A LA VEZ DANDY Y AGITADOR
Entrevista con Tom Wolfe. Mano a mano con uno de los pioneros del “Nuevo Periodismo”. Aquí vaticinaba que solo la mixtura de ficción y realidad tiene futuro.
De los grandes escritores estadounidenses vivos que trazan su linaje desde Melville y Twain, desde London y Dos Pasos, desde Hemingway y Faulkner, y hasta Truman Capote y Hunter S. Thompson, ¿quién queda aún parado en el ring? Hay solo una respuesta: Tom Wolfe. El inventor del Nuevo Periodismo. El último dandy americano. El reportero impecable, incansable e innovador que pudo retratar tribus de los 60 tan heterogéneas como los monjes lisérgicos del Bus Mágico de Ken Kesey y los aviadores cojonudos de la NASA.
Tom Wolfe, el autor de tres novelas dickensianas, de más de 600 páginas cada una, que retratan a los Estados Unidos en todo su fulgor, ambición, belleza y perversión en los 80, los 90 y los 00, respectivamente (The Bonfire of the Vanities, 1987, A Man in Full 1998, I Am Charlotte Simmons, 2004). Acaba de cumplir 78 años y sigue con más energía, ganas y lucidez que cualquiera de los ya-no-tan-jóvenes escritores que se jactan por ser el próximo Gran Novelista Americano, como Jonathan Franzen, David Foster Wallace o Jeffrey Eugenides. ¡Y en solo dos meses este legendario Tom Wolfe viene a Buenos Aires para presentarse en la Feria del Libro! Entonces nos fuimos urgente a visitarlo a Miami, la última gran capital latinoamericana, para charlar sobre qué está escribiendo y pensando, y sobre cómo llegó a ser Tom Wolfe. Cordial y sonriente, me recibe en su hotel preferido de un barrio recoleto y exclusivo de Miami llamado Coconut Grove. Y no defraudó. Revivió el debate con su némesis, el difunto pugilista literario de Brooklyn, Norman Mailer: “No sabe escribir diálogos porque no escucha. Sólo sabe escribir sobre Norman Mailer”. Me contó el secreto detrás de su traje blanco: “Por muchos años me sirvió como substituto de una personalidad”.
Confesó algunas intimidades existenciales: “La gran decepción de mi vida fue no ser jugador de béisbol profesional. Si me hubieran dado un contrato, aunque fuera para la cuarta división, felizmente no hubiera escrito una sola palabra”. Y me entretuvo con descripciones de su próxima novela, Back to Blood, que toma como tema central la temática social de los Estados Unidos en este nuevo siglo: sus inmigrantes. Por más que haya vivido casi la mitad de su vida en Nueva York, aún mantiene el suave acento sureño de su Virginia natal y también el aire de caballerosidad y distensión que uno asocia con los sureños.
“Esta nueva novela que estoy escribiendo ahora se llama Back to Blood; sangre en el sentido de linaje. Acá en Miami, por ejemplo, hay una confluencia de distintas nacionalidades y de grupos étnicos. No son solamente los cubanos. Hay haitianos, nicaragüenses; ahora están entrando los rusos. Lo que me fascina es que Miami es el único lugar donde –hasta donde he podido averiguar– más de 50% de la población son inmigrantes recientes. Los Estados Unidos está lleno de inmigrantes pero en este caso me refiero a los que llegaron desde 1960. Y lo increíble es que controlan el gobierno local. Ha sido muy interesante estar con las autoridades cubanas porque me han tratado muy, pero muy bien. ¡Pero de golpe te das cuenta! Están haciendo el esfuerzo de ser gentil contigo porque tú perteneces a una minoría. Nunca había tenido esa sensación”.
Aunque Tom Wolfe consiguió un doctorado en estudios americanos en la Universidad de Yale, descubrió luego que su pasión era el periodismo. Decidido a ser un reportero en la Gran Ciudad pasó primero por un diario pequeño, el Springfield Union. Después, entre 1959 y 1962, trabajó en The Washington Post como cronista de la ciudad (y también, por seis meses, reportó desde Cuba tras la toma del poder por Fidel Castro). Allí comenzó a cultivar su estilo de prosa idiosincrática llena de onomatopeyas, perspectivas inusuales y metáforas rimbombantes. Ese estilo, por accidente, terminó siendo una de las características del Nuevo Periodismo, un género de reportaje literario que, según la leyenda, inventó Wolfe casi sin querer. En 1963 estaba trabado con una nota para la revista Esquire
sobre gente que modificaba sus autos convirtiendolos en Hot Rods. Trabado y desesperado sobre el cierre, mandó 49 páginas de sus apuntes –escritas de una manera casi automática– a su editor para que él escribiera la nota. Pero el editor publicó los apuntes tal cual. Allí nació la leyenda.
