ERIC HOBSBAWM, PARA SEGUIR LEYÉNDOLO
Escribe Luis A. Romero. Valora el legado del historiador y académico británico, que examinó a “la gente de abajo con simpatía y curiosidad”.
Ha muerto un gran historiador, el interlocutor de muchos historiadores, el que a la distancia y casi sin conocerlo, tuvimos por maestro. Quizás últimamente no lo releíamos tan asiduamente. Quizá combinábamos los muy merecidos homenajes con reticencias o discrepancias, pues el viejo maestro era reacio a las nuevas corrientes. Pero seguía allí, a mano en la biblioteca, para ayudarnos a preparar una clase o para encontrar inspiración para nuestra investigación en alguna de sus agudas paradojas o en la sorpresiva relación entre cosas aparentemente lejanas.
No sabíamos demasiado sobre la vida personal de Eric Hobsbawm, cuando en 1987 se nos presentó, en la introducción de su libro La era del imperio, 1875-1914. Mejor dicho, nos presentó a sus padres: una joven judía austríaca, que viajaba por el Cercano Oriente acompañada de su tío, y un joven judío inglés; se encontraron en Alejandría, Egipto, donde se casaron. Allí, en los confines del cosmopolita imperio británico, encontró Hobsbawm el entronque entre la historia estudiada en su libro y su historia personal, vivida y recordada.
Narró el resto de su vida en Tiempos interesantes, de 2002. Su infancia vienesa, y un par de años en Berlín, entre 1931 y 1933, cuando militó en el Partido Comunista y se enfrentó con los “socialfascistas”. El joven Hobsbawm no llegó a percibir en esos primeros esos años el avance arrollador del nazismo. Vivió luego en Inglaterra y en 1936 ingresó en Cambridge, donde estudió historia y militó en el antifascismo. Afiliado al Partido, fue sólo un militante de base. En 1947 ya había ingresado como profesor en la Universidad de Londres, y en 1952 fundó la revista Past and Present, junto con Christopher Hill, E. P. Thompson, Rodney Hilton y otras cumbres de la historiografía marxista. La revista alcanzó una enorme influencia en la historiografía de todo el mundo, sólo comparable con la de la francesa Annales. En 1956, la invasión soviética a Hungría lo alejó del Partido Comunista británico y su disciplina. No quiso convertirse en un ex comunista, y optó por una adscripción genérica al PC italiano, donde la tradición de Antonio Gramsci congeniaba mejor con su idea del marxismo.
Hobsbawm fue un historiador social, y sobre todo un historiador de la gente común: los de abajo, los sectores populares, los trabajadores. Los estudió con simpatía y curiosidad. En muchos trabajos se ocupa del clásico tema de los obreros industriales, el movimiento obrero. No vio en ellos “la clase” sino a conjuntos de gente con tradiciones comunes, mitos, símbolos, organización, militancia y acción política.
También estudió a la “gente poco común”: las vanguardias artísticas, los revolucionarios y otras vanguardias. Aquí su interés está muy ligado a sus presupuestos políticos y es más deductivo. Las vanguardias cumplen una función en el proceso de avance de la sociedad hacia el socialismo, pero no todas las auto proclamadas vanguardias lo son auténticamente.
Esta Historia del siglo XX, que concluyó en 1994, no tuvo un final feliz, sino preocupado y angustiado. Liberado de frenos, el capitalismo desató todas sus potencialidades, constructivas y destructivas. Entre sus víctimas estaban los estados nacionales, garantía última de los derechos individuales. Las identidades nacionales derivaron en nacionalismos duros y militantes. Junto con otras identidades excluyentes, como el fundamentalismo religioso, destruyeron los ámbitos de convivencia largamente elaborados por la cultura occidental.