Tres décadas para pensar la literatura
Debate. Liliana Heker y y un joven Hernán Ronsino, novelista, abordaron los cambios clave desde el golpe del 76.
Treinta años desde la recuperación de la democracia: algunas editoriales desaparecieron, muchísimas nacieron; murieron grandes referentes de la generación de los escritores enormes; se instalaron otras figuras gravitantes como Piglia, Aira o Fogwill; se renovaron los debates, apareció Internet, cambió el modo de hablar y de escribir, le perdimos el miedo a algunos temas y tal vez encontramos nuestras limitaciones con otros. Para hablar de esto, nos juntamos con Liliana Heker y Hernán Ronsino, narradores y referencias de dos generaciones.
–Liliana, ¿cómo era el contexto intelectual en el que te movías antes del golpe?
–Habíamos sacado El Escarabajo de Oro,
durante los 60 y hasta el 74, cuando había fuertes debates dentro de las corrientes de izquierda. Pertenecíamos a una generación de escritores jóvenes; en Latinoamérica había ocurrido la cubana que nos hacía ver como posible un cambio social y había distintas posiciones ideológicas. Había muchas editoriales chicas y publicaban a los jóvenes. Había discusiones en los cafés. Todo ese movimiento desaparece con el golpe del 76.
HR: –Sí y ya entrando en los 80 va a existir un período de transición. Están los nuevos autores y, las nuevas generaciones que están apareciendo, tienen vivos a Borges, Cortázar, Bioy Casares. Las nuevas generaciones tienen que discutir en un plano simbólico, digamos, con estos grandes referentes. Creo que en los 90 los autores, y mi generación más, parece un poco liberada de esa discusión con los que para otros eran los padres.
–Y cuando vuelve la democracia, ¿podemos hablar de una “primavera literaria”?
LH: –La verdad es que no fue así; más bien lo que se notó fue una especie de caos y resquemores. Había habido una gran desconexión entre los que se habían ido y los que nos habíamos quedado. En el exterior no habían tenido posibilidad de leer lo de acá. Y acá no nos llegaban ellos. Por otra parte, había habido una generación que no había podido publicar y que buscaba su lugar junto con los escritores nuevos.
HR: –En los 80 veo un cambio en relación a la figura del intelectual del que hablábamos; si uno tiene que escribir como es un escritor se nos viene a la cabeza Borges y Cortázar como dos grandes estatuas. Y creo que el corte que significa la dictadura, en términos del mercado literario, todavía no se pudo restituir. Me refiero a la pérdida de lectores. Pero sobrevive en el campo literario un gran prestigio, que tiene que ver con la tradición literaria argentina.
LH: –Sí, eso se modifica desde adentro, creando medios alternativos y discusiones. Me parece que es una época que tiene cierto rechazo por los grandes interrogantes y bastante temor a la discusión y a arriesgar ideas.
HR: –Hay discusiones. Están dispersas y es difícil organizarlas como en otra época. Por ahí la cuestión del compromiso político, la literatura comprometida, la figura de Borges en su momento, partía agua muy claramente. Hoy existen las discusiones, pero tienden a desvanecerse y a caer en territorios que por ahí dejan de ser interesantes. Además de las nuevas editoriales independientes, también hay un nuevo formato de revistas, y me parece que ahí aparece la discusión o la posibilidad del debate, como las revistas virtuales. Y en el campo de los libros en papel, hubo un debate que fue importante entre Damián Tabarovsky y Guillermo Martínez, a partir del libro Literatura de izquierda.
LH: –Bueno, sin dudas estamos en una instancia mucho más interesante que la de los 90, donde se discutía si mercado o no mercado. Pienso que esta es una época propicia para los debates intelectuales; debates, digo, desde una posición, desde una ideología. La literatura sería una de las cuestiones a discutir, dentro de un debate más amplio.