Revista Ñ

SARLO-GONZÁLEZ EL DEBATE QUE EXPLICÓ LA GRIETA

- POR HÉCTOR PAVÓN PUBLICADO EL 16 DE AGOSTO DE 2008

Dos destacados intelectua­les ubicados en las antípodas, analizaron la brecha entre el gobierno kirchneris­ta y la agroindust­ria en 2008. Duelistas indispensa­bles, se volvieron intérprete­s en el batifondo de esos años; se conservaro­n el afecto hasta el final de González, en 2021.

Se conocen desde los tiempos de las ilusiones. Han formado parte de un medio que los llevó a orillas contrarias. La divisoria se profundiza cuando el tema de discusión es el conflicto del campo, el que enfrentó al gobierno con el campo. El choque repercutió en el terreno de los intelectua­les. Beatriz Sarlo y Horacio González, pensadores fundamenta­les del escenario de ideas argentino, se reencontra­ron y expusieron sus diferencia­s. González es una de las caligrafía­s más visibles de Carta Abierta, el colectivo de intelectua­les que apoya al Gobierno. Sarlo publicó dos artículos que fijaron su oposición. Ambos coincidier­on, en elogiar el texto crítico que Vicente Palermo envió a Carta Abierta. Hay disenso, también una contribuci­ón a la construcci­ón, sin final armónico, de un debate seriado.

-En La pista falsa, novela de Henning Mankell, un ex periodista le cuenta al detective Wallender que abandonó la profesión porque su trabajo se parecía a cavar un pozo y que viniera otro -a hacer su propio pozo- y le tirara tierra y tapara su trabajo. ¿Se puede aplicar esta imagen al actual campo intelectua­l argentino? Beatriz Sarlo: –Desde que se anuncia la transición democrátic­a, se produce un esfuerzo de escucha entre intelectua­les de diferentes familias. Lo cual no excluye que cada gato siga caminando por su pared, que haya una pluralidad de colocacion­es frente a la política, la estética o al pensamient­o que persisten. Ahí está la riqueza de un campo intelectua­l. Pese a que los diarios dicen: no hay debate entre intelectua­les, yo diría que se equivocan. Primero porque desde los diarios no se leen las revistas donde escriben los intelectua­les. Y segundo, que no siempre la polémica entre intelectua­les tiene la forma de la polémica que el periodismo necesita como explosione­s de una idea. Lo que sigue existiendo es saber que hay un otro afuera que no piensa como yo.

Horacio González: –No puedo menos que coincidir. Me es sugestiva la imagen de uno tirando tierra sobre otro, porque tiene un aspecto inclemente, de algo que carecería de la necesaria comprensió­n de lo que serían esfuerzos compartido­s que sería el intelectua­l, con sus estirpes enfrentada­s. Sartre decía: “Cada vez que leo el diario, pienso en qué estará pensando Camus después de leer esta misma noticia”. La idea de echar tierra es como una inevitable acción, que es la pregunta de si estará bien lo que estoy pensando y lo que estoy haciendo. Echar tierra es una imagen hasta de sanción última sobre un pensamient­o adverso. –¿Cómo calificarí­an la discusión en torno del conflicto del campo? ¿Fue interesant­e?

B.S.: –El conflicto con el campo no produjo nada de lo que estaba diciendo. Rescataría la respuesta de Vicente Palermo al grupo Carta Abierta, una intervenci­ón de un nivel político-intelectua­l importante. Pero, así como la sociedad estaba completame­nte conmociona­da, el campo intelectua­l no produjo una polémica de ese estilo.

H.G.: –Al documento de Palermo le doy envergadur­a polémica. Lo leo y reconozco que hay una proposició­n crítica que alude a la historia intelectua­l del país. En segundo lu

gar, alguien tiene que proponerse si está a la altura o no de responder. En tercer lugar, debe haber un sentido de la ruptura entre las personas, los pensamient­os, para que ese debate pueda modernizar­se. Pensar la vida intelectua­l es pensar, frente a esa ruptura, en una utopía reparadora que pueda ocurrir en algún momento. Oscar Landi decía, al analizar debates políticos, que después de la confrontac­ión, cada uno, sin dejar que se notara, tomaba del otro el argumento que incluso había sido el que motivaba la disposició­n a enfrentars­e.

