EL DIOS WHITMAN
Diálogo con Harold Bloom. Con la salida de La religión americana, el ensayista quintaesencial de EE.UU. desarrolla el concepto individualista cristiano de su país. Y traza un paralelo entre religión y literatura.
Imagínense a un niño de nueve años en el barrio neoyorquino del Bronx, en 1939. Sus padres, inmigrantes rusos, judíos ortodoxos, sólo hablan idish. Ese año termina la Guerra Civil española y Billy Holiday graba “Strange Fruit”, sobre el linchamiento de negros en el sur de los Estados Unidos; ese año se estrena Lo que el viento se llevó y Hitler y sus tormentosos ejércitos invaden Polonia inaugurando la Segunda Guerra. Pero nada de ello está en la mente del chico de nueve años que aprendió a hablar inglés solo, por su cuenta. Es que el chico está iluminado. Entró en la Biblioteca Pública de Nueva York y ángeles o demiurgos lo llevaron a buscar un delgado tomo de poemas del poeta americano Hart Crane titulado White Buildings, o Edificios blancos, publicado en 1926. (Crane se suicidó sólo siete años antes, con sólo 32 años, tirándose al Golfo de México desde la nave S.S. Orizaba que lo llevaba de México a Nueva York). Los poemas del libro son breves, alucinatoriamente metafóricos, incompresibles. Y por un extraño milagro de comprensión entre almas, este niño de nueve años entendió los poemas de un alcohólico violento, homosexual atormentado, visionario y poeta maldito, como si le estuviera hablando en palabras llanas. El niño de nueve años sacó prestado el tomo tantas veces que al fin su hermana mayor le terminó regalando un ejemplar. De Crane, el niño precoz pasó a William Blake, de William Blake a Milton. Hoy está por cumplir 79 años y aún tiene el tomo de White Buildings que le regaló su hermana.
Ese niño es Harold Bloom, el titánico crítico literario de la universidad de Yale (el único crítico literario best-seller en el mundo) hoy en las librerías argentinas con el ensayo La religión americana, que él define como una “crítica de la religión.” Allí analiza los credos religiosos originados en los Estados Unidos: el pentecostalismo, el mormonismo, el adventismo del Séptimo Día; los Testigos de Jehová, los baptistas y la espiritualidad afroamericana. En realidad, es un reedición de un libro publicado en 1992. En su momento fue casi completamente ignorado, aunque Bloom mismo afirma que ha tenido una robusta vida “clandestina”.
¿Por qué, entonces, se reedita este volumen anacrónico dentro de la obra del iracundo profesor de letras? Tal vez el 92 no fue un buen año para examinar la bizarra vida espiritual de su país. Estaban en la antesala de la presidencia de Bill Clinton y del boom de prosperidad y optimismo tecnológico que inauguró la apertura de Internet al público masivo. No había guerra ni miseria. Tal vez Dios era un poco innecesario. Pero ahora, el libro conciso de Bloom es una clave para entender un país donde -según una encuesta de Gallup- 9 de cada 10 personas creen tener una relación personal con Dios y ser queridos por Él.
En La religión americana, Bloom afirma que la libertad para los estadounidenses “significa estar a solas con Dios o con Jesús, el Dios americano o el Cristo americano”. Tras aclarar esta afirmación enigmática, remata esa idea: “Ningún americano se siente libre si no está solo, ni reconoce formar parte de la naturaleza”.
Para Bloom la distancia entre religión y literatura es casi nula. Ha escrito: “Una gran cantidad de americanos que piensan que adoran a Dios en realidad adoran tres grandes figuras literarias: al Yahveh del Antiguo Testamento, al Jesús del Evangelio según Marcos y al Allah del Koran”. Por otro lado, la literatura secular para Bloom es el único camino hacia la sabiduría y el acto de leer es algo tan sagrado como la oración.
El profesor Bloom atendió a Ñ por teléfono desde su casa de New Haven, en Connecticut, donde ha sido profesor de Yale en los últimos 55 años. Es cortés pero se lo escucha profundamente cansado. Su devoción por la literatura es contagiosa pero su visión del mundo es casi nihilista. Tiene la tierna costumbre de dirigirse a su interlocutor con un my dear, en inglés, querido.
