Revista Ñ

ENTRE LA AUSENCIA DEL PADRE Y TRUMP

Entrevista con Richard Ford. Novelista central de las letras estadounid­enses, medita sobre las memorias familiares secretas, su personaje Bascombe y la influencia de lo político en su obra.

- POR RAQUEL GARZÓN PUBLICADO EL 14 DE ABRIL DE 2018

Ese que se ve a lo lejos, alto, delgado, vestido de azul de la camisa a los zapatos (aunque con medias rojas), bajo el sol de una Nueva York que regala 20° en una mañana de invierno, de pie frente a la entrada de un edificio, es Richard Ford, uno de los mejores escritores estadounid­enses. Que haya bajado a franquear la entrada desde el departamen­to que alquila en un piso 21 del Upper West Side (cerca de Columbia, donde da clases), define en un solo gesto su inusual cortesía. Acaba de publicar el bellísimo Entre ellos. Recuerdos de mis padres y vendrá por primera vez a Argentina a presentarl­o. Esa es la excusa de este encuentro que se prolongará por dos horas, un vaso de agua y dos de jugo de tomate, que el ganador de los premios Pulitzer, Pen/Faulk ner y Princesa de Asturias 2016 buscará mientras piensa cómo responder algo. Su obra, un acorazado de elocuencia y talento en trece libros, tiene por mascarón de proa la tetralogía de Nueva Jersey, iniciada en 1986 con El periodista deportivo, que la revista Time listó entre las 100 mejores novelas escritas en inglés. Protagoniz­adas por Frank Bascombe, el hombre de a pie de su literatura, tan capaz de mordacidad como de gestos de ternura, le ganaron al autor de El Día de la Independen­cia un lugar en los anaqueles de la Gran Novela Americana. Ford y Bascombe envejecier­on juntos (el personaje está jubilado y ha sobrevivid­o a la pérdida de un hijo, divorcio, un cáncer de próstata y un robo que le puso dos balas en el pecho), pero el autor se desmarca de él, aunque le haya prestado, entre otras cosas, la hepatitis que arruinó su experienci­a militar y su temporada como colaborado­r de revistas de deportes. “Le hago decir cosas que no creo y que sé groseras y ridículas”, sostiene; un lote en el que caben cada tanto soliloquio­s que destilan machismo, tensiones raciales y dudosos kits de superviven­cia. “Yo ya no me miro al espejo, es más barato que la cirugía”, sentencia por ejemplo en Francament­e, Frank (2014), que registra tanto las cicatrices del 11-S como las del huracán Sandy. “Tomo notas para el quinto libro de Bascombe. Se llamará Be Mine y transcurri­rá el Día de San Valentín”, anticipa con acento sureño ante la mesa del comedor, devenida escritorio.

–¿Lo ayudó la literatura a explorar sus monstruos?

–No que yo sepa. No escribo por razones egoístas o terapéutic­as; no albergo reticencia­s para incluir algo escandalos­o o biográfico u ordinario si es en beneficio del texto. Pero creo que soy tan común que losdemonio­s que puedo tener son los de cualquiera.

–Si tuviera que nombrarlos, ¿cuáles listaría?

–El miedo al fracaso, la inadecuaci­ón de la propia capacidad de amar, el egoísmo. No es mucho más.

–Suma a una versión revisada de “Mi madre”, de 1988, un texto inédito sobre su papá. ¿Por qué sintió necesidad de escribirlo?

–Quise hacerlo antes de morir. Desde que publiqué el texto sobre mi madre junté material. Escribir sobre él era distinto, más desafiante. Su trabajo de viajante de comercio lo mantenía lejos de lunes a viernes y murió del corazón cuando yo tenía 16 años. Sólo tengo retazos. Lo extrañaba.

–¿Le teme a la muerte?

–No, en absoluto. No me gustaría que me pasara lo que a mi amigo Sam Shepard: tener una enfermedad debilitant­e como el ELA, que me mantuviera vivo y muerto al mismo tiempo, pero me avergonzar­ía sentir miedo. Implicaría no haber vivido plenamente. Pero lo hice.

-La realidad estadounid­ense empapa sus ficciones pero no elige, como Dos Passos, por ejemplo, escribir grandes novelas corales sino contar los EE.UU. a través de vidas personales, de pequeños relatos...

-No leí a Dos Passos. Era de derecha, realmente conservado­r, no me interesa. Es justo decir que elegí escribir cierto tipo de relatos, pero lo hice sin ninguna opción porque así veo las cosas. No me relaciono con el mundo por medio de generalida­des o estudios demográfic­os o sociológic­os sino por medio de individuos. Mi objetivo es defender lo subjetivo, la vida individual. -Francament­e, Frank se ambienta en la “resaca del dolor” y la devastació­n del huracán Sandy en 2012. ¿Está escribiend­o sobre el huracán Trump?

–No, pero si lo hiciera tendría algún tipo de relación, tangencial como en todas mis novelas, con la situación política. Lo que hizo que ganara Trump las elecciones y explica que no sea rechazado y juzgado son un cinismo y un nihilismo muy hondos, no sólo sobre el gobierno sino sobre la sociedad estadounid­ense que abarca a la mitad de la gente. Sensacione­s tóxicas que nos hacen mirar dentro y no hacia el mundo. La nove

la para la que estoy tomando notas retomaría la relación entre Frank y su hijo Paul, que morirá a una edad temprana. Alguien me dijo que refleja como corolario cierto deseo de muerte, una gran violencia, que se ha hecho lugar en el país.

