Sampleos de una memoria bélica
Agustín Fernández Mallo. Es un innovador consumado, en la tradición de la novela paranoica y al gusto “postpop”. Lectura de su Trilogía de la guerra.
En Nocilla Dream (2006), la novela que lo puso en la escena literaria española, asistíamos a la poética de un escritor DJ que sampleaba fragmentos. En su premiado nuevo libro –Biblioteca Breve 2018–, sus personajes radicalizan aún más el procedimiento para entregarnos “fragmentos extendidos”, retazos de poesía pegados en novelas cuidadosamente enhebradas. Nacido en A Coruña en 1967, Agustín Fernández Mallo ha dado e inspirado varios nombres a su generación; reside desde hace años en Palma de Mallorca.
En derivas por paisajes proliferantes, los personajes de Trilogía de la guerra aman las combinaciones inesperadas: Karl Marx murió el 14 de marzo de 1879; Albert Einstein nació el 14 de marzo de 1883; algunos versos de “Poeta en Nueva York” de García Lorca anticipan la caída de las Torres Gemelas; las Torres Gemelas son la casa de pasto y la casa de madera de una fábula como la de Los Tres Chanchitos.
Una estadía en la Isla de San Simón, campo de concentración de republicanos luego de la Guerra Civil española, inicia el viaje al pasado –y a la disolución– de uno de los personajes. El narrador busca conocer de qué materia está hecho el tiempo. En datos sobre el sistema solar, ve indicios: Venus tarda 243 días en girar sobre su eje y 224 en dar la vuelta completa al Sol. Es decir, un día en Venus es más largo que un año en Venus.
Así como los campos de concentración rasgan la temporalidad del siglo, el dato sobre Venus le sirve para proponer una estructura de tiempos alterados. Las modificaciones no solo se producen en la historia sino también en los cuerpos: cuando una comunidad de animales se ve aislada: los ejemplares grandes de ese territorio tienden a reducir su tamaño y los pequeños, a aumentar el suyo. Eso ocurrió con los elefantes enanos y con las ratas gigantes de la Isla de las Flores, cerca de Java.
Se trata de un dispositivo de supervivencia global que tiende a equilibrar las especies. Uniendo información sobre Venus con otra sobre la isla del Pacífico, entramos en la noción de historia que se pergeña en su Trilogía. Un narrador “aislado” planea un experimento psicológico: una rutina rotatoria consistente en retrasar una hora diaria todas sus tareas. Así hasta acabar cenando a las 7 o desayunando a las 22, hasta diluir todo vestigio de la vida en comunidad y remitiendo a experiencias como las de Primo Levi en Si esto es un hombre.
En las políticas del sampling recombinante de las novelas y en los trances oníricos de los personajes, se diluyen diferencias entre lo existente e inexistente, entre personas vivas y muertas. El tiempo se dobla. Las cosas y los cuerpos del pasado son relojes que se curvan y derriten dentro de un cuadro de Dalí. ¿Es la historia la que se vuelve maleable y elástica o, a la inversa, son los imaginarios cristalizados que se conservan del pasado los que se vuelven plásticos para dar nacimiento a un “nuevo” tipo de Historia?
Internet es un ente que no tiene cuerpo. Un gigante cerebro que vaga como una nube por el planeta sin encontrar la grasa y los huesos donde encarnarse. Se trata de un organismo nuevo y primitivo al mismo tiempo. De avanzada, porque la información prescinde de la materia para desplazarse. Y primitivo, a mitad de camino entre nosotros y los microorganismos que hace millones de años salieron del agua para iniciar la vida: “En el Principio solo había humanos”, –dice la narradora en la tercera parte–. Los objetos son descendientes de los humanos. “De modo que los seres humanos no somos el final sino el principio de la cadena evolutiva. Los fósiles somos nosotros”.
Esta teoría posthumanista de la historia se yergue como propuesta de otra política de la memoria para el siglo XXI. Samplear es una forma de habitar el futuro: esa frase también podría haberla pronunciado alguno de los personajes en sus diálogos. Como a Rodolfo Walsh, a quien un día de los años 50 la noticia de un fusilado que vive lo hace dejar el ajedrez y los cuentos policiales que escribe, en Trilogía de la guerra las noticias de un campo de exterminio de republicanos o las noticias de los refugiados del siglo XXI que llegan a las costas de Europa hacen desertar a los personajes de las teorías de física cuántica que leen, de los blogs que alimentan y de los fragmentos de literatura donde aparecen.
Más de medio siglo después de Operación Masacre, de Rodolfo Walsh, A sangre fría, de Truman Capote, y Un millón de muertos, de José María Gironella –autor de una tetralogía de la Guerra Civil–, Fernández Mallo concibe una suerte de Yes-Fiction, un ácido reverso del género del testimonio y la no ficción. La historia del siglo XX ha sido un collage surrealista del mal, un experimento psicológico de gran escala con millones de muertos reales, un montaje que ni la imaginación de los escritores más distópicos pudo parir.
Como una evocación de Los anillos de Saturno, de W. G. Sebald, las novelas de la Trilogía están estructuradas como círculos concéntricos que avanzan y retroceden. Esta capacidad para abandonar y retomar temas le da a la prosa un oleaje marino, un empuje militar. Desde los contornos de las tres novelas se va avanzando hacia el centro fantasma de la Trilogía. Como las divisiones del Ejército Rojo y norteamericano de la Segunda Guerra, que van hacia el centro de Europa ingresando por las costas de Normandía o partiendo desde Moscú para hacer retroceder a los alemanes que ocupan Bielorrusia y París.
Así, como un ejército derrotado es empujado hacia atrás en la Historia, los acontecimientos son arrastrados hacia los centros de gravedad de las novelas: Manhattan, Normandía, Vietnam, Montevideo, la isla de San Simón, los años 30, los años 60. Volver hacia atrás en la novela produce aceleración y lleva al presente, al futuro: volver a las playas de Normandía lleva a la narradora directo al espectáculo de ver, desde la arena, las olas de refugiados que entran a Europa expulsados por las guerras del siglo XXI.
Los personajes deambulan por un tiempo minado, sembrado de indicios supervivientes. Fernández Mallo extrae poesía de los tempestuosos restos de la historia. “Es un error dar por hecho lo que fue contemplado”, dice el verso del poeta beat Carlos Oroza que, como un ritornello, aparece uniendo las tres novelas. La luz de las estrellas es un ejemplo de astronomía que le da su imagen al poema: deambulando por el presente, los personajes reciben el baño de muchas estrellas muertas.