–¿Usted piensa que el origen de la literatura y el de la religión están en el mismo lugar?
–Es una pregunta brillante y casi imposible de contestar. La respuesta es sí y no. O no y sí. O un poco sí. O casi. Claramente las dos divergen. Karl Marx dijo que la religión es el opio del pueblo pero en los EE.UU. también es la poesía del pueblo. Siempre he sido un alumno de la literatura romántica-alta (”high romantic literature”). Shakespeare y Cervantes son los grandes fundadores de este movimiento que llega hasta nuestros días. Siempre he creído, junto con William Blake, que toda religión es una manera de elegir formas de devoción desde relatos poéticos. Desde un punto de vista empírico, yo afirmaría lo mismo.
–¿Hay vínculos importantes entre la “religión americana” y su literatura?
–Claramente hay afinidades entre una y otra. Su teólogo y visionario, por decirlo así, aparece una generación después de lo que yo marco como el comienzo de la Religión americana (el Cane Ridge Revival de 1801), en la figura de Ralph Waldo Emerson. Emerson –el ensayista y el visionario– también da origen a lo distintivamente americano en la literatura de nuestro país. Pero por un lado diría que el gran escritor americano, más allá que cualquier otro, es Walt Whitman. El es el poeta nacional y la respuesta épica de todo el Nuevo Mundo. El Nuevo Mundo español, el portugués y el francés, el Nuevo Mundo anglo-americano. Whitman es nuestra respuesta al Viejo Mundo y es el bardo supremo de la religión americana. Y creo que él entendía esto. Su intención
era que Hojas de hierba fuera la nueva Biblia americana y que reemplazara al Testamento en la versión del Rey James. Obviamente esto no ha sucedido salvo en un grupo de seres esotéricos y altamente cultos.
–Sin embargo me imagino que las obras de Walt Whitman serían ofensivas para gente religiosa: por su homosexualidad y su visión de la libertad individual...
–Whitman nunca ha sido aceptado por ninguna de nuestras religiones: los mormones, los pentacostalistas, los adventistas, los baptistas, los cristianos científicos, los absolutamente dementes Testigos de Jehová... Los espiritualistas africanoamericanos en modo alguno le han tenido simpatía. No. Whitman está solo. Pero, este profeta solitario se mete en el mundo entero. Whitman siempre te sorprende, se infiltra en tí.
–Sé que al escribir La religión americana no tuvo intenciones de hacer análisis político. Pero, ¿el libro puede ayudar a comprender cómo funciona la política en los EE.UU.?
–Nunca fue un libro político, sin embargo es imposible dentro de los Estados Unidos separar la política de la religión. Durante toda su historia se han mezclado. Y la religión americana ha sido peculiarmente comprometida con la política. Yo recuerdo que mi libro era muy melancólico y profetizaba que nunca jamás volveríamos a tener un presidente o un congreso del Partido Demócrata porque la religión americana se pone, por naturaleza, al lado del Partido Republicano. Lo que no tuve en cuenta fue la estupidez republicana de un hombre, Benito Bush...
–Yo lo llamo “Jorge”.
–Bueno, yo le digo Benito. Obama no habría ganado las elecciones si no hubiera sido por la caída de Lehman Brothers (nota del Ed.:
La casa de inversiones que fue a bancarrota el 15 de setiembre de 2008 provocando uno de los desmadres financieros más grandes de los Estados Unidos). De golpe, todo el país se dio cuenta de que estábamos en una recesión económica masiva gracias a las políticas de los republicanos y de Bush. Y se puso en evidencia, cada día que pasaba, que McCain y los republicanos no tenían una respuesta a este problema.
–¿Entonces no ve la presidencia de Obama como una redefinición histórica del pasado racista de los Estados Unidos?