–¿Qué le permite narrar la voz de Bascombe que no había podido contar antes?

–No había logrado un personaje que fuera astuto y, a la vez, completame­nte visceral. Unir el cerebro y el coraje era algo crucial para mí; un modo de acceder al humor. Tengo un buen sentido del humor que no había podido llevar a mi literatura.

–El humor que proponen sus libros nunca es sencillo. Es irónico y puede ser crudo.

–Henry James decía: “No hay temas más humanos que los que reflejan la confusión de la vida. La relación entre la dicha y el sufrimient­o, entre las cosas que ayudan y las cosas que dañan”. Creo que da una convincent­e descripció­n de lo real. El humor existe en esa confusión. Y alivia.

–Borges decía: la realidad no tiene forma y la construcci­ón de la intriga intenta poner en orden el “asiático desorden del mundo”.

–Me encanta Borges. Lo conocí en 1973, en una conferenci­a. Kristina -Hensley, su mujery yo estábamos viviendo en Michigan. Hice dedo en medio de una tormenta de nieve para estar ahí.

–¿Qué define a un escritor?

–Es un hombre que no tiene nada más que hacer.

–Eso es un chiste.

–No, es lo que decía Thoreau: “Un escritor es alguien que no teniendo nada que hacer, encuentra algo para hacer”.

–Bien, ¿pero qué cree que no se puede enseñar acerca de ser escritor?

–Un escritor tiene que tener sus propios materiales, instintos, deseos. Eso no se enseña. Cuando leo algo que me acerca un alumno, sólo reflejo para él cómo me afecta. Y él ve cómo trabajan sus intencione­s, comparando esas expectativ­as con lo que yo sentí al leer.

–Kristina y usted decidieron no tener chicos, pero las relaciones paterno-filiales articulan muchas de sus ficciones. ¿Qué es más difícil, ser hijo o padre?

–No sé por qué una cosa sería más difícil que la otra. Nunca me haría esa pregunta. Pero sí puedo responderl­e por qué escribo sobre familias: porque son universale­s. Todos tienen una. Los vínculos que se mantienen en la familia son diferentes y probableme­nte más fuertes que muchos otros aunque no sean perfectos.

–Leonard Cohen solía recordar que escribió su primer poema a los 9 años, al morir su papá. Buscó una de sus camisas, puso el poema en un bolsillo y enterró ambos en el jardín. Sintió, según decía, que el lenguaje se relacionab­a con lo sagrado. ¿Coincide?

–Mentiría si dijera que tuve un momento así. Pero puedo afirmar que estoy de acuerdo: el lenguaje es sagrado. Llegué a sentirlo con el tiempo. Cuando era joven, era una experienci­a tan compleja para mí. Soy disléxico. Nadie leía en mi casa, no podía leer y me frustraban las palabras en la página... Así que desarrollé un buen oído y la capacidad de enfocarme. Si uno no presta atención, lo que ocurre se vuelve muy borroso.

–Estará de la Feria del Libro de Buenos Aires por primera vez. ¿Tuvo contacto con la literatura argentina, tras el encuentro con Borges?

–La literatura para mí es un país en sí mismo, con su paisaje. No quiere decir que en Argentina no haya un importante mundo literario. Pero no me importa porque que yo viva en EE.UU. para mí no significa nada. Lea el relato; es todo lo que tiene que saber.

–¿Cómo es estar casado medio siglo?

–Todo lo que escribo transmite mi curiosidad, a veces frustrada, acerca de lo difícil que es conocer a alguien. Emerson decía que en todos subyace una infinita lejanía y esa idea es una de las fuerzas dramáticas más decisivas que hallé siendo escritor. Porque la lejanía une y separa al mismo tiempo, de un modo bastante misterioso. Dos personas que hablan, se aman, se pelean y duermen juntas pueden acercarse tanto... Kristina y yo hemos hecho todo lo humanament­e posible para conocernos. Nada que yo haya hecho en la vida puede compararse ni remotament­e con eso.

–¿Qué permanece oculto?

–Un estudiante me preguntó: “¿Alguna vez pensó que ella podía dejarlo?”. ¡Por supuesto! Y sería terrible. Trato de achicar las probabilid­ades, limito lo desconocid­o, aceptándol­o. Pero aún siento que algunas cosas que hace Kristina son enigmática­s. Tiene, por ejemplo, una especie de entusiasmo misionero: cree que mis graves imperfecci­ones pueden corregirse. Las inconstanc­ias y una especie de obscenidad graciosa que le encantan en mis amigos. Yo lo intento, ella lo intenta y no es perfecto. Pero está bien.

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LEONARDO CENDAMO
 ?? ARCHIVO PERSONAL ?? El autor con su mujer, Kristina Hensley: más de medio siglo en pareja, sin hijos por decisión.
ARCHIVO PERSONAL El autor con su mujer, Kristina Hensley: más de medio siglo en pareja, sin hijos por decisión.

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