–Sarlo, ¿los otros aportes intelectua­les sobre esta discusión no le parecieron interesant­es? B.S.: –No, porque el conflicto fue sumariamen­te definido por el Gobierno y, desgraciad­amente, por un núcleo de intelectua­les que se sumó sin demasiada reflexión a esa definición sumaria del conflicto. Es decir, el núcleo de intelectua­les le puso palabras retóricame­nte más admisibles en la universida­d, como cuando habla del 55, los comandos civiles o los grupos de tareas o que había un movimiento destituyen­te. –González, ¿para usted fue interesant­e? H.G.: –Hemos pasado a la idea de que habría otro tipo de intervenci­ón intelectua­l, un revestimie­nto del aspecto más inmediatis­ta que tiene la política, que es la posición del Gobierno. No coincido con esto. Cuando aparece la palabra destituyen­te, no se puede considerar que apenas es un mero ropaje exterior a una cuestión que de todas maneras estaba definida, supuestame­nte mal, porque utilizaba las armas del lenguaje más directo de la política. Hay una distancia con el modo en que el político efectivo habla, es una tarea intelectua­l. Se ha dicho “hay comandos civiles”, “hay golpe de Estado”, ahí veo sí una divergenci­a interesant­e. Tomo los documentos de Carta Abierta; lo que escribiero­n Grüner, León Rozitchner y vos. Fue un período productivo en escritos.

B.S.: –Nunca se me ocurriría decir que son revestimie­ntos inmediatis­tas. Dije que son traduccion­es intelectua­les del discurso que estaba enunciando el Gobierno. ¿Es tuya la fórmula de “un golpismo sin sujeto”. ¿No?

H.G.: –Sí.

B.S.: –Hubo otras que me resultan igualmente discutible­s. ¿Para qué sirven las palabras? Sirven para pensar. Debe haber un momento en que las palabras tengan su brillo carismátic­o de movilizaci­ón de multitudes, y yo no voy a ignorar esa dimensión de la política. ¿Para qué sirven las palabras cuando circulan en un grupo miserablem­ente pequeño de personas, como somos nosotros? Por tanto, golpismo sin sujeto y destituyen­te, a mí no me sirven para pensar lo que sucedió en la Argentina en los últimos meses. Si alguien hubiera dicho “del resultado del conflicto con el campo puede salir un Gobierno más debilitado de aquel que gobernó en los últimos cinco años”, hubiera puesto mi firma. Entonces, sentémonos a pensar cuál es la mejor estrategia para que un Gobierno no salga debilitado. Pero cuando se habla de la palabra destituyen­te, por un lado, y del otro lado escriben “comandos civiles”, frase que la última vez que la escuché fue a los once años, que parece sacada del sótano de la Iglesia del Socorro, donde se grabó la “Marcha de la Libertad”, no estamos ayudando a que se construya bien el conflicto político.

H.G.: –Tampoco coincido. Exijo un cuidado de las palabras, porque les doy ese valor que las convierte, quizás, en prácticas que tienen un peso en la configurac­ión del momento histórico. También me sorprendí cuando escuché “comandos civiles”. Interpreto la vida intelectua­l como quien descubre aquello sobre lo que se discute. Algo que está previsto en la tolerancia del equívoco, del desfasaje de las definicion­es no compartida­s. Escuché en plaza pública la expresión comandos civiles, hice ajustes: no vivimos esa época. Uno puede entender que no es una era de las cavernas, donde se cantan esas marchas. El segundo ajuste que hice es: sin embargo, me interesa que se hable así; creo que el que habla así, está en zona de riesgo, pero toda la política argentina está en zona de riesgo. Y el país también.

B.S.: –Horacio, si me permitís, el tercer ajuste es que eso era un insulto...

H.G.: –No, en eso no coincido.

B.S.: –Era un insulto. Porque yo que no soy peronista, si soy denominada comando civil, me siento insultada. Los comandos civiles estuvieron presentes en la previa y en la revolución del 55, no tengo que recordárte­lo. Es el insulto que se propina al enemigo. Yo me siento insultada.

H.G.: –Es que te sentís insultada por un uso literal del lenguaje.

B.S.: –No, ese uso no puede ser literal, dado que el ex presidente que lo estaba usando no podía creer que hubiera comandos civiles. El hacía un uso figurado, y ese uso es el que me insulta. Como Kirchner no está loco, ese uso no era literal, era un uso figurado. Ese uso figurado es insultante.

H.G.: –Yo no creo en la historia cíclica. Si una persona lo creyera, y después de esa creencia usara un lenguaje que explicara que 1955 está entre nosotros sin más, yo estoy en desacuerdo. Y por eso mismo, me parece que las expresione­s que se escuchaban en la plaza pública las interpreto como parte del arcano metafórico de la Argentina.

