En el bazar del hereje
Crónica. Hasta hoy Ferrari no ha tenido una retrospectiva en un espacio nacional; por la unción de Bergoglio como Papa, se canceló su proyectada muestra en Bellas Artes. En 2014 visitamos su taller de Once, hoy abierto al público.
El depósito o taller tiene dos plantas y queda en el Once. Es una típica casa de clase media de los años 40, con su zaguán y yesería floral italiana en la fachada. Entrar es un vértigo para los sentidos. Encimadas en estantes y aparadores, se alinean casi tres mil piezas, el infantil barroco ferrariano. Y hay otro Once ahí adentro, o un barrio chino, una juguetería con chiches e insectos de chasco; mapas y globos, un bazar con planchas biferas y ralladores, la curiosa santería del hereje. Y un instituto de letras en cuyas paredes lucen exquisitas caligrafías islsamizadas y maniquíes como ex votos gigantes, con alusiones humorísticas al Espíritu Santo. ¿Adónde irá a parar este antimuseo? A comienzos de 2013, cuando Guillermo Alonso, director del Museo Nacional de Bellas Artes (MNBA), ya convivía bajo tensión con Marcela Cardillo, su sucesora, el Museo programaba para ese mismo año una gran retrospectiva de Ferrari. Celebraría a quien se había convertido en emblema del arte político, al artista en auge de quien la revista Village Voice decía que “todos quieren tener una pieza”, al lúdico fundador del CIHABAPAI, el Club de Impíos Herejes Apóstatas Blasfemos Ateos Paganos Agnósticos e Infieles, uno de los activistas de la denuncia políticoestética de “Tucumán arde”, en Rosario en 1968, al vanguardista premiado con el León de Oro de Venecia, en 2007. Con un hijo desaparecido y gran cercanía con las ONG H.I.J.O.S. y Abuelas, y exilio en Brasil, su figura encarnaba el programa kirchnerista de derechos humanos y sus políticas de memoria. De hecho, el MNBA se había propuesto comprar el bombardero, “La civilización occidental y cristiana”, pero el artista no quería venderla pues la imaginaba un ícono itinerante del pacifismo, destinado a colgar en el Vietnam libre que lo había inspirado en 1965: dado que expone sobre todo una idea: ¿hacía falta que estuviera aquí; no basta con mirar una foto?
Un soplo de humo blanco se llevó el proyecto del MNBA. El 13 de marzo de 2013 el arzobispo Bergoglio, quien en 2004 había visto en la muestra de Recoleta una ofensa a los creyentes, fue ungido Papa. Las autoridades de la Secretaría de Cultura, encabezada por Jorge Coscia, doblaron el estandarte con disimulo y se archivó el plan. Diez días más tarde, demasiado próxima para cancelarla y alojada en el discreto Centro para la Memoria Haroldo Conti, de la ESMA, abría la exposición “Taller Ferrari”, junto con el joven artista Yaya Firpo, entre marzo y mayo, la última que tuvo. Hasta la gran exposición de 2004, por la cual “el caso Ferrari” se convirtió en la mayor polémica político-artística de las últimas décadas, había sido un artista muy estimado pero de una proyección internacional acotada.
El avión ya había colgado en el Malba pero él seguía siendo su propio marchand, tanto por su rechazo al mercado del arte como por la tradición en la que se encuadra su obra, el agitprop, agitación y propaganda también contra la institución museística. Por eso cuando el escándalo de la clausura recargó de pertinencia crítica su labor y biografía y lo convirtió en un artista censurado con repercusión global, Ferrari fue por fin aclamado y, a la vez, se encontró en posesión de un inmenso lote de obra, que de inmediato centuplicó su precio. Francisco había vuelto a convertirlo en un creador incómodo y, por lo tanto, resignificado en su potencial agitador por el giro imponderable del presente. El mutis oficial creció tras la muerte del artista, el 25 de julio de 2013.