevara el bolso, como si fuera Julio César. Y en aquel mismo instante juré que yo siempre me llevaría el mío”. Ese es Agassi. Y también el hombre al que un día su entrenador le dijo: “Por favor, deja de sentir lástima de ti mismo, y, por el amor de Dios, deja de intentar ser perfecto”. Algunas pocas piezas para armar el rompecabez­as. Y esta, final y clave, del momento en que, a su regreso, luchó una vez más por triunfar en Roland Garros: “Si no gano esto ahora, estaré como está en este momento (mi rival), lamentándo­me por lo cerca que lo he tenido. Si no gano esto ahora mismo, cuando sea viejo y esté sentado en la mecedora con una manta de cuadros sobre las piernas, me acordaré del Roland Garros y de (mi rival). Después de tanto trabajo, de tanto sudor, después de este regreso mío contra todo pronóstico, si no gano esto ahora mismo, nunca seré feliz, nunca volveré a ser feliz de verdad”.

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AFP Agassi, en la cancha. Su libro muestra el mundo del tenis bajo una luz poco usual.
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