El minotauro ama su laberinto
Diálogo con Leila Guerriero. La celebrada cronista y paradigma de la no ficción en América Latina retrató magistralmente al pianista Bruno Gelber.
La calle Darwin del barrio de Villa Crespo hace caso omiso de la resonancia de su nombre. En apariencia, no dice nada. Para que empiece a susurrar alguna pista, es preciso conectarla con una de sus vecinas, viajera como el científico inglés, curiosa y minuciosa como él. Es necesario acceder al interior de su arca, tímidamente pertrechada de exotismo. Estatuillas de Indonesia, cerámicas chinas, tallas de Tailandia, amuletos de Myanmar y leones laqueados; todas figuras tuteladas por dos gatos calcadamente siameses. Son las secuelas benéficas de las excursiones de una cronista que siempre se desinteresó de la especie en favor de sus ejemplares únicos, se llamen Nicanor Parra, Hebe Uhart, o Bruno Gelber, el sujeto de su último libro.
Al igual que el teatral departamento de Gelber en el Once, el de Leila Guerriero en un piso quinto apostó por una cierta extravagancia para echar anclas fuera del tiempo y la geografía. Expatriados seriales, Guerriero y Gelber se han entendido bien: son dos desubicados que encuentran su centro en el margen, en la afición por desmarcarse. Para Opus Gelber, el pianista le ofrece una partitura no escrita –su vida– y ella oficia de intérprete, bajo la batuta correctiva de un tirano goloso que con su formidable rapidez verbal y su hilaridad le quita peso a la gesta. Periodista, columnista de El País, Guerriero (Junín, 1967) publicó
Los suicidas del fin del mundo, Frutos extraños, Una historia sencilla, Zona de obras y Plano americano, que incluye perfiles de escritores, pintores y fotógrafos. Con Opus Gelber parece haber hecho un libro bajo el auspicio de una frase de Richard Ellmann en su biografía de Oscar Wilde: “Todos somos dramaturgos”.
–Este es tu primer retrato en formato libro. ¿Cuándo te diste cuenta de que podía serlo y que iba ser extenso, es decir, que te convenía que lo fuera?
–La verdad es que cuando lo llamé a Bruno le propuse hacer un perfil para una revista. No pensaba que hubiera un libro en esto. Y después de la tercera o cuarta entrevista empecé a darme cuenta de que su universo era absolutamente irreductible, aunque me dieran 60 páginas de una revista. Para contar la sutileza necesitás espacio. Y si hay alguien que necesitaba sutileza para ser contado era Bruno, que es un hombre con muchas capas. Hay muchas contradicciones, que si uno no las narra bien –no sé si las narré bien o no, pero el intento está– puede parecer una persona incoherente. Esas aristas que tiene, de ser por un lado súper precoz y voraz en muchas cosas relacionadas con la sensualidad, y por otro un tipo casi prejuicioso en torno a esas mismas cosas. Victoriano, podríamos decir. Y a partir de la cuarta entrevista empecé a pensar en un libro, y lo curioso es que nunca se habló con Bruno el cambio, como que en un momento lo asumimos los dos. El me invitaba dos o tres veces por semana a verlo y era claro que no se agotaba en un artículo. La verdad que le fui tirando tanza mientras lo iba escribiendo. Siempre es difícil saber la medida que va a tener un libro.
–¿En qué sentido tuviste que cambiar la técnica, la digitación, como dicen en música, con respecto a los retratos de Plano americano?
–La técnica de fondo no. Hubo dificultades que en los otros perfiles no existían. Una es que Bruno se repetía mucho y para mí era importante mantener esa reiteración, forma parte de su personalidad. Y a la vez temía que esa reiteración se volviera aburrida. Pero sí hubo un cambio fuerte: es un libro que tiene mucho diálogo, y usualmente no escribo reproduciendo tanto el diálogo. Y en este si glosaba todo y no ponía los diálogos se perdía la personalidad de Bruno. Buena parte de lo que es él se juega en la conversación.
–Cuando uno encara un trabajo biográfico generalmente se las ve con un muerto. En este caso, Gelber no sólo está vivo sino que está muy vivo, y muy vivo en el libro. Uno tiene la impresión de estar leyendo una obra en colaboración, una ejecución a cuatro manos.
–Lo que es Bruno se expande cuando él entra en relación con alguien. Y la relación conmigo forma parte fundamental del libro. Con un grado de exposición mía que controlé muchísimo. Y fue un trabajo en colaboración en todo sentido porque Bruno empezó a entrevistarme a mí, y exigía de mí un trabajo que usualmente no se nos exige a los periodistas. Yo estaba ahí, en su telaraña y estaba muy magnetizada con eso. Pero nada de eso habría pasado si no hubiera habido esto que vos decís, esa fusión entre fría y cálida en esa relación que se dio.
–¿Y no sentiste que ese afecto que él te empezó a tener podía resultarte extorsivo, por decirlo de alguna manera?
–No, en general no. Le pondría la palabra entrañable. Porque está en mi naturaleza, yo trabajo de un modo escindido. Por supuesto que hay una corriente de afecto sincera y genuina. Me parece un tipo honesto y muy admirable y a la vez con cosas con las que no concuerdo nunca, pero nada de eso enturbió y a la hora de escribir tampoco pesó.
–Esa obra en colaboración transmite la impresión de que la forma del libro la va dictando el retratado. Incluso el trabajo de montaje parece responder a su agenda.
–Él es un tipo muy controlador y eso se ve. Y si él no controla todo, se puede ir todo al cuerno por el problema físico que tiene. Desde su lugar está habituado a levantar un teléfono y controlar. No hubiera llegado a ser lo que es si hubiera dejado que el azar decidiera. Pero es cierto, la agenda la fue dictando Bruno, desde lo más concreto, y yo dejaba y cancelaba todo para ir a verlo. Y nadie sabía que yo estaba haciendo esto. Él marcaba el ritmo. Pero no sé si eso lo sentí a la hora de montar el libro. Ahí hay como una tensión que está explicitada. Él tira de una soga para atraerme, yo intento que eso tenga cierto control, y por momentos dejo que ese control se vaya al cuerno. Creo que el montaje está marcado por mí, aunque está claro que el libro tiene una estructura lineal, cronológicamente hablando. Me interesaba que se viera en el libro el desarrollo de esa relación. Cómo en la conversación de Bruno iban apareciendo cosas, cómo iba confiando, mostrando cosas de su intimidad, y eso era como muy de a poco. Y esto sólo te lo permitía una estructura lineal, no podía jugar a fragmentar los tiempos.
–¿Cómo vas a hacer para encontrar otro Gelber?
–No lo voy a buscar. No hay otro Bruno Gelber.