La Paz: teleférico y cholets de diseño
El Alto, una crónica. Hay palacios, un artista que exporta cholas y venta de granadas de mano.
El Illimani es uno de los trece cerros de más de seis mil metros de altura de Bolivia, y uno de los que subieron las cholitas escaladoras antes de conquistar, en enero, la cima del Aconcagua. Se ve nítido por las ventanillas de la góndola de la línea celeste. Desde el teleférico, La Paz se supera a sí misma y es aún más alta, como si la altura fuera su esencia. Y un orgullo. Estamos a casi cuatro mil metros de altura y los cholets verdes, rojos, dorados, amarillos sobresalen como robots alegres entre millones de casas de ladrillo a la vista. Cholet viene de la contracción de chalet y cholo, son los palacios de la nueva burguesía chola. Hay más de cien y cada uno cuesta, por lo menos, un millón de dólares.
Son edificios de unos veinte metros de altura divididos en cuatro niveles. En el nivel de la calle, está el negocio de electrodomésticos o de lo que venda el propietario. Los aymaras son comerciantes. Todos venden todo el tiempo. Desde la caserita que ofrece limones y maníes en la esquina hasta Evo Morales, que en sus discursos hace cuentas de cuánto gastó en qué. El segundo nivel del cholet es un salón de fiestas (en Bolivia hay más fiestas que días en el calendario); en el nivel que sigue, viven los hijos del propietario, y en el último piso está la vivienda principal con el típico techo a dos aguas de un chalet, pero en las alturas.
Los definieron como Arquitectura Transformer o Nueva Arquitectura Andina y el autor del concepto se llama Freddy Mamani. Albañil, ingeniero y arquitecto que después de un viaje a Tiahuanaco encontró una identidad ancestral y colaboró en la resignificación de la palabra cholo, que siempre tuvo una connotación discriminatoria. El orgullo de ser cholo se inició con el reconocimiento presidencial a una nación con 58% de indígenas, y se expande en el éxito comercial del cholet.
Meses atrás, el arquitecto Mamani reconstruyó un interior de cholet en la Fundación Cartier para el Arte Contemporáneo de París para que seis modelos cholas desfilaran polleras, mantas, joyas y el tradicional sombrero bombín. La chola es Patrimonio Cultural Intangible de La Paz, bastión de identidad, con la pollera, las trenzas tan largas como negras, adornos de lana o tullmas para atarlas, y bombín. Así se suben al teleférico o al avión; venden pollo frito en la calle, conducen programas de TV y se preparan para escalar el monte Everest.
El teleférico posee diez líneas, una de cada color. Tiene 31 kilómetros, 36 estaciones, 1.398 góndolas y transportó a más de 200 millones de pasajeros en cinco años. Hace dos meses, se inauguró la línea plateada. Los colores se agotan para el teleférico más largo del mundo.
El aeropuerto de La Paz queda en El Alto; muchos habitantes de El Alto trabajan en La Paz y muchos habitantes de La Paz van al mercado de los jueves y domingos en El Alto. Es un mercado a cielo abierto que empieza en la avenida 16 de Julio y sigue tanto que parece que va a trepar el cerro de enfrente. Se puede encontrar desde ropa usada hasta granadas de mano, peluches, autos, camionetas, celulares, perros y camisetas de The Strongest y Bolívar, los equipos rivales de La Paz. ¡Y cursos de oratoria! “Si quieres armar un avión, seguro encuentras las piezas en este mercado”, me dijo un amigo paceño. También hay yatiris, o maestros que leen la suerte en hojas de coca y naipes y dan avisos espirituales, ofician ceremonias con sahumerios y destruye maleficios. Además de aprender sobre la cosmovisión andina, en este viaje conocí la palabra quechua-aymara jallalla que tiene que ver con desear algo y trabajar para que se concrete.