GOZOS EN UN HOTEL ANÓNIMO
Enrique Vila-Matas, en diálogo. Venía de publicar Dublinesca, inspirada en un editor melancólico. El más literario de los españoles bromeaba así sobre la sacrificada vida del autor y el disertante. ¿Debemos creerle?
Hay que sustituir la palabra realidad por la palabra verdad”, pide Enrique Vila-Matas, autor de Dublinesca, su reciente novela. En lo que respecta a la verdad, no hay una sola ni es absoluta: hay finitas pero múltiples posibilidades de verdad que se manifiestan en la creación literaria. Lo dice quien pasó de autor catalogado como un escritor de escritores a ser una rara avis de bestseller, ganador de los premios Rómulo Gallegos y Medicis Étranger, afín a esa zona de memoria ficticia en la que lo real se entremezcla con la fantasía para constituirse en biografías de seres tan parecidos y a la vez tan distantes al autor como los protagonistas de París no se acaba nunca o la reciente Dublinesca .
“Se acerca más a la verdad Franz Kafka – asegura, en una pausa del Tercer Congreso Internacional de Periodismo Cultural, organizado por la revista Cult y con sede en San Pablo– hablando de las relaciones con su padre (de las relaciones con el poder) que un periodista que informa sobre algo teóricamente real pero que no necesariamente es la verdad. Eso es la realidad mediática”, distingue Vila-Matas.
El autor catalán es una máquina de narrar que se activa con cualquier cosa que pueda sucederle en la calle. Para que la vivencia se haga literatura debe despertar asociaciones, remitir a otras lecturas, películas, hechos anteriores que se parecen al que está viviendo, y entonces la asociación es el puente entre la vivencia y la novela.
La máquina se obtura en el momento en el que se trata de abordar todo el caos de la época en la que nos encontramos y viajar en unos segundos de México a Tokio y de Tokio a…
“Quiero intentar contar todas las historias que tienen lugar en este mundo. Esto surge la imposibilidad de abarcarlo todo, unido a que me muevo en un mundo personal, muy singular, único y privado. Esa ambición extraordinaria solo podría atribuírsela con éxito a un escritor como Roberto Bolaño. El chileno intentó abarcar todo, hasta el futuro, y fue la mente literaria más ambiciosa que ha aparecido en cuanto a la posibilidad de abarcar todas las narraciones, y, en esa continuidad, mantener una historia de personajes en lugares diferentes”, explica.
–Vivir vidas simultáneas: un eje que podría articular la pasión del escritor y del lector…
–El otro día estuve hablando de un cuento de Henry James que me parece premonitorio, se llama “La vida privada”; es muy sencillo. En una reunión en Suiza, en un hotel, un escritor inglés está departiendo con otros congresistas en el salón y alguien descubre que mientras él está departiendo con la gente del congreso, está también escribiendo en su habitación. Tiene un doble.
– ¿Usted mantiene el hábito de la escritura durante los viajes de compromiso literario?
– Sí, son buenos para mí, aprovecho para pensar fuera del ordenador… Sirve para descongestionar, tomar notas para la continuación de la novela en la que estoy trabajando. Sirve para el contacto con otras personas. La vida cotidiana es muy gris y siempre se ve a los mismos en una cotidianeidad sin alicientes. Los humanos tenemos horas y horas al día en las que no nos damos cuenta de que podemos cambiar continuamente, y tenemos a nuestra disposición cosas diferentes de las que hemos tenido hasta entonces. Sin embargo, siempre hacemos lo mismo y tenemos capacidad para todo lo demás. Somos como los fantasmas de Charles Dickens, muy tontos, porque vuelven al armario de la habitación, a la familia que tenían. Todo el mundo a disposición y vuelven al lugar donde fueron desdichados; tenemos tendencia a una vida cotidiana en la que se repite mucho todo. Es un rasgo cómico, idiota, porque la posibilidad de cada día de encontrar algo nuevo es más interesante. El viaje, es cierto, te obliga a estar despierto, atento a no perder el avión.
Fin de época
Samuel Riba, el protagonista de Dublinesca, que se considera el último editor literario, convence a unos amigos para acudir al Bloomsday, el día del juicio del Ulises, y recorrer el corazón de la novela de James Joyce. Viaja para celebrar el funeral de la era de la imprenta, en un mundo seducido por la era digital. Asiste todos los días conmovido al espectáculo de la rama noble de su oficio –editores que todavía leen y a los que les ha atraído siempre la literatura– que se van extinguiendo sigilosamente a comienzos de este mlenio.