Desde 1987, cuando publicó La hoguera de las vanidades, Wolfe se ha dedicado mayormente a la ficción. Sus tiempos de gestación son larguísimos, en parte porque documenta sus novelas minuciosamente y con el rigor de un periodista de investigación. La novela Un hombre entero le llevó once años. Su intención declarada fue devolver la novela estadounidense a la tradición del realismo: “En este momento débil y pálido y desgastado de la historia de la literatura americana necesitamos que un batallón de Zolas se lancen a este país salvaje, barroco y desopilante y que lo reclamen como propiedad literaria.” Aunque sus tres novelas han sido best-sellers y lo convirtieron en millonario, las críticas fueron matizadas y colegas como Updike y Mailer y John Irving lo insultaron públicamente: era un periodista que no tiene por qué o con qué meterse en la Literatura. –Escribió “Cazando la Bestia de un Mil Millón de Pies” hace más de 20 años. ¿Algún escritor siguió ese manifiesto?
–No. Creo que nadie me hizo caso. Bueno, hubo uno. Uno que es terriblemente bueno que se llama Richard Price. No sé si necesariamente estaba respondiendo a lo que escribí en ese ensayo pero de alguna manera tomó la idea de salir a la calle y conseguir material trabajando. Su primera novela se llamaba The Wanderers y estaba basada en su adolescencia en el barrio del Bronx y su experiencia en ser parte de una pandilla. Es una novela muy graciosa y en momentos conmovedora. Y después escribió dos novelas más basadas en su experiencia personal. En ese ensayo que mencionas yo escribí que Emerson dijo que cada persona tiene una gran autobiografía dentro de ella, si simplemente sabe entender lo que es único de su propia experiencia. Pero no dijo que cada persona tiene dos autobiografías para escribir. Bueno, este Richard Price se salvó porque se volcó a reportar y a meterse en vidas ajenas.
–¿Su método de reportar cambia cuando es para una novela?
–No. Es lo mismo. Pensé que iba a ser mucho más fácil escribir ficción porque, bueno carajo, lo inventas nomás. Pero para mí simplemente no lo fue. Terminé trabajando tanto para La hoguera de las vanidades como lo hice para Lo que hay que tener.
–Si intenta mirar su carrera objetivamente, ¿qué le parece más importante: su trabajo en el Nuevo Periodismo o sus novelas?
–No me gusta hacer eso porque me hace sentir más cerca de la muerte. No miro para atrás. No pienso en mi carrera. No me gusta hacer eso.
–Entonces podría preguntar: ¿nunca dudó al investigar para una de las novelas, que en realidad el material sería mejor usado en una obra de no ficción?
–Mira. Pasó lo siguiente... yo sospecho que mi no-ficción es más importante, desde el punto de vista literario, que mis novelas. Lo que pasó originariamente es que iba a hacer un trabajo de no-ficción sobre Nueva York. Algo siguiendo las líneas de Vanity Fair del novelista inglés del siglo XIX, Thackeray. Había escuchado que el compositor Leonard Bernstein iba a dar una fiesta en su departamento de Park Avenue para los Black Panthers (grupo político de acción directa de los años 60). “¡Dios mío!” pensé, “¡Los Black Panthers en Park Avenue!” Quería una invitación. Mi mujer trabajaba en la revista Harpers y una tarde en que pasé a buscarla entré en la oficina de David Halberstam –que estaba vacía– ¡y allí estaba esa invitación increíble a la fiesta en Park Avenue en el duplex de Bernstein con los Black Panthers! Entonces llamé y di mi nombre diciendo que aceptaba. Eso fue la acción de un reportero intrépido. No me imagino un escritor debilucho de ficciones haciendo algo semejante. Es que es considerado tan indigno hacer algo así. Mira, un reportero es alguien con una taza de mendigo que está esperando una contribución a la cual no tiene derecho. Pero simplemente tienes que quitarte la vergüenza y el pudor de encima y meterte en las vidas de los otros. Y estar a la merced de sus agendas y sus horarios.