Una pedagogía viva contra la crueldad
Entrevista a Rita Segato. Con una trayectoria en Brasil y una audiencia ferviente, la antropóloga denuncia que la violencia recrudece en la agresión sexual y los femicidios.
Siempre está a punto de tomar un avión, un micro, un auto que la lleve allí donde hay un público, una “platea” que la está esperando para discutir las distintas formas de la violencia contra la mujer. Un auditorio brasileño, guatemalteco, sueco, boliviano, estadounidense o argentino espera su renovada mirada sobre el campo feminista, la violencia machista o la sociedad toda. Sobre ellos, la antropóloga Rita Segato tiene algo importante para exponer.
Ese estado permanente de preembarque hace que el encuentro con Segato siempre genere expectativa: sea ante los medios o un aula universitaria.
–El feminismo suma a su pelea fundamental por los derechos la crisis de la matriz de masculinidad. ¿Cuál es tu opinión?
–A mí no me gusta pensar el problema de la violencia de género como un problema entre hombres y mujeres. Se manifiesta así pero es un problema de la sociedad. En una conferencia que di recientemente en Gotemburgo, Suecia, expliqué que las relaciones de género son un termómetro. A partir de ellas se puede leer la historia, la economía, toda la época, es un lector del camino histórico.
–¿Cómo se expresa esa masculinidad en la política latinomericana?
–Nos preguntamos por qué el multiculturalismo no tocó los intereses del capital, ni la máquina de la acumulación ni del poder. La escena presidencial suele ser profundamente desigual: desde Donald Trump hasta Mauricio Macri, la escena del espacio doméstico ya no obedece a una pauta multiculturalista sino a la de la mujer en su lugar. Eso viene de una agenda, que es un guión. Es un ejemplo muy fuerte de la subordinación de la figura femenina.
–A partir de la concientización que hay en la sociedad, hay mujeres y hombres preocupados por esta situación.
–Sí, porque la sociedad está sufriendo y no entiende. La platea que yo tengo es la que reconoce su sufrimiento. Hoy estamos expuestos a tantas escenas de masacre, que las personas no son más personas.
–En el caso argentino, ¿de dónde surge el mandato violento?
–Es un mandato arcaico, pero dentro de ciertos límites. No es solo la Argentina. Aquí hay un brote. Los indicadores son los números, la forma de la crueldad, de cómo depositan los cuerpos. Este año se salió de lo normal. Pero este salir de lo normal es algo que existe hace bastante más tiempo en Colombia, México, Honduras, Guatemala, El Salvador, Brasil. La diferencia entre todos estos países es la manera en que se autorrepresentan, el espejo que tienen. Hay sociedades que no tienen espejo. Brasil es un país violentísimo. En 2016, de las 50 ciudades más violentas del mundo, 21 eran brasileñas pero en el espejo Brasil se piensa un país pacífico. Argentina sí tiene un espejo donde mirarse. Aquí los feminicidios no son necesariamente íntimos.
–¿El femicidio es un fenómeno de época?
–El feminicidio es moderno, igual que el genocidio. Hanna Arendt, Zygmunt Bauman han explicado cómo el genocidio necesita de la modernidad para poder practicarse. Porque es una industria de la muerte, una racionalidad moderna. Antes vencía un pueblo y pasaba a cuchillo a todos los vencidos. Pero el genocidar, como forma de muerte sistemática, burocrática, es moderna. El feminicidio también es de un mundo con Estado y se está extendiendo en el continente. Entonces podríamos hablar de un Estado colonial empresarial, que avanza en dirección de espacios que todavía no controlaba completamente. A medida que eso sucede, esos espacios se van volviendo más violentos y el síntoma de esa violencia es la mujer.