PRIMER PLANO DE UNA PIONERA
Sara Facio. La retratista estrella del boom cuenta cómo empujó la fotografía en instituciones conservadoras. Junto a otro gran fotógrafo, evoca su pareja con María E. Walsh.
En el pasillo de entrada a La Azotea, junto a una pila de libros, me recibe María Cristina Orive, la fotógrafa guatemalteca con quien Sara Facio fundó en 1973 esa editorial, la primera en la Argentina dedicada a realizar libros fotográficos de autor. Un momento después aparece Sara. Conversamos afectuosamente – la conozco hace casi 30 años– mientras observo en su biblioteca algunas fotos de ella junto a grandes como Grete Stern y Annemarie Heinrich y esculturas de Kosice y Minujín. Sara es, sin duda, una de las mayores figuras en la fotografía argentina de hoy. No sólo por sus famosas retratos de escritores sino además por haber abierto los primeros espacios institucionales dedicados a la fotografía.
-Naciste en San Isidro. ¿Cómo era tu casa?
-Vivíamos en una casa grande llena de perros y gatos y un jaulón con pájaros. Padre comerciante y dos hermanos. Era la protegida de mi papá.
-¿Y el arte estaba ya en tu casa?
-Había música. Era una familia de origen italiano y, por ende, ligada a la ópera. Pero también había literatura. Mucha. Luego, en la escuela pública, demostré habilidad para el dibujo y empezaron a hacerme dibujar los pizarrones en las efemérides.
-¿Cómo fue el paso a tu vocación artística?
-Cuando salí de primaria, las maestras que me hacían dibujar las efemérides me empujaron a ingresar en la Escuela de Bellas Artes y después en la Pueyrredón. Allí tuve como profesores a tipos como Emilio Pettoruti, Jorge Larco, Enrique de Larrañaga...
-¿Te identificabas con alguno?
-No. Pensaban que éramos unas burguesitas amantes del arte y, bohemios como eran, nos detestaban.
-¿Cómo te sentiste frente al arte?
-Y... más tirando a bohemia. Una de las profesoras nos entusiasmó para presentarnos a una beca en París. Nos presentamos tres amigas: Bety (Alicia D’Amico), Laura Varese y yo, y la ganamos, aunque Laura desertó enseguida porque se casó.
-¿Cómo les fue?
-Vivimos regio, aunque modestamente, como estudiantes. El proyecto era hacer un libro sobre la historia del arte, lo que nos empujó a investigar muchísimo y a visitar museos. Recorrimos Europa estudiando.
-¿Fue ese momento el que te formó artísticamente y te abrió la cabeza en otros aspectos?
-¡Absolutamente! Me dio una manera independiente de vivir que nunca dejé. Me impulsó a hacer lo que quería, a aprender.
-¿Y cómo entró la fotografía en tu vida?
-Cuanto volvimos, el padre de Alicia tenía un negocio de fotografía donde hacía comuniones y bautismos, y a mí me fascinó el hecho de entrar a un laboratorio.
-¿Entraste por el laboratorio?
-Sí, un 8 de diciembre él no daba abasto con las de comuniones. Claro, estas estudiantes de Bellas Artes con experiencia en París iluminaron aquellas fotos como si fuesen cuadros de Vermeer...
-¿Cómo era tu relación con Alicia D’Amico?
-Nos llevábamos muy bien. Hicimos una sociedad sin el menor roce respecto de todo lo que fuera trabajo. Sin competencia.
-¿Por qué se separaron?
-Empezamos a tener diferencias intelectuales. Por ejemplo, el enfoque sobre el feminismo, o la interrupción forzada del embarazo. Yo siempre pensé que una mujer tenía derecho a decidir abortar, pero también a ser madre. Ese fue el cisma entre las dos.
-¿Qué influencia tuviste de tantos escritores que fotografiaste y especialmente de quien compartió 38 años de vida contigo: María Elena Walsh?
-María Elena era una amiga para mí, no una escritora. Que además fuera escritora era otra cosa. Igual que Alejandra Pizarnik.
-¿Había entre ustedes debates artísticos? -Conversación, todo el tiempo. Yo la escuchaba muchísimo. Siempre tenía un punto de vista diferente. ¡Y siempre tenía razón! -Vos también has dicho lo que pensabas muchas veces, sin importarte las críticas. -¡Siempre! Más allá de los sentimientos, había un respeto intelectual absoluto. Siempre hemos dicho lo que pensábamos. Y además lo hemos firmado... en su momento, no veinte años después (Se emociona). -¿Cómo hace una fotógrafa para combinar su trabajo personal con el montaje de espacios para la exhibición de fotografía de arte, como los que creaste en la Fotogalería del San Martín y más tarde en el MNBA?
- Creo que mi característica es abrir caminos.
-Muchas veces te manifestaste contra expresiones de izquierda pero gran parte de tu obra es sobre escritores de izquierda.
-¡¿Qué tiene que ver?! A mí lo que me molesta es el fanatismo. Neruda fue el poeta de mi juventud y de mi madurez y no lo voy a desestimar porque fuera comunista. Además hay que decir que en la época en que él fue comunista, había que serlo...
-¿Proyectos?
-Bueno, dejé de ser curadora del Museo de Bellas Artes.
-¿Eh...? ¿Cuándo?
-Hoy.
-Eso sí es una primicia.
-Cuando hice la última exposición, en diciembre de 2010, dije que me iba y no me creyeron.
-Como le pasa a Mirtha Legrand...
-¡Pero yo no soy como Mirtha Legrand, soy como Greta Garbo! Ya hice todo lo que quería en ese puesto.
-¿Y qué vas a hacer ahora?
-Antes de irme, quiero ordenar el archivo. Haré una historia de la fotografía argentina.
Se levanta. “Te voy a mostrar la cantidad de fotos que tengo..., que incluyen también tuyas”, dice. “Una vez que lo haga, lo voy a donar”.
-¿Y tus herederos?
-Los herederos son la tercera peste de los fotógrafos. La primera son los editores; la segunda, los diagramadores. ¿Querés ver el Roux de que te hablé?
Se refiere a un cuadro que Guillermo Roux le regaló en una fiesta por el 25 de Mayo que hizo con María Elena Walsh.
Abre una puerta casi secreta, que conduce a un departamento contiguo. “Era de María Elena y aquí voy a hacer su Fundación”. Veo los dibujos de Quino y de Sábat alegóricos a María Elena Walsh y el primer disco de oro de ella. Sobre una chimenea, está el cuadro. En él, bajo un cielo argentino, un sol asoma en el horizonte con el rostro de María Elena en el medio. Detrás, se lee: Febo Asoma.