–Esos “funerales de la era Gutenberg” a los que se refiere la novela, ¿qué consecuencias tiene para la literatura?
– Se gana en vitalidad; la negatividad conduce a lo contrario. Es decir, la literatura que está a punto de ser enterrada en Dublinesca termina renaciendo al final; es un vivo que parecía muerto y está más vivo que nunca. No voy a hacerme el puritano diciendo que Internet no me interesa; yo estoy todo el día ahí... Pero se pierde mucho en Facebook y en Twitter en el lenguaje abreviado; los más jóvenes están perdiendo la construcción de la frase, la complejidad de la literatura. Se está hablando cada vez peor, con frases simples. Vamos a llegar a una pérdida total de la complejidad del lenguaje que me recuerda a ese poema de Wallace Stevens en el que habla de dos hojas a las que mueve el viento y describe el sonido. Y ese sonido es terrible porque es solo ruido y carece de significado. Acabaremos siendo solo hojas.
– Cada día parece terminarse algo, en la era del relato apocalíptico…
–Hombre, se está hablando que se va a terminar la prensa escrita, pero eso ya se dijo en los años 60, justo cuando la televisión, a través de la muerte de J.F.Kennedy, dio el
salto y perjudicó a los periódicos y la prensa escrita. Ya entonces ocurrió eso, pero pasaron cincuenta años y seguimos bastante bien, creo. La gente no se acuerda, hay poca memoria del caso.
–¿Su posición es avanzar desde la incertidumbre, lanzarse al vacío?
–Sin duda escribo para averiguar de qué quiero hablar. Una vez, he escuchado al escritor Juan Benet decir que iba por las cuatrocientas páginas de la novela y todavía no sabía de qué se trataba. Me pareció una lección fenomenal de lo que es escribir. Construyo la historia sin censura, en función de lo que ha surgido inesperadamente, tanto si me gusta como si no. Y voy dejando que Vila-Matas avance y que me sorprenda.
– O sea, el devenir de la trama nunca se diseña de antemano.
– No, actualmente no.
– Después, llega el trabajo de edición y montaje.
– Cuando tengo un borrador, sé qué era lo que quería contar que no sabía, aquello que me gusta como lo que no, pero averiguo de qué quiero escribir con la práctica misma. De hecho, aquí en el hotel no avanzo en la novela; las palabras mismas me conducen al argumento.
– ¿Cuál es su horario?
– Bueno, de siete y media hasta las dos o tres de la tarde. Después es la conexión con la realidad; es un poco la hora de comer con mi mujer, veo las noticias, compro los periódicos, paso a un estado de información más alejado de la ficción en el que me he movido por la mañana, cuando estaba más despierto mentalmente. Por la tarde, puedo estar pensando en lo que escribo y tomando nota de alguna idea para el día siguiente. Pero ya por la tarde es una situación distinta, más social, me encuentro con personas, estoy comunicado con el mundo.
–¿Vive en esta época?
– Me encanta esta época; si eligiera vivir en un pasado cercano o remoto, me aburriría la tranquilidad. Naturalmente, estoy todo el rato deseando estar tranquilo pero he conocido ya otro tipo de ansiedad y me aburriría, igual que me aburro profundamente en el campo, con la felicidad de los años 20. Me interesa más la maldad y la estupidez actual. Es apasionante para un novelista.
– ¿Cómo se define el ser contemporáneo?
– La estupidez es la clave, la palabra exacta. Vas a leer Nota sobre la estupidez, de Robert Musil, o bien a Flaubert cuando habla de su sobrino, que será financista: “Dentro de poco todos los hombres, toda la gente joven, la generación de mi sobrino, serán hombres de negocios”. Él hablaba ya de hombres de negocios que están donde estamos nosotros, biznietos del sobrino de Flaubert.
–Afirma Ud. que “escribir es escribir lo que escribiríamos si escribiéramos”. ¿Qué escribiría si escribiera eso que todavía no escribió?
– Todos aún estamos por escribir la primera página, como los libros sagrados a los que les falta la primera página. Todo libro es incompleto. Para poder escribir lo que quisiéramos escribir, necesitaríamos confianza en el lenguaje.