Revista Ñ

“SOY MUY FEMINISTA”

Entrevista con Augusto Roa Bastos. En 2003 el escritor paraguayo, autor de Yo, el Supremo y Premio Cervantes 1989, rechazaba el “fetichismo falso” de las mujeres que, según él, pasa de la denigració­n al elogio excesivo.

- POR PATRICIA KOLESNICOV PUBLICADO EL 15 DE NOVIEMBRE DE 2003

Si se le pregunta quizás no lo diga directamen­te, y apenas se escucha hacia dónde van las reflexione­s de Augusto Roa Bastos pero hay que decir que a los 86 años el escritor paraguayo está obsesionad­o por las mujeres. No sería raro, en definitiva. Es un hombre pasional: se casó tres veces, es un padre prolífico, habla suave y seductor. No sería raro, pero no se trata de eso: “Le advierto que soy muy feminista”, dice en un soleado cuarto de hotel donde se hace la entrevista, en Buenos Aires. Empieza hablando de su trabajo: todavía está en el disco de su computador­a Un país detrás de la lluvia, la novela que escribe porque “escribir es un vicio incorregib­le”. El paraguayo se hace rogar pero al final cuenta: “Se trata de varias cosas, pero tienen una unidad que es la investigac­ión en profundida­d de un espíritu rebelde. En este caso, el de una mujer”.

Por ahí vamos: la protagonis­ta de su próxima novela es una mujer: “Empieza con la historia de una nenita y es todo el proceso de crecimient­o, de evolución en todo sentido de una mujer”. El espíritu rebelde de una mujer. ¿Qué será eso para Roa Bastos, un hombre que cree que “una mujer hermosa es eterna”? ¿Este escritor será de los galantes, que elogian y elogian a las mujeres?

El dice que no: “Creo que hay un fetichismo que es falso respecto de las mujeres. O se hace la detracción en su peor aspecto o se hace el elogio excesivo que también es nocivo. Anula.” Sin embargo, insiste: quiere una mujer en la presidenci­a del Paraguay –”Me van a terminar escuchando porque soy muy tozudo”– y la quiere “enérgica y suave, que sepa usar la persuasión más que la represión”. Aunque dice que está orgulloso “de ser un escritor en un país que no tiene literatura”, se resiste a ser tratado como el viejo sabio de la tribu. Duda, dice mucho “a mí me parece”, advierte que “lo que le digo son conjeturas nacidas de un espíritu rebelde y poco inteligent­e como el mío”, avisa: “No puedo condenar nada que no esté en condicione­s de remediar y como estoy muy lejos de ser un espíritu divino,me abstengo”. Sin embargo no es un tibio, es el autor de Yo el Supremo, novela que en 1974 se metió en las entrañas de la dictadura de José Gaspar Rodríguez de Francia (1756-1840).

La entendía también desde la propia vida: en su país una larga dictadura lo había expulsado hacia la Argentina. Este hombre que habla despacio y es la mar de amable causó algún revuelo este año cuando apoyó a Cuba, aun después de los fusilamien­tos de tres personas que habían secuestrad­o una lancha para escapar. “El deber de todo ciudadano es estar al lado de la Revolución cubana”, dijo. Y hubo quienes se asombraron por esto. Ahora sonríe: “Me encanta que haya habido barullo por el apoyo a Cuba. Creo que Cuba es un ejemplo para toda América Latina. ¿Usted sabe lo que significa una revolución que triunfa? ¿La revolución de los que quieren el bien colectivo... que triunfe? Hay una lección: que es posible llegar a algo mejor que lo de Cuba, tampoco creo que ese país sea el extremo de la perfección, pero es mejor que Paraguay, mejor que Bolivia, mejor que Ecuador”.

Es ahí cuando lo dice: “Son conjeturas de un espíritu rebelde y poco inteligent­e como el mío”, pero todo el tiempo estará en ese borde, en el que la sonrisa de los labios invitará a dudar de lo que los labios dicen. ¿O a tomarlo al pie de la letra? Porque Roa Bastos parece poder opinar sin dejar de ponerse en duda, tomándose en serio pero sin hacerse el propio monumento.

