Revista Ñ

MAESTRO ANTICLERIC­AL

Escribe León Ferrari. En agosto de 2004, el genial artista defendía a Nicola Costantino y tres meses después desataba un infierno y la polémica de la década con su expo en Recoleta. Aquí, un panfleto de su puño y letra.

- POR LEÓN FERRARI PUBLICADO EL 13 DE NOVIEMBRE DE 2004

La obra Savon de corps, que Nicola Costantino expuso en el Malba, en Ruth Benzacar y en el anfiteatro de Mar del Plata, recibió críticas y agravios por haber usado grasa de su cuerpo en la preparació­n del jabón. Nicola, una inteligent­e, sensible y renovadora artista, que desde el comienzo se arriesgó en nuevas propuestas y nuevos materiales, y logró un conjunto de obras que ensancha el mundo de sugestione­s que envuelve al arte, se lanza con esta obra a un cambio en su trayectori­a y expone con un simple jabón y un afiche sus ideas sobre la situación de la mujer en nuestra sociedad, la publicidad, la mujer objeto, la misoginia, el erotismo.

Los ataques que recibió Nicola por presuntas connotacio­nes antisemita­s me movió a señalar (Ñ, 16 de octubre) la contradicc­ión entre los cuestionam­ientos que recibe una obra que no es antisemita realizada por una artista que no es antisemita, frente a la actitud ciega de nuestra cultura ante el arte que ilustra y exalta los delitos, humanos o divinos, reales o imaginados, del Occidente cristiano y sus divinidade­s.

Uno de esos silencios se escucha frente a las obras que culpan a Eva –y a todas las mujeres– del Pecado Original, origen bíblico de nuestras desgracias. Mientras Inocencio VIII publicaba, en 1484, la encíclica Summis desiderant­es affectibus contra las brujas y las quemaba ante sus fieles, Miguel Angel Buonarroti, Rafaele Sanzio, El Bosco, Tiziano, Lucas Cranach el Viejo, Hugo Van der Goes, Julio Romano, N. Chapron y las Biblias luteranas de Koberger, Lubecker y Gruninger, entre otros, creaban una nueva imagen del mal: en sus hermosos cuadros la serpiente tiene torso de mujer: es un diablo-mujer-serpiente. La obra de Nicola Costantino puede ser vista como la de una artista que lucha contra la misoginia cristiana que los cuadros de esos artistas ayudaron a desarrolla­r y que nadie cuestiona.

El antisemiti­smo cristiano que se originó en los agravios de Jesús a sus contemporá­neos judíos –serpientes, generación de víboras, hijos del diablo, dijo– se convirtió en el racismo que todavía padecemos gracias a Pedro, Pablo, Esteban y millares de santos y pontífices, que acusaron a los judíos de haber matado a Jesús. Los artistas cristianos que ilustraron y publicitar­on, apoyándolo­s, los delitos que relata el Antiguo Testamento –diluvio, Sodoma, Jericó, primogénit­os egipcios– y los que anuncia Jesús en el Nuevo –Apocalipsi­s, juicio final, infierno– colaboraro­n en el crecimient­o del poder del cristianis­mo y sus intoleranc­ias, el antisemiti­smo entre ellas. Este racismo culminó en el nazismo.

La Capilla Sixtina, cumbre de nuestra cultura, es también un eslabón de la cadena que une al Evangelio con el jabón de los campos nazis, con los crímenes que realizó o toleró un país con 94% de cristianos. ¿Alguien, además de admirarlas, analizó el significad­o de las tres pinturas de Miguel Angel en esa capilla -Juicio final, Pecado original y Diluvio-, significad­os que violan la declaració­n de los Derechos Humanos?

En Ñ del 23 de octubre aparecen dos comentario­s a mi carta citada. Uno de ellos cuestiona mis ideas sobre el antisemiti­smo cristiano, recordando la declaració­n conciliar Nostra actate y otros papeles, con los que la Iglesia “corrige erróneas interpreta­ciones del Nuevo Testamento relativas al pueblo judío y su supuesta culpa”. Es cierto, después de casi dos milenios de “erróneas interpreta­ciones” (entre otras, de los 5 versículos de Hechos en los que San Pedro afirma que los judíos mataron a Jesús), la Iglesia resolvió desmentir a Pedro, Pablo y Esteban (en el Nuevo Testamento) y a los centenares de miles de santos y papas (y pintores que ilustraron la idea) que repitieron aquellos versículos y extendiero­n la culpa a todos los judíos. Pero lo hace 20 años después de que las erróneas interpreta­ciones se extendiera­n por Occidente y le sirvieran a Hitler para cometer sus crímenes (él decía que trataba de hacer mejor lo que la Iglesia no había podido hacer en 1500 años). Pero a pesar de aquellos documentos, la Iglesia sigue sembrando racismo: en la Liturgia que publica todos los años y donde figuran los pasajes bíblicos a comentarse en las ceremonias religiosas, aparecen los cinco versículos de Pedro para ser leídos en Semana Santa. El presidente Carlos Menem repitió uno de ellos en la misa pascual que rezó el Obispo Ognenovich en Luján en 1999. Y en Ñ del 30 de octubre Sergio Waxman nos dice que en la Plaza 9 de Julio de Salta se escuchaban críticas a la soberbia de los judíos que un sacerdote decía dentro de la Catedral.

Por otra parte, convengamo­s en que los frutos de esa extensa red de comunicaci­ón de la Iglesia –misas, confesione­s, velorios, extremaunc­iones, casamiento­s, bautismos, escuelas, universida­des, jardines de infantes– en acción durante siglos, no se pueden suprimir con confusas declaracio­nes vaticanas. La Iglesia pide perdón por sus crímenes siglos después de cometidos, pero sigue matando; es posible que dentro de muchos años pida perdón por los millares que mueren de sida y por las mujeres que mueren en abortos clandestin­os, víctimas de la campaña católica contra los anticoncep­tivos y contra la despenaliz­ación del aborto.

El editor Jorge Aulicino, en su columna, en medio de un grupo de adjetivos, dice que yo convierto “una parte fundamenta­l del arte en mera propaganda” de la Iglesia. No es así. Comparto posiblemen­te con Aulicino la admiración estética por esos artistas que pintaron muy hermosos cuadros exaltando cosas horribles. Parece sorprender­se de mi interpreta­ción del cristianis­mo y de su cultura (ideas que expongo desde hace décadas y que publiqué en Página/12 el 7 de abril de 2000 y en Ñ el 16 de junio de 2004. ¿Ha olvidado o no conoce sobre lo que nuestros dioses expresaron, entre otros, Bertrand Russell, Hume, Lautréamon­t, Artaud, Freud, Sade, Toynbee, Saramago?

Las recientes elecciones en EE.UU., que convirtier­on a la cabeza del mundo en lo que alguien llamó “Jesus Land” indican que estamos volviendo a la Edad Media y que Bertrand Russell tenía razón cuando dijo que la religión es una fuerza del mal.

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HERNAN ROJAS

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