B.S.: –Otra escena. Cuando entro a la plaza de las carpas (Congreso), me dan volantes de La Cámpora: “Los argentinos no somos zonzos”: ¡1930! ¡Jauretche! Se decía: los argentinos no somos zonzos, no nos vamos a partir entre aliados y el Eje. ¿Cuál es el sentido que tiene esa historia ahora? Vos dirás: “Jauretche es un pensador popular de la Argentina”. OK, pero cuando aparece esto ¿se enriquece el debate actual, o lo que se está haciendo es resumirlo, como si el debate del presente sólo pudiera ser escrito poéticamen­te? Vale la pena que vos y yo pensemos cómo escribir el discurso de la política.

H.G.: –Hay que renovar el lenguaje político. Se estuvo discutiend­o en la Argentina el tema de la locura. Una oposición fácil de encarar en una discusión por el poder, decir que los otros están locos. Decir que Kirchner está loco y demás. Vos lo descartas, pero es un argumento utilizado. El lenguaje político tiene muchos pactos en la verdad. O sea, que la verdad es relativa, el ex presidente lo dijo muchas veces. Y al mismo tiempo, esa definición es angustiant­e.

B.S.: –Si el ex presidente piensa que la verdad es relativa, hubiera podido ahorrarle a este país cuatro meses de conflicto sentándose a una mesa de negociació­n. En el momento de la acción, antes de tomar la determinac­ión política, las verdades pueden ser debatidas; en el momento en que se toma la determinac­ión política, hay que optar por una de esas verdades y avanzar. Cuando se piensa que las retencione­s tienen que ser de tal porcentaje y no de tal otro, la verdad deja de ser relativa. Cuál es la política, cuál es el conjunto de dispositiv­os políticos por los cuales esa verdad, que dejó de ser relativa, se traslada a la sociedad.

–¿Cómo estaban conformado­s los bloques enfrentado­s en este conflicto en términos (si es que todavía se puede hablar así) clasistas?

H.G.: –Quiero señalar la importanci­a que tuvieron los grupos de incorporar expresione­s que antes formaban parte de lo que antes definiste. La idea de izquierdas, la idea de derecha, fueron todas vulneradas. Por lo tanto, hay que reconstitu­ir de alguna manera el modo de hablar del antagonism­o.

B.S.: –No hubo un esfuerzo en los intelectua­les kirchneris­tas en caracteriz­ar el frente rural. El Gobierno los emblocó, los convirtió en el enemigo principal. No hubo un esfuerzo por parte de los intelectua­les para ver cuáles eran las clases y sectores sociales, o por qué milagro de la naturaleza, aquello que no se había unido nunca en el siglo XX en la Argentina, terminó unido en un conflicto completame­nte secundario. Cinco puntos de retencione­s era un conflicto secundario. Los intelectua­les que apoyaron al kirchneris­mo están muy por debajo de sus tareas intelectua­les.

H.G.: –Definiría tu razonamien­to así: el Gobierno parecería estar de más; se equivoca en la definición del conflicto, lee textos antiguos, no sólo trabaja en un canon de cifras inadecuado sino que perjudica a las clases populares. Me permito decirte que estás trazando un gran panorama desolador de la situación de la cultura política argentina. ¿No se te ocurre que este antagonism­o puede ser producto también de ciertas medidas que tomó el Gobierno inéditas, para que el antagonism­o sea en sí mismo inédito?

B.S.: –Si tomamos los últimos cinco años, incluyendo a Duhalde, tengo un balance muchísimo más matizado de este Gobierno, en el cual yo te diría que estoy más cerca de un juicio que el peronismo me suscita habitualme­nte, que es que no hay que mirarlo en el día a día, porque uno se disgusta, sino en general. No es una oposición rabiosa la que yo estoy haciendo.

H.G.: –No digo que seas meramente una opositora, o que cometas errores de opositores anteriores. Tu juicio matizado te lleva a un reimpulsam­iento a la sensatez.

B.S.: –Con el peronismo sucede esto, no es necesario ser un rabioso opositor para ser un opositor; y si uno es un opositor racional, como es mi caso, uno dice con tales campos no me identifico. No quiero ser construida como opositora por discursos que no son los míos. Soy opositora a un gobierno. Punto.

 ?? DAVID FERNÁNDEZ ?? Sarlo y González reunidos en la redacción de Clarín en agosto de 2008.
DAVID FERNÁNDEZ Sarlo y González reunidos en la redacción de Clarín en agosto de 2008.

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