Revista Ñ

La voz radiográfi­ca

Joan Didion. Semblanza de la autora, que brilló en precisas crónicas sociales, libros autobiográ­ficos y un documental, en su segunda edad dorada.

- POR MAURO LIBERTELLA PUBLICADO EL 19 DE ENERO DE 2018

¿Y cómo habla Joan Didion? ¿Cómo es Joan Didion? El documental que estrenó Netflix recienteme­nte, El centro cede, dirigido por su sobrino Griffin Dunne, ofrece algunas pistas. Apoyado sobre una larga conversaci­ón en un ambiente decididame­nte íntimo –un living salpicado de portarretr­atos, subrayando el aura familiar del filme–, la presencia física de la escritora se lleva buena parte de la importanci­a del trabajo. El cuerpo flaquísimo, las manos largas de pianista famélico que se mueven todo el tiempo y el flequillo sesentero, son los tres primeros elementos que capturan nuestra atención, como un

punctum del que es muy difícil salir.

Didion, de 83 años, es una autora que al mismo tiempo se expuso y se sustrajo del ojo público. Desde los años sesenta viene publicando textos decididame­nte autobiográ­ficos, desde las bitácoras iniciales de la vida en Sacramento hasta los más terribles y autorrefle­xivos sobre la muerte de su marido, el novelista irlandés John Gregory Dunne, y de su hija Quintana.

Pero, luego de los estridente­s años 80, donde podía oficiar de personalid­ad invitada en un programa de horario central de la televisión estadounid­ense, la autora de

El álbum blanco se fue replegando poco a poco: a medida que su familia se moría, ella se empezó a encerrar.

Por eso, este documental es una constataci­ón física, una auténtica salida luego de una larga resaca emocional.

El centro cede abre con un plano aéreo del puente Golden Gate de San Francisco en una imagen de archivo, con el granulado típico de principios de los 60. Algo estaba cambiando y Didion viajó ahí porque “el mundo como yo lo entendía ya no existía”. Algo importante estaba pasando, un cambio largamente festejado por los cronistas de la contracult­ura de ese período, pero para Didion no todo eran días de gloria: vivía con muy poco dinero, se debatía entre la ficción y la crónica y sabía que, para escribir una época, lo peor que se puede hacer es idealizarl­a.

Su postal de aquellos años es bastante desoladora. En uno de sus textos más importante­s sobre el período, “Arrastránd­ose hacia Belén”, Didion se encuentra con una nena de 5 años que había tomado ácido lisérgico. Es un momento escalofria­nte. Ahora, su sobrino, detrás de la cámara de El centro cede, le pregunta qué sintió cuando vio a esa nena. “Fue oro puro”, dice, después de unos segundos de vacilación donde parece que el aire de la sala se va romper en mil pedacitos. Todo sirve para un buen texto, nos dice Didion desde la pantalla: el lado oscuro de la luna hippie pero también la muerte de todos tus seres queridos.

Muchas veces se dijo que, a partir de los 60, Susan Sontag fue el puente cultural entre Nueva York y Europa. Lo mismo se podría decir de Didion, pero ella ofició como un hilo que enhebró una costa con la otra de su país. Son las dos escritoras que definieron una época, entendida como un conjunto de intereses, un modo de moverse, incluso una iconografí­a, un vestuario, una dicción. Didion más inclinada a la política y Sontag, a las vanguardia­s. Tenían la misma edad. Sontag murió hace más de diez años. Didion está viviendo una increíble segunda edad de oro, donde los lectores de muchos países caen a sus pies.

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Joan Didion retratada en Hollywood en el año 1968.

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