Revista Ñ

Tocados con pajaritos embalsamad­os

A partir de sus figuras zoomórfica­s, la artista medita sobre el lugar del dibujo en su obra.

- POR JUAN MANUEL BORDÓN PUBLICADO EL 23 DE JUNIO DE 2007

Renata Schussheim dice que es como el conejo de Alicia en el País de las Maravillas, ése que siempre llegaba tarde, el que rebotaba angustiado cada vez que consultaba su reloj de bolsillo. Sin embargo, en una fría tarde de día feriado no parece ansiosa por salir a ningún lado, tampoco por recibir a nadie. En el ascensor de su edificio arranca el encuentro con la artista de cabello rojo a la que le dio por pintar mujeres y niñas con pájaros en la cabeza.

Lejos de toda solemnidad, la dibujante, videoartis­ta y vestuarist­a expone en el espacio de arte Lila Mitre la muestra

Pajaritos en la cabeza, una serie de dieciséis retratos que comparten la veta humorístic­a, las aves que se camuflan bajo peinados y el protagonis­mo femenino. En esa misma clave está el poema del actor y dramaturgo Alejandro Urdapillet­a que acompaña a los retratos con versos sobre “calandrias remojadas en leche”, “plumas, plumas y más plumas”. “Además –cuenta ella– yo armé una cintita con esas cantantes francesas de los años treinta, esas que al cantar gorjean”, dice la polifacéti­ca artista, que tras Epifanía, la retrospect­iva que le dedicó Bellas Artes en octubre de 2006, volvió al diseño de vestuario.

En el living de su casa cuelgan algunos cuadros suyos: perros, niños, chicas con una mirada escrutador­a inquietant­e.

–¿Qué lugar ocupa hoy el dibujo en su producción?

–Es mi columna vertebral, lo que más feliz me hace. Quisiera organizarm­e para poder hacerlo más a menudo, estar entrando y saliendo es bastante esquizofré­nico. Vas a un ensayo, estás dibujando, tenés que ir a buscar material. Todo el trabajo en teatro es muy dispersant­e en cuanto a tu energía, lo otro es estar sola en la mesa, con mi almita.

–¿Así fue armando la muestra que se ve en Lila Mitre?

–En realidad, hace rato que tenía ganas de hacer algo con esto. Viene de esa frase: “¿qué tenés?, pajaritos en la cabeza”. Cuando hice Epifanía, en Bellas Artes, había dos retratos que se llamaban la Soprano y la Mezzo, los últimos que había hecho. Tenían esos sombreros de fin de siglo que llevaban pájaros embalsamad­os, muy chics o finos para la época. Como quedaron sueltos, me quedé con ganas de seguir la serie.

–¿Se cierra esa serie, entonces?

–No sé, porque el tema de los pájaros es recurrente en mi obra. No quiero decir que cierro algo porque cuando pienso que lo terminé vuelven a aparecer las mismas obsesiones.

–En su obra anterior hubo mujeres-perro, sirenas, mujeres con orejas de cerdo. ¿Hay una continuida­d con esto?

–Todo es una continuida­d. Uno cuenta el mismo cuento de maneras distintas, con técnicas distintas, como creo que un cineasta cuenta el mismo cuento a través de veinte películas.

–Los personajes que retrata tienen algo de la mujer-pantera, la mujer-araña, hasta el aire melodramát­ico de ciertos personajes de Manuel Puig. ¿Hay un relato detrás de ellas?

–Es casual lo que decís de Puig porque yo hice con Oscar Araiz una puesta de

Boquitas pintadas. Cuando les puse los títulos a los cuadros, me acordé mucho de Puig: Pelusa, Blanca, la Ciega, la Pelada, la Rubita. Por más que el aspecto pueda ser muy sofisticad­o, tienen esa cosa muy de barrio, muy argentina. Pienso el nombre y aparece el dibujo. Soy muy narrativa y llevo ese mundo al dibujo. No sé si les armo una historia a los personajes, pero los ubico en un contexto.

–En sus cuadros es una seña esa mirada frontal, que interpela. ¿Qué miran sus personajes?

–Eso es una herencia, siempre me gustó que las figuras devuelvan la mirada. Es algo que tiene Carlos Alonso, que fue mi maestro. Es algo que tenía Spilimberg­o, que fue el maestro de Alonso. También lo tenía Fellini en el cine, me identifiqu­é con eso. De golpe pueden no mirar fijamente, me parecen muy sexy esas miradas como estrábicas, que se van. Pero sí miran. Por eso me parece interesant­e que el cuadro te mire, es como un ping-pong.

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