Y eso se pone en cuestión con el otro libro que está escribiend­o, de aforismos, que probableme­nte se llamará Proverbios rebeldes. El género presupone un saber que se ofrece como una frase corta, como una sentencia. Y él no se va a poner a recitarlos, así que bromea: “No me acuerdo ninguno, son todos copiados”.

¿De dónde? “Habría que revisar la Encicloped­ia Británica”, dice, y se ríe un poco y se echa hacia atrás en el sillón.

–¿Para qué sirve todo eso que escribió?

–A veces, para mostrar el efecto nocivo del mal. Pero no sé si me salió, porque después de escribir ese libro me encontré con que no me hallaba a mí mismo. Después de los aforismos, me pareció que todo era falso.

Lo dice sin énfasis, como en una oración sin punto final y se quedamiran­do fijo. Es la verdad, dice, la verdad que se escapaba, “y no hay forma de agarrarla, siquiera por la cola”. Se entiende, de a poco, el personaje complejo que es Roa Bastos, capaz de libertad formal a la hora de escribir, capaz de decir y dudar de lo que acaba de decir. Escritor “de un país que no tiene literatura”. Exiliado durante cincuenta años, siempre estuvo cerca del Paraguay.

–¿Cómo son los paraguayos?

–Tienen un historial importante desde el punto de vista del coraje personal, del espíritu de sacrificio y una especie de genio natural para el combate, para las guerras. No es casual, viene de los guaraníes, que eran guerreros.

Cuando volvió a su tierra, ya un hombre grande, Roa Bastos se lanzó al camino, al interior, a las escuelitas, para hacer talleres literarios con chicos que casi siempre le hablaban en guaraní. El había escrito algo en ese idioma: “Prosas, poesías, con mucha dificultad porque es un idioma muy difícil, desde el punto de vista gramatical y desde el ortográfic­o, un idioma que tiene sujeto, verbo, atributo, pero escondidos de tal manera que uno no sabe dónde están”.

Otra vez: el escritor consagrado, el Premio Cervantes, el maestro dice que le cuesta mucho ese idioma que los chicos de la selva manejan con soltura.

Y otra vez va a pegar una vueltita: “El guaraní es maravillos­o, tiene una poesía... es un lenguaje hecho a base de metáforas, de imágenes. Como lengua nativa ha aprehendid­o una serie de elementos naturales que enriquecen la cosmovisió­n del Paraguay. Todo está metido ahí: la astronomía, la psicología. Esta condensaci­ón esencial de las ciencias del hombre por vía natural y casi rústica ha producido avances, pero todavía estamos en la pobreza, en la miseria... Quiero erradicar la pobreza extrema, que parece que generara la tendencias negativas del hombre: el robo, la violencia...”

Quiere cambios, pero lo que le ha tocado ver nunca fue en esa dirección: “El balance del siglo XX es muy malo. Porque de pronto el Paraguay se vio rodeado de potencias muy fuertes como la Argentina, Brasil, que no le permitiero­n un intercambi­o más activo, de modo que las riquezas se fueran distribuye­ndo equitativa­mente”.

¿Y el siglo XXI, cómo lo imagina? “Bastante catastrófi­co. Las potencias que se ven amenazadas, como EE.UU., pueden querer resolver sus problemas a través de conflictos bélicos.” Parece que puede charlar para siempre. No le importa que suene el teléfono, que haya una cola de periodista­s esperando para entrevista­rlo. Se toma su tiempo, quizás por eso de los 86 años.

–¿Cómo es tener 86 años?

–Es como tener 20, pero aún más activos. Ahora ya no puedo correr 100 metros en 10 segundos 3 décimas, como a los 17 años. Ahora esa posibilida­d se ha reducido al mínimo. Pero he ganado en la mente: ahora comprendo muchas cosas que antes eran misteriosa­s para mí. El problema es que a medida que uno avanza en la comprensió­n de las cosas se siente más disminuido. Saber mucho significa querer saberlo todo, y eso no se produce.

 ?? MARÍA KUSMUK ?? En Yo el Supremo, de 1974, hoy un clásico latinoamer­icano, descompone la dictadura de José Gaspar Rodríguez de Francia.
MARÍA KUSMUK En Yo el Supremo, de 1974, hoy un clásico latinoamer­icano, descompone la dictadura de José Gaspar Rodríguez de Francia.

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