Maga de los confines
Liliana Bodoc. La novelista Márgara Averbach destaca en la narradora santafesina las astucias para llevar la épica de fantasía a una escala superior.
Primero, la leí. Después, nos conocimos. En el medio, hubo dos libros y después, muchos más. Leí la Saga de los Confines en voz alta, en elauto, para mi familia, una costumbre de siempre. Y la fascinación del universo de Liliana Bodoc fue tan grande que mi compañero, que, en general, rechaza la fantasía, me dijo en broma que yo no podía irme de viaje por trabajo si antes no terminaba la lectura del tercer tomo. Pero ese fue solo el principio porque, para mí, Liliana fue (es, iba a decir) más que una de mis escritoras favoritas: fue y es una amiga enorme a pesar de la distancia (yo, en Lomas de Zamora; ella, en San Luis). En ese sentido, lo que pueda escribir sobre ella no puede ser sino un recuerdo personal, que no excluye a la lectora.
Pensemos en La saga de los Confines, compuesta de tres libros, Los días del venado, Los días de la sombra y Los días del fuego. El primer tomo me abrió un camino como autora: hasta entonces, yo no me atrevía a escribir fantasía. Me parecía un género estadounidense, no sudamericano. Bodoc era argentina y había escrito esa maravilla así que me senté, escribí mi propia Historia de los cuatro rumbos y se la dediqué a mis dos modelos, Liliana Bodoc y la estadounidense Ursula K. Le Guin, fallecida la semana pasada y que también admiraba a Bodoc. Con esa dedicatoria, Susana Aimé, la editora, le pidió a Liliana que presentara el libro. Yo no creí que Liliana viniera. Vino, sí, y cuando se sentó a mi lado, no era la autora de moda, era solamente Liliana.
Nos hicimos muy amigas. Nos interesaban los mismos temas –los temas sociales, la naturaleza, la enfermedad del dinero, la magia, la belleza del lenguaje–. Liliana planificaba sus libros; quería creer en el poder de las palabras para cambiar las cosas, para luchar contra la injusticia. Ella creía que el idioma humano está íntimamente ligado con lo que nombra; que la realidad externa, el referente, importa mucho, aunque el centro de la literatura sea el verbo mismo. En uno de sus últimos libros, los sacerdotes de un monasterio inventan una profecía para cambiarlo todo. Eso hace Bodoc, eso hizo siempre: tenía conciencia del poder de las historias.
La fantasía (muchos nos negamos a llamarla “fantasy”, en inglés) era parte de su escritura incluso en los libros más “realistas”, como Elisa o Presagio de carnaval. Y dentro del género mismo, Bodoc rompía tradiciones y las mantenía, al mismo tiempo, como hacen los grandes. Decía que la Saga, su mayor éxito, era su respuesta a J.R.R. Tolkien... Esto la pinta entera. A ella la había emocionado El señor de los anillos pero había visto el corazón eurocéntrico y racista de la obra y por eso, su homenaje al “maestro” también era un rechazo, planteaba un debate. Había un núcleo de valor infinito en Liliana Bodoc. En lugar de ignorar lo que le había molestado en Tolkien, había decidido ir directamente al encuentro de ese “maestro” y desdecirlo en la Sudamérica profunda. Quedaban además sus cuentos, libros como Sucedió en colores, y otras novelas fantásticas, como Memorias impuras y El espejo africano.
Algunas veces, casi sin darse cuenta, en un reportaje, decía verdades profundas sobre la relación entre literatura y realidad; sobre el arte y el género. Por ejemplo, decía que muchos creen que la fantasía es un género fácil, sonso, “infantil”, y que en realidad es al revés; que la parte valiosa del género es especialmente difícil porque obliga a los lectores a entender un referente del que no saben nada, un referente inventado por el escritor. Así, frente al desprecio que se suele tener por los géneros populares –ese desprecio que también sufrió Ursula Le Guin–, Liliana define la fantasía como compleja y al mismo tiempo, honra a sus lectores, capaces de seguir leyendo con paciencia hasta entender el referente desconocido.
La lectura es un momento de comunicación entre un escritor o escritora y sus lectores y ese momento crea una comunidad. Sus libros hablan de comunidades y las crean. Lo van a seguir haciendo cada vez que alguien se adentre en su universo, con sus civilizaciones en lucha por la vida o en el de su última serie, en la que ella, con su valentía de siempre, toma un tópico (el dragón) que, según dijo, no le interesó nunca, y consigue reinventarlo, reconstruirlo, hacerlo suyo.
Las comunidades que crea Bodoc, dentro y fuera de los libros, tienen el poder infinito y difícil de las asambleas. Tal vez por eso una de las escenas que la muestran con mayor exactitud sea el final de otra serie, Memorias impuras, en la que la libertad depende de que una piedra arrojada desde un escenario no toque el piso. Ese milagro lo consigue la magia de cientos de voluntades que la pasan de mano en mano sin dejarla caer jamás. Así, con ese milagro grupal, nos sostienen tus palabras, amiga.