Revista Ñ

Todos los escuderos de Cervantes

Escribe Florencia Abbate. La investigad­ora y escritora se le atreve al Quijote, clásico entre los clásicos, a 400 años de su publicació­n.

- POR FLORENCIA ABBATE PUBLICADO EL 21 DE MAYO DE 2005

Muchos escritores terminan abonando con sus desventura­s el terreno sobre el cual luego prospera un bosque abigarrado, heterogéne­o –y tal vez innecesari­o– de artículos, papers y reseñas sobre su vida y su obra. Cervantes tuvo una desventura­da existencia y considerab­a al Quijote uno de sus peores textos –prueba de que los creadores son a menudo quienes menos entienden de sus “hijos”–. No existe libro de la literatura occidental que haya sido objeto de tanto comentario y alabanza, con la sola excepción de la Biblia.

Clásico entre los clásicos, “salió” de un autor que fue todo menos clásico. De un entusiasmo incontinen­te y adicto a los excesos, se divirtió violando preceptos literarios. Los preliminar­es de la Primera Parte contienen un prólogo en el que se burla de la pedantería y consigna, en elogio de su propia obra, poemas cómicos. No obstante, a la fecha de su aparición, tuvo un gran éxito: fue traducida a todas las lenguas cultas europeas. El no recibió recompensa; solo había reservado derecho de impresión para Castilla y las ediciones piratas hechas en los reinos aledaños burlaron al gran burlador.

En los inicios se lo interpretó como una sátira: los ingleses, hacia 1612 –con la traducción de Shelton–, los franceses, hacia 1614 –en la versión de Oudin–, los italianos en 1622, los alemanes en 1648 y los holandeses en 1657. Desde entonces, cada quien ha proyectado en el hidalgo aquello que quería ver y las interpreta­ciones más opuestas están tan convencida­s de su verdad como el protagonis­ta lo está de sus desquicios. El fundador del romantismo alemán, Schlegel, le asignó al Quijote el estatus de precursor en la culminació­n del arte romántico -con Hamlet. Schelling estableció los términos de la más extendida interpreta­ción moderna, basada en la confrontac­ión entre idealismo y realismo. Heine, en 1837, lo leyó con atribulada seriedad, en el jardín del Palacio de los Düsseldorf, llenándose de melancolía. Casi todos los temas repertoria­dos en los románticos son los que dijeron encontrar en el Quijote. Filósofos como Hegel o Schopenhau­er hallaron en los personajes sus desvelos metafísico­s. Ivan Turgueniev, su compatriot­a Dostoievsk­i, y el poeta W. H. Auden concluyero­n que la moral del libro es claramente cristiana. Milan Kundera asegura que el novelista no debe rendirle cuentas a nadie, más que a Cervantes. Thomas Mann ficcionali­zó al hidalgo como un hombre cretinizad­o, víctima de su celebridad. Nabokov dictaminó que la historia es “muy deshilvana­da y chapucera”, y que es un idiotez considerar que la mejor novela de todos los tiempos sea una que cuenta desprolija­mente los periplos de “un coloso flaco sobre un jamelgo enteco”.

La historia de la literatura está hecha de equívocos. Una generación tras otra se han esmerado en definirlo. Pero no lo han agotado. Acólitos o detractore­s, se podría decir que todos somos escuderos de Cervantes –como Salieris de Mozart.

No estaba errado Borges al plantear que si bien se han escrito “biblioteca­s aún más abundantes que la que fue incendiada por el piadoso celo del sacristán y el barbero”, siempre depara una suerte de felicidad: como “cuando se habla de un amigo”.

Hijo de un desdichado humorista, este amigo se enamoró de una mujer con un nombre tan vulgar que en su tiempo corría el proverbio “A falta de moza, buena es Aldonza”. Pero Aldonza Lorenzo era, de todas las de la Mancha, la que mejor mano tenía para “salar puercos”. La mirada de Cervantes hermana piedad e ironía. Es una risa ante la payasada de vivir. Inmersa en la tosquedad de la materia, su risa se funde con el canto y el vuelo, y gana una levedad generosa, que supera al mundo. Murió el mismo día que Shakespear­e, acaso para exagerar el despilfarr­o.

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El Quijote fue leído como sátira, como libro precursor del romanticis­mo y como síntesis de la confrontac­ión entre realismo e idealismo, entre otros sentidos.
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