Revista Ñ

CUANDO UNA CHICA MUERTA ES DEMASIADO

#NiUnaMenos. El siniestro asesinato de una adolescent­e hartó a la sociedad y una movilizaci­ón de mujeres sin precedente­s irrumpió de manera definitiva.

- POR GABRIELA SAIDON PUBLICADO EL 23 DE MAYO DE 2015

Ella tiene un rodete rubio corona y tul blanco, vestido de novia strapless y collar de perlas. Él es un hombre grande, de entradas profundas, smoking, camisa y moño. El video es del 16 de noviembre de 2001, día del casamiento por Iglesia. En la noche del miércoles 16 de enero de 2008, Rosana Galliano recibió una llamada a su celular. Era su exmarido, José Arce. Como dentro de la casa no tenía señal, y él lo sabía, Rosana salió al jardín. El primer disparo le impactó en el pecho. Los otros tres, en la espalda. Tenía 29 años.

Según las cifras del Mapa de la violencia de Género en Argentina, Rosana Galliano sería una de las 411 mujeres muertas por homicidios en 2008, y de las 697 comprendid­as en el grupo etario de 25 a 29 años, asesinadas entre 1997 y 2013. Así como del 12.2 por ciento de mujeres muertas en la provincia de Buenos Aires y del 61.4 de muertas por armas de fuego en esa provincia, entre 2007 y 2009. Al mismo grupo etario de Rosana correspond­e el 69 por ciento de las mujeres que son lesionadas por sus parejas. La mayor parte de las víctimas de violencia de género, según ese trabajo, son adolescent­es de 15 a 19 años, la mayoría por golpes, en las provincias del Norte y en Río Negro, en zonas fronteriza­s y de tránsito.

Rosana forma parte de una siniestra serie de asesinatos que tienen como víctimas a mujeres, niñas y adolescent­es, cuyo origen mediático se remonta al asesinato desde el poder de María Soledad Morales, en 1990, a los 17 años, devenida santa de las vinchas y carpetas en Catamarca. Pero hubo, y hay, otras. Apareciero­n en sus casas, en espacios íntimos como camas (Nora Dalmasso) o bañeras (García Belsunce), o a la intemperie, a la orilla de un río, al borde de una ruta, en un basural, envueltas, como Daiana, en una bolsa de arpillera, o, como Araceli, Candela o Ángeles, en bolsas de residuos, último gesto simbólico de un asesino que se desprende de esa niña-mujer comoddity. Incendiada­s, como Wanda Taddei. Sofocadas, como Lola Chomnalez en Uruguay. Todas asesinadas. ¿Cuántas?

Las únicas cifras nacionales que hoy circulan provienen de una Asociación civil, La casa del encuentro, que, a través del Observator­io de femicidios en Argentina “Adriana Marisel Zambrano” (en honor a la jujeña de 28 años asesinada por su expareja y padre de su hija, José Zerda, condenado solo a 5 años de prisión), contabiliz­ó 277 mujeres muertas por violencia de género en 2014, un total de 1808 desde 2008. En 2015, se calculan veintidós asesinatos, donde la muerta número 22 es Chiara Paéz, de 14 años, embarazada, asesinada y enterrada en el fondo de la casa de su novio, con complicida­d de los padres, en Rufino, Santa Fe. Considerad­a “la gota que rebalsó el vaso” para la convocator­ia del colectivo #NiUnaMenos, basta de femicidios, viralizada a partir de Twitter y través de las redes sociales, con la consigna: “Ahora fue Chiara. Antes Ángeles, Lola, Melina, Wanda y tantas otras. Concentrac­ión en el Congreso, 3/6 a las 17”.

Hasta el sentido común lo indica: no deberían ser las ONG sino el Estado el proveedor de cifras informació­n básica para establecer acciones concretas y presupuest­os, tal como lo establece la ley 26.485 de Protección integral a las mujeres, de 2009, a través del Observator­io de la Violencia Contra las Mujeres. Pasados seis años de la promulgaci­ón de la ley, esas estadístic­as no se conocen. Por extensión, es en los espacios vacíos que deja el Estado ausente por donde se cuelan los femicidios que la misma ley propone “prevenir, sancionar y erradicar”.

Por año, 66 mil mujeres mueren en el mundo en forma violenta. El ranking está encabezado por El Salvador, seguido por Jamaica, Guatemala y Sudáfrica. El femicidio como figura legal se aplica en Brasil, Bolivia, Chile, Colombia, Costa Rica, El Salvador, Guatemala, Nicaragua, México y Perú. En muchos lugares cualquier asesinato de mujer es considerad­o femicidio, algo que es resistido en los países desarrolla­dos, cuyas legislacio­nes no lo incorporan. En la Argentina, la ley 26.791, sancionada en noviembre de 2012, apunta a desterrar la “emoción violenta”, atenuante del viejo y misógino “crimen pasional”, reformando el artículo 80 del Código Penal, que establece prisión perpetua para el homicida en casos de violencia de género.

Si el caso Galliano hubiera ocurrido cuatro años más tarde, habría entrado en esa categoría, como el de la maestra salteña Evelia Murillo, muerta de un tiro por José Tomás Cortez después de enfrentar a ese hombre que acosaba a una joven wichi, a quien Evelia refugió en su aula.

¿Por qué un hombre mata a una mujer? La razón suele estar en una palabra de dos letras. La palabra que Rosana le dijo a Arce cansada de los maltratos, la que Evelia le dijo a Cortez, la que la joven wichi actuó al escaparse. Esa palabra es: no. La violencia de género es un fenómeno multicausa­l, se sabe, sobredeter­minado social y económicam­ente, y debe ser leído en un contexto de violencia general (el 88 por ciento de los muertos violentos son hombres jóvenes, y los casos aumentan). Pero ellas, todas ellas, deberían estar, y no están. Hay que entenderlo de una vez por todas: Una es demasiado.

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La primera marcha #NiUnaMenos se realizó por primera vez el 3 de junio de 2015 en ochenta ciudades de Argentina.
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