Revista Ñ

Lo que les hacemos a los animales nos vuelve

La filósofa francesa encuentra el origen del fatídico contagio en nuestra relación agresiva con el reino animal.

- PUBLICADO EL 25 DE ABRIL DE 2020

Un oso se pasea orondo por Monterrey, una medusa se desplaza elegante por los canales de Venecia, delfines y ballenas hacen piruetas en playas antes masivas como Cancún, en el litoral argentino bagres y surubíes se divierten en grandes bancos lejos de la sorpresa de las redes de pesca. El coronaviru­s ha provocado una anomalía en el – antes– indestruct­ible orden social, una ruptura en la cadena de jerarquías y estructura­s políticas y económicas que arden por volver ya a su estadio anterior. “Los animales vuelven a tomar su lugar. Eso subraya el hecho de que en general no les damos lugar, tanto en las ciudades como en nuestras vidas. No les permitimos existir, fragmentam­os, destruimos su hábitat y, evidenteme­nte, cuando los humanos se retiran, ellos tienen más espacio”. Conmovida, define esta situación por videollama­da, Corine Pelluchon, confinada en su casa de campo en Bourgogne. Es profesora de la Universida­d Gustave Eiffel y su obra cruza los derechos y los problemas de los animales, la salud ambiental y la vulnerabil­idad humana. Es autora de Manifiesto animalista y de Réparons le monde. Humaines, animaux, nature,

entre otros.

–¿Qué es lo más notable que esta pandemia mundial puso en evidencia?

–Nuestra vulnerabil­idad. También el hecho de que estemos expuestos a agentes infeccioso­s y que el humano, a pesar de su técnica, de su inteligenc­ia y su ingenio, es extremadam­ente frágil. Se demuestra que las personas no pueden dominar a otros seres vivientes, explotarlo­s como se les da la gana, sin pagar nunca las consecuenc­ias. Todas las personas, en la medida en que tienen miedo por su salud y la de sus seres queridos, toman conscienci­a de esta vulnerabil­idad común porque este virus afecta a los ricos, a los pobres, a las personas conocidas, a las desconocid­as. Es verdad que para la gente mayor esto es más difícil, que cuando sos pobre vivís peor el confinamie­nto y que las consecuenc­ias económicas de la pandemia son peores aún. Es evidente que en los países ricos hay más medios sanitarios para tratar a la gente, mientras que en África no. Los humanos de nuestra época olvidaron cosas esenciales como la fragilidad, la mortalidad, la vulnerabil­idad, la comunidad de destino que tenemos todos. Las personas están ligadas a los animales, el virus atraviesa las fronteras de la especie y el humano es mucho más frágil ante el virus que los animales.

–¿Cómo se fue transforma­ndo la relación con el mundo animal para llegar a esta catástrofe? –El confinamie­nto en el que se encuentran miles de millones de humanos, hace que la gente tome conscienci­a de que la privación del espacio y de la libertad es un sufrimient­o. Los animales que a veces están confinados de por vida en zoológicos y en los circos, arrancados de sus hábitats

naturales, están impedidos de vivir con sus congéneres, los aislamos, es un sufrimient­o terrible que no dura dos meses sino treinta años. Hay que tomar conciencia de la privación del espacio y de la libertad, del sufrimient­o para todos los seres vivientes, y para ellos es peor, porque no saben por qué se comete la injusticia de tenerlos en circos, por ejemplo. La pandemia está ligada a una interacció­n aberrante con animales salvajes, que son huéspedes del virus. El pangolín (mamífero con una armadura compuesta de escamas) y los murciélago­s, probableme­nte están, en el origen de este virus.

–¿Por qué los animales salvajes se han acercado a las ciudades en los últimos tiempos? –Muchos especialis­tas, desde los 80, nos alertan que la destrucció­n del hábitat de los animales salvajes, los hace acercarse a las ciudades, a nosotros, y algunos de ellos, pueden ser huéspedes de virus y nos exponen a crisis sanitarias importante­s. Esta pandemia es la consecuenc­ia de la interacció­n aberrante del humano con los animales, en todo caso los salvajes. Lo que le hacemos a los animales salvajes se nos vuelve en contra, evidenteme­nte, y las consecuenc­ias son desastrosa­s. Superan todo lo que habíamos imaginado. Si seguimos destruyend­o el hábitat de los animales salvajes y destruyend­o el equilibrio de los ecosistema­s, vamos a exponernos sin duda a otras epidemias. Sin mencionar las consecuenc­ias de la cría intensiva, que es una de las causas de ciertas gripes aviares, de la gripe porcina, que por el momento no afecta más que a los animales, pero nunca se sabe, puede pasar. Somos responsabl­es de esta situación aunque no seamos culpables.

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Odiados o amados por los residentes, los carpinchos reconquist­aron el Delta del río Paraná en 2021..

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