MAESTRO ANTICLERICAL
Escribe León Ferrari. En agosto de 2004, el genial artista defendía a Nicola Costantino y tres meses después desataba un infierno y la polémica de la década con su expo en Recoleta. Aquí, un panfleto de su puño y letra.
La obra Savon de corps, que Nicola Costantino expuso en el Malba, en Ruth Benzacar y en el anfiteatro de Mar del Plata, recibió críticas y agravios por haber usado grasa de su cuerpo en la preparación del jabón. Nicola, una inteligente, sensible y renovadora artista, que desde el comienzo se arriesgó en nuevas propuestas y nuevos materiales, y logró un conjunto de obras que ensancha el mundo de sugestiones que envuelve al arte, se lanza con esta obra a un cambio en su trayectoria y expone con un simple jabón y un afiche sus ideas sobre la situación de la mujer en nuestra sociedad, la publicidad, la mujer objeto, la misoginia, el erotismo.
Los ataques que recibió Nicola por presuntas connotaciones antisemitas me movió a señalar (Ñ, 16 de octubre) la contradicción entre los cuestionamientos que recibe una obra que no es antisemita realizada por una artista que no es antisemita, frente a la actitud ciega de nuestra cultura ante el arte que ilustra y exalta los delitos, humanos o divinos, reales o imaginados, del Occidente cristiano y sus divinidades.
Uno de esos silencios se escucha frente a las obras que culpan a Eva –y a todas las mujeres– del Pecado Original, origen bíblico de nuestras desgracias. Mientras Inocencio VIII publicaba, en 1484, la encíclica Summis desiderantes affectibus contra las brujas y las quemaba ante sus fieles, Miguel Angel Buonarroti, Rafaele Sanzio, El Bosco, Tiziano, Lucas Cranach el Viejo, Hugo Van der Goes, Julio Romano, N. Chapron y las Biblias luteranas de Koberger, Lubecker y Gruninger, entre otros, creaban una nueva imagen del mal: en sus hermosos cuadros la serpiente tiene torso de mujer: es un diablo-mujer-serpiente. La obra de Nicola Costantino puede ser vista como la de una artista que lucha contra la misoginia cristiana que los cuadros de esos artistas ayudaron a desarrollar y que nadie cuestiona.
El antisemitismo cristiano que se originó en los agravios de Jesús a sus contemporáneos judíos –serpientes, generación de víboras, hijos del diablo, dijo– se convirtió en el racismo que todavía padecemos gracias a Pedro, Pablo, Esteban y millares de santos y pontífices, que acusaron a los judíos de haber matado a Jesús. Los artistas cristianos que ilustraron y publicitaron, apoyándolos, los delitos que relata el Antiguo Testamento –diluvio, Sodoma, Jericó, primogénitos egipcios– y los que anuncia Jesús en el Nuevo –Apocalipsis, juicio final, infierno– colaboraron en el crecimiento del poder del cristianismo y sus intolerancias, el antisemitismo entre ellas. Este racismo culminó en el nazismo.
La Capilla Sixtina, cumbre de nuestra cultura, es también un eslabón de la cadena que une al Evangelio con el jabón de los campos nazis, con los crímenes que realizó o toleró un país con 94% de cristianos. ¿Alguien, además de admirarlas, analizó el significado de las tres pinturas de Miguel Angel en esa capilla -Juicio final, Pecado original y Diluvio-, significados que violan la declaración de los Derechos Humanos?
En Ñ del 23 de octubre aparecen dos comentarios a mi carta citada. Uno de ellos cuestiona mis ideas sobre el antisemitismo cristiano, recordando la declaración conciliar Nostra actate y otros papeles, con los que la Iglesia “corrige erróneas interpretaciones del Nuevo Testamento relativas al pueblo judío y su supuesta culpa”. Es cierto, después de casi dos milenios de “erróneas interpretaciones” (entre otras, de los 5 versículos de Hechos en los que San Pedro afirma que los judíos mataron a Jesús), la Iglesia resolvió desmentir a Pedro, Pablo y Esteban (en el Nuevo Testamento) y a los centenares de miles de santos y papas (y pintores que ilustraron la idea) que repitieron aquellos versículos y extendieron la culpa a todos los judíos. Pero lo hace 20 años después de que las erróneas interpretaciones se extendieran por Occidente y le sirvieran a Hitler para cometer sus crímenes (él decía que trataba de hacer mejor lo que la Iglesia no había podido hacer en 1500 años). Pero a pesar de aquellos documentos, la Iglesia sigue sembrando racismo: en la Liturgia que publica todos los años y donde figuran los pasajes bíblicos a comentarse en las ceremonias religiosas, aparecen los cinco versículos de Pedro para ser leídos en Semana Santa. El presidente Carlos Menem repitió uno de ellos en la misa pascual que rezó el Obispo Ognenovich en Luján en 1999. Y en Ñ del 30 de octubre Sergio Waxman nos dice que en la Plaza 9 de Julio de Salta se escuchaban críticas a la soberbia de los judíos que un sacerdote decía dentro de la Catedral.
Por otra parte, convengamos en que los frutos de esa extensa red de comunicación de la Iglesia –misas, confesiones, velorios, extremaunciones, casamientos, bautismos, escuelas, universidades, jardines de infantes– en acción durante siglos, no se pueden suprimir con confusas declaraciones vaticanas. La Iglesia pide perdón por sus crímenes siglos después de cometidos, pero sigue matando; es posible que dentro de muchos años pida perdón por los millares que mueren de sida y por las mujeres que mueren en abortos clandestinos, víctimas de la campaña católica contra los anticonceptivos y contra la despenalización del aborto.
El editor Jorge Aulicino, en su columna, en medio de un grupo de adjetivos, dice que yo convierto “una parte fundamental del arte en mera propaganda” de la Iglesia. No es así. Comparto posiblemente con Aulicino la admiración estética por esos artistas que pintaron muy hermosos cuadros exaltando cosas horribles. Parece sorprenderse de mi interpretación del cristianismo y de su cultura (ideas que expongo desde hace décadas y que publiqué en Página/12 el 7 de abril de 2000 y en Ñ el 16 de junio de 2004. ¿Ha olvidado o no conoce sobre lo que nuestros dioses expresaron, entre otros, Bertrand Russell, Hume, Lautréamont, Artaud, Freud, Sade, Toynbee, Saramago?
Las recientes elecciones en EE.UU., que convirtieron a la cabeza del mundo en lo que alguien llamó “Jesus Land” indican que estamos volviendo a la Edad Media y que Bertrand Russell tenía razón cuando dijo que la religión es una fuerza del mal.