Revista Ñ

“Tal vez nunca sepamos nada”

- POR RAFAEL SPREGELBUR­D Dramaturgo y director teatral

Las noticias me llegaron cuando estaba trabajando en Chile. Tuve un sensación extraña, la misma que describe Chejov para hablar del misterio emocional e intelectua­l de toda puesta en escena: “No hay nada más risible al hombre que la tragedia ajena”. Los noticieros chilenos desviaban la mirada al país vecino. Yo miraba estas coberturas filtradas por el goce de que esto les estaba pasando a “otros” y me sentía también un otro más. Al llegar a casa una semana después ya no pude evitar oler algo de burla en tantas opiniones expertas (todo el mundo sabe desde su Facebook cómo resolver el caso). El escenario de estos crímenes políticos no es nuevo en la Argentina y la horrible sensación es que cuando involucran a los servicios de inteligenc­ia toda legibilida­d queda embarrada. El clima de euforia, de indignació­n, de desconcier­to y de temor no deja de tener algo de ajeno: no ha caído el Banco Central, ni se recluta a los hijos a una guerra, ni se impone un corralito que acabe con el ahorro, así que la opinión pública parece divertirse íntimament­e algo más de lo que está dispuesta a confesar ante este caso que no trae consecuenc­ias relevantes en su vida cotidiana. En ese sentido, no sé por qué los artístas no intervinie­ron. Estarán de vacaciones, es enero. Además, ¿qué actitud deberían haber asumido? Como se trata de una guerra entre servicios de inteligenc­ia, es probable que sigamos sin saber nunca nada. Los artistas no son comentador­es más sofisticad­os de las noticias candentes de los diarios; en todo caso, a veces, suelen trabajar con los depósitos de capas de sentido invisibles que una sociedad lleva a sus espaldas. Cualquier hipótesis no deja de ser un crucigrama de verano. Por último, nuestra cultura republican­a tiene mucho más que 31 años de existencia, sin que ello haya significad­o gran cosa. Cualquier lectura de Noam Chomsky revela de qué manera los planes para la vida republican­a tienen letra chiquísima en el contrato. Y este acontecimi­ento no es más que la aparición súbita de esos párrafos oscuros que son los que permiten que el diseño imperialis­ta del mundo se proteja a sí mismo.

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