1980: ¿una ovación contra la dictadura?
Escribe Federico Monjeau. El brillante crítico lee Música, dictadura, resistencia, de Esteban Buch, cuyo núcleo es un concierto de Daniel Barenboim.
El ensayo de Esteban Buch, Música, dictadura, resistencia (en FCE) toma como punto de partida la gira de la Orquesta de París dirigida por Daniel Barenboim, y su concierto del 16 de julio de 1980 en el Teatro Colón, con la Quinta sinfonía de Gustav Mahler. No fue una gira más: la solidaridad de varios músicos de la orquesta francesa con las víctimas de la dictadura argentina no dejaría de hacerse pública, lo que detonó un complejo entramado de incidentes diplomáticos y malabarismos críticos.
En su libro, Buch expande ese hecho en tres temporalidades diferentes, con sus respectivos capítulos: el primero, “Una semana”, narra la preparación de la gira; el segundo, “Dos horas”, se sumerge en la instancia del concierto y en su recepción crítica; el tercero, “Treinta y cinco años” es una exploración autobiográfica que enhebra una cadena de posibles significaciones o formas de resistencia musical (de “Canción de Alicia en el país”, la pieza de Serú Girán que el autor oía con fruición en su adolescencia, a las “Marchas para malograr la victoria”, de Mauricio Kagel).
Buch se aventura en una fascinante y arriesgada progresión, que va desde la objetividad de los hechos reales y el trabajo de archivo y de campo hasta la especulación autobiográfica. Me animaría a decir que, a partir de un hecho histórico que en principio podría considerarse acotado, terminó escribiendo el más estético-filosófico de sus libros.
El nervio fundamental de la progresión del libro se encuentra en la parte central. Si el primer capítulo daba una imagen de la torpeza militar, el segundo proporciona el cuadro no siempre edificante de la crítica local: ante la posición “antiargentina” de la Orquesta, no faltó quien propusiera no aplaudirla, por ejemplo. Pero la documentación es solo un aspecto de algo más decisivo. El segundo capítulo es principalmente un ensayo de hermenéutica, cuyo punto de partida es una interpretación del filósofo T. W. Adorno sobre la Quinta de Mahler como obra anticipatoria. Según Adorno, la Marcha fúnebre deja oír “un grito de espanto ante algo peor que la muerte” y preanuncia los campos de concentración y exterminio.
Esa ejecución de la orquesta francesa en el contexto de la dictadura argentina y esa interpretación filosófica de la Quinta sinfonía llevan al autor a una investigación de campo. ¿Qué sintió el público? Dada la trascendencia de los incidentes, ¿fueron los calurosos aplausos que siguieron a la ejecución una forma de crítica al gobierno militar? Buch busca testimonios entre los abonados del Mozarteum, y la respuesta es invariablemente: no. No estábamos pensando en eso. Era simplemente la emoción de la música.
Uno de los puntos más atractivos es la conversación imaginaria que el autor mantiene con el filósofo alemán Theodor Adorno, a quien cómica y afectuosamente califica de “optimista”: por su creencia en el valor intrínseco del arte y en la potencia crítica que el arte verdadero mantiene con el mundo real por el solo hecho de existir. Sería la promesa del arte.
Me gustaría agregar que esa idea del “optimista” Adorno es una especie de consuelo metafísico que tiene una primera formulación en el “pesimista” Arthur Schopenhauer. El arte, y en particular la música por su condición intraducible, es una suerte de mundo en duplicado, y nadie nos quita que este mundo en duplicado pueda ser un poco mejor que el primero.
Desde luego, esta postulación metafísica es completamente indemostrable, pero ¿qué sería de nosotros si toda presunción estética tuviera que ceñirse a la corroboración histórica?