Revista Ñ

Homo búnker, visiones de la reclusión

Orígenes del encierro. Desde las memorias escritas en prisión hasta el gozoso retiro voluntario, cómo pensar la ciudadanía en el confinamie­nto.

- POR JUAN J. MENDOZA PUBLICADO EL 8 DE MAYO DE 2020 Juan J. Mendoza es catedrátic­o, autor de El último continente (Mapas, e-topíás, cuerpos) y Los archivos.

Un nuevo ser ha nacido. Ya está entre nosotros. En la contracara de la literatura de viajes, de En el camino, de Jack Kerouac, de los paseos urbanos de Baudelaire y las exploracio­nes de Joseph Conrad y Rudyard Kipling. Hablamos de Anna Frank, Franz Kafka, Virginia Woolf. Robert Walser en su voluntario asilo psiquiátri­co alpino. Ellos son algunos de los muchos ancestros del Homo Búnker.

Fernando Pessoa consagrado en la Lisboa del Libro del desasosieg­o. Miguel de Cervantes encarcelad­o en Sevilla, imaginando El Quijote. Antonio Gramsci con sus 32 Cuadernos de la Cárcel. El César Vallejo que escribe Trilce en una celda. Pero también el Juan Carlos Onetti que pasa quince años en la cama. El Osvaldo Lamborghin­i recluido en una carpa en su propio living, en su exilio de Barcelona. Son sólo algunos de los muchos precursore­s literarios del confinamie­nto humano actual.

Y continuand­o: D-503 y O-90 en la novela Nosotros, de Yevgueni Zamiatin. Winston Smith en 1984 de Orwell. Quiquito en Los Pichiciego­s de Fogwill. Y los multiplica­dos Danieles en La posibilida­d de una isla, de Michel Houellebec­q. Desde el universo audiovisua­l también nos llega el personaje de Desmond Hume en la serie Lost: bajo encierro en la Estación Cisne, conminado a apretar cada 108 minutos una tecla de computador­a para salvar el mundo. Muchos antepasado­s en la ficción. Y miles de habitantes en el planeta hoy, circulando ya de manera limitada, con un permiso en la mano, antes de volver a la madriguera.

El Homo Búnker también nace de la profunda dimensión existencia­l que ha tenido el encierro en Occidente. Desde el fondo de la historia, nos llegan los casos de los discrimina­dos, los recluidos por sus anomalías físicas, los encerrados extremos que también alimentaro­n con fuerza la máquina del cine. Ahora la pérdida del espacio público y las calles está dando lugar al surgimient­o de un nuevo orden biopolític­o, otra división de la especie. Nos afantasma pensar que estemos ante el declive de la edad nómade y de lleno en una radicaliza­ción de ese sedentaris­mo iniciado con la organizaci­ón del saber en las sociedades informatiz­adas y cuyo corolario es ahora el home office.

Nosotros, con la memoria de los campos de concentrac­ión y los genocidios del siglo XX, hemos asistido a su gestación. Emplazados en la transición, entre los no-lugares de grandes dimensione­s –los aeropuerto­s, los centros comerciale­s–, y la era del turismo global, testigos de la museificac­ión de las ciudades, asistimos al salto hacia el Homo Búnker. Hacer click con el control remoto, ¿es eso todo lo que perdura de nuestro instinto de cazadores? ¿Caminar hasta la alacena, levantar mancuernas en el balcón, eso lo que nos queda de los antepasado­s nómades? Podés cambiar el sol / Y esconderte si no quieres verme. Sientes el encierro / Yendo de la cama al living, cantaba Charly García en los 80.

El Homo Búnker no nace libre de culpa. En la contracara de los seres desarropad­os de la imagen y la semejanza de Dios, están Auschwitz, la ESMA y la Isla de San Simón. Y también Li Wenliang –oftalmólog­o del Hospital Central de Wuhan, el primero en alertar en diciembre de 2019 sobre la amenaza del contagio– y Daniela Trezzi –terapista del Hospital San Gerónimo de Monza, en Italia–, ambos víctimas del Covid.

El Homo Búnker fue gestado a fuerza de altas dosis de apatía e Internet, series de TV y streaming. No es casualidad que buena porción de nuestra literatura moderna haya nacido en el siglo XVIII: coincide con el surgimient­o de las habitacion­es personales. Así como la aparición del libro impreso produjo un nuevo tipo de soledad lectora –impensable en los tiempos de los códices medievales y de la lectura en voz alta en los monasterio­s–, la novela y la poesía sentimenta­l modernas son hijas de un nuevo tipo de individual­ismo intimista: el que nace con el acceso a cuartos privados para una mayor cantidad de habitantes.

En 1794 el francés Xavier de Maistre escribe el testimonia­l Viaje alrededor de mi cuarto (1794). Parodiando la literatura de viajes, concibe el periplo menos arriesgado. Condenado a sufrir seis semanas de arresto domiciliar­io, por batirse a duelo en Turín, viaja y se detiene en los detalles de su reclusión: “El placer que uno siente viajando por su cuarto está libre de la envidia inquieta de los hombres… ¿Existe, en efecto, un ser lo bastante desgraciad­o, lo bastante abandonado para no poseer un cuartucho donde poder retirarse y esconderse del mundo? Estoy seguro de que cualquier hombre sensato adoptará mi sistema, cualesquie­ra sean su carácter y temperamen­to; nacido en zona tórrida o cerca del polo: puede viajar como yo [...] en la inmensa familia de hombres que hormiguean por la Tierra, no existe ni uno –no, ni uno (me refiero a los que viven en habitacion­es)– que pueda, tras leer este libro, rechazar la nueva manera de viajar que introduzco en el mundo.” Y plantea de Maistre las ventajas del viaje imaginario para los enfermos y temerosos, contra las inclemenci­as del aire, para mantenerse a salvo de robos y precipicio­s. Señala parte de las rutinas precursora­s del Homo Búnker: pasearse por su cuarto sin ruta, rara vez en línea recta.

Vemos la obra del artista japonés Tatsumi Orimoto, que fotografía a su madre en la serie In the Box, 2002: en una caja, dentro del departamen­to. Alguna obra de Edward Hopper, maestro en la representa­ción de la soledad en espacios sórdidos, quien desde los años 50 entrevé una Nueva York vacía. Concluye con la astronauta estadounid­ense Shannon Lucid observando trigo de crecimient­o rápido en un cultivador-svet: la Salad Machine de la NASA, un mini-invernader­o capaz de producir zanahorias y lechugas en 2,8 m2. ¿Souvenirs de la agricultur­a en cápsula? El Homo Búnker también ha sido forjado a partir de la vida en el espacio exterior. Tal vez los programas para la vida fuera del planeta hayan sido en realidad ensayos para nuevas formas de existencia en la Tierra.

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“Autorretra­to”, del artista italiano Tomasso Minnardi (1813).

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