–My dear. No es presidente porque ha habido un cambio de paradigma en la vida americana. O porque la religión americana ha perdido sus facetas más duras o dementes. Es presidente porque la política de Bush de sólo cobrarles impuestos a la clase baja y la clase media y dejar que los ricos siguieran enriqueciéndose en detrimento de todos los demás, fracasó. Ahora la economía está en ruinas y colapsando a gran velocidad. Mis amigos economistas, acá en Yale y en Nueva York, en quienes tengo una gran confianza, pronostican una catástrofe total. Ven que se viene 1929 de nuevo, haga lo que haga Obama. Por supuesto espero que estén equivocados. Pero si tienen razón, estamos en serios problemas.
–¿Usted tiene una visión muy pesimista sobre el mundo secular y político. Pero esto contrasta con la gran alegría de la literatura y la exuberancia con la cual escribe sobre ella.
–Lo mejor de la cultura americana siempre ha sido su literatura. En términos de las grandes artes, la pintura americana, por ejemplo, no es gran cosa si lo comparás con la tradición de la pintura europea. Dentro de la música el jazz –Louis Armstrong, Charlie Parker, Charles Mingus, Miles Davis– toda la tradición del jazz americano, es una contribución al arte del mundo. Pero de todas las artes nuestra literatura es la más fuerte. Y la literatura americana es, antes que nada, Walt Whitman y la tradición que él creó. Entonces, para contestarte, uno puede exaltarse por la literatura americana, que aún está sana y salva; uno puede estar exultante también con el jazz americano, salvo que ha perdido su audiencia frente al horror del hip hop que ha degenerado la imaginación musical afro-americana...
–Volviendo al libro: ¿qué lugar ocupa dentro de su obra completa?
–Ha encontrado lectores en muchos lugares... Pero otros libros míos que influyeron en el estudio de la literatura, como La angustia de la influencia o Cábala y crítica,
son mucho más conocidos. Y, por supuesto, los libros populares que comencé a escribir en los años 90 como El canon occidental y Shakespeare: la invención de lo humano; estos libros han conseguido una audiencia de millones de lectores. El mundo de los libros, en todo el mundo, está en graves problemas dado el gran desorden económico. No creo que la era del libro esté llegando a su fin pero sí que el libro está frente a tiempos bien duros.
–¿Piensa que este libro podría ser ofensivo para alguna de las iglesias? ¿Le pondrían una “fatua” como a Salman Rushdie?
– (Largo silencio) La gran esperanza para los Estados Unidos es que la religión americana está fragmentada como un caleidoscopio o como un gran diamante que ha sido desmenuzado en cientos de pedazos. No hay una organización central y, además, no se caen bien entre ellos. Los fundamentalistas fascistas odian a los mormones, quienes por su lado odian a los pentecostalistas. Y así sigue, los Testigos de Jehová están totalmente dementes. Allí está la salvación para el país, entonces. Sí. Bueno. De todas maneras yo soy un paria, pero en el campo académico. Desde 1968, con lo de políticamente correcto, he tenido una experiencia borgiana (él mismo me dijo una vez que me tenía simpatía en ese sentido). Desde 1968 hasta ahora yo he estado peleando en un tremendo conflicto guerrillero contra lo que ha pasado con el estudio de la literatura en las universidades de este país.
–¿Esa lucha en qué consiste?
–Es una lucha solitaria contra la idea de que se tiene que valorar a la literatura sobre la base de la orientación sexual, o sobre la base de los orígenes étnicos, o sobre la base de la pigmentación de la piel o sobre la base de las ideas políticas de cualquier índole. Yo he sido condenado al ostracismo como racista y sexista y hasta como conservador, lo cual es hilarante porque soy cualquier cosa menos un conservador, ya sea en términos religiosos o literarios. Al contrario. He sido la figura principal en canonizar los principales escritores americanos en poesía, desde Wallace Stevens hasta John Ashbery; o de poetas más jóvenes de hoy como Henri Cole o Rosanna Warren y Anne Carson. He sido una figura principal en establecer la reputación de Faulkner y también en resaltar a Philip Roth, Don Delillo y Cormac McCarthy, Thomas Pynchon, etcétera. Entonces es ridículo considerarme un conservador cultural. Sigo enseñando en Yale donde me he convertido en una institución dentro de la institución. Soy como una universidad de un solo hombre dentro de la universidad. Y ya son 55 años. Pero lo hago como un disidente.