LACLAU, ELOGIO DE LA LÓGICA POPULISTA
Entrevista. El pensador, nacido en Buenos Aires y académico destacado en Europa, habría de resultar una influencia gravitante en la argumentación política del kirchnerismo y de la izquierda española.
Un libro ayuda a entender un fenómeno que se diseminó por la región en las últimas décadas: el populismo latinoamericano de izquierda. Escrita por Ernesto Laclau, la obra La razón populista saca al populismo de la marginalidad política y lo ubica como modelo capaz de ampliar las bases democráticas de una sociedad. La propuesta de Laclau es contraria a las visiones más difundidas del populismo. En las más “diplomáticas”, es visto como una conexión directa entre un líder carismático y las masas, debilitando a la democracia representativa. Otras son más directas y clasifican a ese tipo de gobierno como nacionalista, antiliberal, asistencialista, demogógico e irresponsable. Laclau resignifica la idea del populismo, que pasa a ser una “forma de construcción de la política”, sin un contenido ideológico específico. O sea, puede ser de derecha o de izquierda.
Nacido en 1935 en Buenos Aires (y fallecido el 13 de abril de 2014 en Sevilla), licenciado en Historia por la UBA y radicado en Inglaterra desde los 70, fue profesor emérito de la Universidad de Essex. Allí se doctoró, fundó y dirigió el Programa de Ideología y Análisis del Discurso y el Centro de Estudios Teóricos en Humanidades y Ciencias Sociales. Junto a Chantal Mouffe, en 1985 publicó Hegemonía y estrategia socialista,
libro considerado un marco de la teoría política de fines del siglo XX. La tesis central de la obra es la defensa de la idea de que las verdaderas transformaciones político sociales sólo son posibles a partir de la articulación entre diferentes demandas que, asociadas, componen un discurso. El corolario de esa articulación es lo que los autores llaman hegemonía, cuando una de las demandas articuladas pasa a desempeñar el papel de representación de las demás en la lucha contra uno o más enemigos comunes. La política, en la teoría de Laclau, se da por el antagonismo entre identidades discursivas que disputan la construcción del pensamiento hegemónico en una sociedad.
–¿Por qué el populismo es visto frecuentemente como algo negativo?
–Es una visión difundida por los conservadores. No debemos tomarlo en serio. El populismo no es malo o bueno en sí mismo. Es una forma de construcción política, basada en la creación de una división en la sociedad por medio de demandas sociales. La interpelación de los poderosos por aquellos de la parte inferior de la pirámide social es la base del populismo.
–El populismo apunta a romper con las instituciones existentes en busca de cambios sociales. ¿Cuál es el límite de esos cambios? ¿No hay riesgo de retroceso democrático?
–No necesariamente. En algunos casos, el populismo puede ser una fuente de progreso social. En esas situaciones, el populismo puede reunir a oprimidos, integrantes de la base de la pirámide social, independientemente de sus ideologías. Podemos clasificar a Mussolini y a Mao como populistas. Depende de cómo se construya la identidad del pueblo que apoya al populismo.
–En Venezuela, la oposición acusa al gobierno de no respetar las instituciones, cambiar la Constitución...
–Sí, pero la Constitución fue alterada a partir del voto popular.
–La oposición acusa al gobierno de no respetar las instituciones y apuesta a derrocarlo, lo que es un ataque a las instituciones. ¿Tocar a las instituciones sin consenso no puede generar un ciclo sin fin de inestabilidad?
–La inestabilidad puede ser generada por distintas razones. Una es la existencia de un régimen autoritario incapaz de ejecutar las demandas populares. No hay respeto al juego democrático. Las experiencias dictatoriales de Latinoamérica son ejemplos de alteración del orden institucional que no se basaron en valores democráticos.
–Tiene una visión crítica de los gobiernos basados en la tecnocracia y sobre la sustitución de la política por la administración. ¿No dependen los gobiernos cada vez más de técnicos y herramientas tecnológicas para suplir justamente las demandas sociales?
–Al pensar en el espectro político, tenemos que pensar en dos extremos, que son imposibles en la realidad. De un lado está el institucionalismo y, del otro, el populismo. En el caso del populismo, está la apelación a las masas y su movilización. En el institucionalismo, está la canalización de las demandas por medio de mecanismos individuales y no de masa. Si se exagera con el institucionalismo, se termina en una tecnocracia, en la sustitución de la política por la administración. Es un resultado no democrático. En Latinoamérica, el estado liberal fue creado en la segunda mitad del siglo XIX, pero ese sistema no representó a fuerzas democráticas progresistas, como en Europa. El estado liberal en Latinoamérica fue la forma como las oligarquías locales organizaron una maquinaria clientelista. Los parlamentos eran instrumento de poder de esas oligarquías. Cuando surgieron los movimientos de masas no comenzaron por medio de canales institucionales liberales. En muchos casos, dictaduras militaristas antiliberales fueron canales de expresión de demandas democráticas.
–¿Por qué el populismo en Latinoamérica es de izquierda?
–Hablamos de liberalismo y de democracia como si fueran la misma cosa, pero no lo son. En Latinoamérica, esa laguna entre liberalismo y democracia nunca fue llenada por completo. Eso significa que hubo una dualidad en la experiencia democrática de masas. De un lado está la tradición liberal democrática. En ese caso, hay que pensar en aquellos que intentaron, en el siglo XIX, democratizar, por dentro, el sistema liberal. Del otro lado, está la tradición popular y nacionalista (izquierda), que es otro camino para la democracia. Fue el camino seguido por Latinoamérica en el siglo XX. Ahora tenemos regímenes nacionalistas y populares que no se oponen a las libertades que se arroga el estado liberal.
–¿Y el gobierno de Cristina?
–Lo veo, en general, de forma positiva. Es posible hacer críticas puntuales, pero, en líneas generales, Cristina y, antes, Néstor, avanzaron hacia una dirección progresista. La Argentina estuvo prácticamente quebrada, vinculada al FMI, y tenía una abultada deuda externa. En los años de los Kirchner, el gobierno tomó actitudes importantes, como la nacionalización de las empresas (YPF, filial de Repsol). Y, en general, el país está mucho mejor que en 2003.