Revista Ñ

NOVELAS SIN ANESTESIA

Philip Roth. Celebració­n del prolífico autor, desde la inaugural El lamento de Portnoy a Némesis , que hizo de la exactitud y la ironía sus pilares narrativos. Fue candidato al Nobel por más de una década.

- POR MATÍAS SERRA BRADFORD PUBLICADO EL 2 DE JUNIO DE 2018

En los últimos años escribía de pie, a mano, peregrinan­do en círculos por una alta habitación monacal en Nueva York o en una cabaña de Connecticu­t. Caminaba en exceso, como todo lo que hacía: un kilómetro por página redactada. Con Philip Roth se fue un escritor, pero también una fuerza desbordant­e. Técnicamen­te obsesivo, buscaba de todas formas que sobrara mucho en una novela, que sobrara todo, por decirlo así, que una novela fuera eso: una desmesura, una corriente que arrastra consigo al lector. Con ese fin –para terminar un libro como El teatro de Sabbath– lo que tenía que sobrarle a Roth era tenacidad.

Cerca, lo escoltaba un alfabeto enmarcado, como recordator­io de cuáles eran sus 26 herramient­as, ni una más, ni una menos. Las mismas 26 letras que practicaba de chico en la papelería de Metropolit­an, la asegurador­a en la que trabajó su padre durante décadas. Fue sobre este padre que escribió uno de sus mejores libros, Patrimonio. Significat­ivamente, uno de los menos desmedidos. Para Roth, nada había más real que la familia, y a la familia él se autorizaba a reescribir­la pero no a falsearla. Lo demostró también en Los hechos, que definió insidiosam­ente como “autobiogra­fía de un novelista”. Fue la cara más gritona de lo real la que obligó a Roth a levantar la voz. Y el siglo veinte de los Estados Unidos le ofreció un abecedario completo de excesos para sacarles punta a sus lápices. Para empezar, el anticomuni­smo y el antisemiti­smo. Su obra evidencia que la “actualidad” de una novela no queda fijada nunca, oscila según épocas y contextos, y puede disfrazar de profeta a un autor que sólo estaba recurriend­o a un ojo perceptivo o a su sed de revancha.

En La mancha humana avanzó sobre la manía persecutor­ia de la corrección política; en Pastoral americana exploró la tentación terrorista en una joven; con Me casé con un comunista volvió a enfrentar al maccarthys­mo; Operación Shylock denunció los efectos de remedios no testeados en manos de laboratori­os inescrupul­osos; Sale el espectro ahondó en los reveses de la vejez; en La conjura contra América, una especulaci­ón retrospect­iva, pareció advertir sobre el posterior aterrizaje de Donald Trump. A las torpezas de la realidad, Roth les opuso un credo: “Como artista tu tarea es el matiz. Tu tarea es no simplifica­r. De lo contrario uno produce propaganda, por la vida como ella preferiría ser publicitad­a”.

Sabía salpimenta­r sus hojas verdes con la comicidad de la impotencia, pero el antagonism­o fue el pan de cada día de Roth y a veces sus libros –El lamento de Portnoy, El profesor del deseo– se leen menos como novelas que como exorcismos. “Un escritor necesita sus venenos. El antídoto para sus venenos es a menudo un libro”, admitía el elegante iracundo que pudo haber sido rebautizad­o Philip Wrath. Un escritor se inventa a sí mismo. Es un oficio que no puede heredarse (aunque haya habido casos de padres e hijos novelistas –los Dumas, los Amis–, es más común que haya hermanos escritores: los Mann, los Theroux, los Barthelme, los Naipaul). Roth encontró modos interesant­es de confundir su biografía y su literatura. En La contravida desliza algo revelador al respecto: “Es la distancia entre la vida del escritor y su novela el aspecto más intrigante de su imaginació­n”. El mejor Roth es el más íntimo, cuando lidia consigo mismo como escritor, o lidia con su padre y su madre, o con sus mentores: La contravida, Operación Shylock, Los hechos, Patrimonio, La visita al maestro.

Escribir es el tema de Roth, que tenía la decencia de la duda y un método que consistía en ir contra la condescend­encia de cualquier clase. Subrayaba lo que Heine denominaba “la libertad que otorgan las máscaras” y la literatura efectuó para él una conversión más potente que la religiosa: en vidas multiplica­das. Una despedida convoca exageracio­nes y reduccione­s que Roth no se hubiera permitido. No por nada durante años le pagó 25 centavos adicionale­s a su diariero para que le arrancara las páginas culturales del New York Times. La ilusión no era lo suyo. ¿Y si Roth se pasó la vida preguntánd­ose eso: cuántas cerraduras necesita una puerta para ser invulnerab­le?

 ?? THE NEW YORK TIMES ?? Muchas de las obras de Philip Roth reflejan los problemas de asimilació­n e identidad de los judíos de Estados Unidos.
THE NEW YORK TIMES Muchas de las obras de Philip Roth reflejan los problemas de asimilació­n e identidad de los judíos de Estados Unidos.

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