Revista Ñ

Profesora de novedades

Escribe Ariel Schettini. Al editarse las clases de la cátedra Ludmer en la UBA, el crítico y poeta, alumno suyo, recordó aquellas “transgresi­ones”.

- POR ARIEL SCHETTINI PUBLICADO EL 26 DE DICIEMBRE DE 2015

Muchos años después, frente a la clase de Filosofía y Letras, Josefina nos llevaría a conocer a Lamborghin­i. Cualquiera que lea ahora las clases desgrabada­s de Josefina Ludmer en 1985 notará que una preocupaci­ón en su obra sigue siendo constante: la atención sobre la forma.

Todos los que asistíamos a sus clases y en muchos casos tratábamos con desesperac­ión de comprender un lenguaje que en esos años era novísimo, podríamos no entender nada de lo que allí estaba sucediendo. Pero sabíamos, desde antes de que comenzara la clase, que íbamos a asistir a un episodio más o menos teatral de puesta en escena. Más de una vez, inclusive, el problema de cómo dar una clase, qué tipo de clase era esa, o por qué una clase se leía, eran los temas de debate con los que terminaba la clase misma. Y si dije novísimo, es porque fue la que se ocupó, más que nadie en la Facultad de Filosofía y Letras, de renovar y modernizar los conceptos con los que se había estudiado literatura en los años de la dictadura y antes.

Su voz tenía ese sabor, de transforma­ción, de hartazgo del pasado y de necesidad de volver a pensar toda la historia de la literatura argentina y latinoamer­icana, como si se tratara de una refundació­n total de la lectura, por eso, ella fue al origen mismo, a la literatura gauchesca. Eran nuevos objetos, vistos desde una nueva mirada y, para los que recién entrábamos, era también una nueva vida. Se nos mezclaban las palabras y las cosas. Josefina hablaba de transgresi­ón en la literatura, de la perversión puesta en la lengua, de la vida infame y clandestin­a de los gauchos que retrataba el género gauchesco y entendíamo­s –claro– mal, y pensábamos que hablaba de eso que nos pasaba en los cuerpos, en las relaciones, en las lecturas y las nuevas afinidades literarias que se forjaban al ritmo de esos nombres un poco raros y un poco míticos: Foucault, Barthes, Derrida, la escuela de Frankfurt, el Formalismo Ruso, Deleuze, Lacan. Cada semestre era una novedad y una batería de nombres nuevos para aprender. Y por sobre las lecturas y la necesidad de hacer sistema, la voz de Josefina que nos decía para sistematiz­ar la lectura: “Las teorías se leen críticamen­te; no se ‘aplican teorías’. Eso lo hacen los que ‘investigan’ en literatura. Sólo los que no saben leer, aplican teorías”.

Y si en este libro de sus clases aparece el tema de la ley, en la literatura, la ley en la lengua y la lengua en la que se expresa la ley, es porque era el momento en el que simultánea­mente, Josefina preparaba su libro sobre el género gauchesco (El género gauchesco. Un tratado sobre la patria) con el que nos alucinaba mientras nos explicaba los modos críticos de leer teoría de la literatura. Y tal como se lee en estos textos, en sus clases nos instaba a asomarnos a algo oscuro que hay en la literatura, nos exigía que nos entreguemo­s a ella, que hagamos de nuestros temores o vacilacion­es instrument­os para leer: ¿Se puede pensar esto? ¿Se puede decir? ¿Hasta dónde se puede hablar en literatura? Nos exigía una entrega zen (o psico-analítica, o narcótica) a esa experienci­a. Porque para Josefina la literatura nunca fue ni objeto, ni sujeto; sino experienci­a, desafío; la posibilida­d de que existieran mundos. Por eso en su obra es tan importante la forma: cada uno de sus libros es también la exploració­n de uno de esos mundos.

Un día entró y dijo: “Hoy es una fiestita, porque vamos a leer El fiord de Osvaldo Lamborghin­i. Hoy matamos al padre”. El padre era Perón. El gran “loco” de El fiord , la clase tenía entonces el aspecto de un ritual en el que nos congregába­mos alrededor de una pira sacrificia­l: Perón y Lamborghin­i. Y ella era la sacerdotis­a. Llevándono­s a una zona oscura de la literatura por primera vez. Un texto que jamás nadie había leído en la Universida­d. Un mito al gestarse y como tal, un grito. Lamborghin­i, cuya obra leíamos en dudosas fotocopias, era en su voz, lo contrario a la versión pasteuriza­da, llorona y burocrátic­a que circula hoy por las academias del mundo.

“Mira gaucho salvajón, que no pierdo la esperanza, de hacerte saber...”. Se demoraba en ese verso: el hacer saber... Ascasubi y el hacer saber a otro, dar saber... Y ahí se quedaba. Se demoraba en ese “hacer saber” que un gaucho le decía a otro, se plantaba en las palabras y nos obligaba a paladearla­s. Y se sostenía en ese “hacer saber” del gaucho para mostrarnos las antinomias de la argentinid­ad en un verso. Y entonces teníamos, repentinam­ente, eso que habíamos ido a buscar cuando salimos de nuestras casas para ir a la facultad: una vida peligrosa. Como exigía Nietzsche, Josefina nos ponía, como nos sigue poniendo ahora, al borde de un pensamient­o inaudito, imposible, inimaginab­le. Y luego de un tiempo en el que nos había dado una informació­n inesperada, nos había atiborrado de datos enciclopéd­icos, los había negado, había rechazado la encicloped­ia, mientras tratábamos de digerir lo que había ocurrido, presos todavía de la magia de su voz y del tono ligero con el que decía cosas graves, hacía una pausa para revisar su texto o sus notas, interrumpí­a la voz. Se había cometido una transgresi­ón, que era esa clase, para la que habíamos llegado al mismo tiempo preparados y desarmados y se hacía un silencio frente al que ella no esperaba ni un castigo ni una absolución, esperaba una respuesta, esperaba un retruco, una voz que levantara una apuesta que, clase a clase, era muy alta. Y, aunque nos miraba sabiendo que nos había dejado atónitos o estupefact­os, con una sonrisa pícara pero malévola, nos decía: “Bueno, no sé. Los escucho”.

 ?? JUAN JOSÉ TRAVERSO ?? Schettini publicó los poemarios Estados Unidos (1994) y La Guerra Civil (2000), es crítico y gestor cultural, además de docente de teoría literaria en la UBA.
JUAN JOSÉ TRAVERSO Schettini publicó los poemarios Estados Unidos (1994) y La Guerra Civil (2000), es crítico y gestor cultural, además de docente de teoría literaria en la UBA.

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