Lo que les hacemos a los animales nos vuelve
La filósofa francesa encuentra el origen del fatídico contagio en nuestra relación agresiva con el reino animal.
Un oso se pasea orondo por Monterrey, una medusa se desplaza elegante por los canales de Venecia, delfines y ballenas hacen piruetas en playas antes masivas como Cancún, en el litoral argentino bagres y surubíes se divierten en grandes bancos lejos de la sorpresa de las redes de pesca. El coronavirus ha provocado una anomalía en el – antes– indestructible orden social, una ruptura en la cadena de jerarquías y estructuras políticas y económicas que arden por volver ya a su estadio anterior. “Los animales vuelven a tomar su lugar. Eso subraya el hecho de que en general no les damos lugar, tanto en las ciudades como en nuestras vidas. No les permitimos existir, fragmentamos, destruimos su hábitat y, evidentemente, cuando los humanos se retiran, ellos tienen más espacio”. Conmovida, define esta situación por videollamada, Corine Pelluchon, confinada en su casa de campo en Bourgogne. Es profesora de la Universidad Gustave Eiffel y su obra cruza los derechos y los problemas de los animales, la salud ambiental y la vulnerabilidad humana. Es autora de Manifiesto animalista y de Réparons le monde. Humaines, animaux, nature,
entre otros.
–¿Qué es lo más notable que esta pandemia mundial puso en evidencia?
–Nuestra vulnerabilidad. También el hecho de que estemos expuestos a agentes infecciosos y que el humano, a pesar de su técnica, de su inteligencia y su ingenio, es extremadamente frágil. Se demuestra que las personas no pueden dominar a otros seres vivientes, explotarlos como se les da la gana, sin pagar nunca las consecuencias. Todas las personas, en la medida en que tienen miedo por su salud y la de sus seres queridos, toman consciencia de esta vulnerabilidad común porque este virus afecta a los ricos, a los pobres, a las personas conocidas, a las desconocidas. Es verdad que para la gente mayor esto es más difícil, que cuando sos pobre vivís peor el confinamiento y que las consecuencias económicas de la pandemia son peores aún. Es evidente que en los países ricos hay más medios sanitarios para tratar a la gente, mientras que en África no. Los humanos de nuestra época olvidaron cosas esenciales como la fragilidad, la mortalidad, la vulnerabilidad, la comunidad de destino que tenemos todos. Las personas están ligadas a los animales, el virus atraviesa las fronteras de la especie y el humano es mucho más frágil ante el virus que los animales.
–¿Cómo se fue transformando la relación con el mundo animal para llegar a esta catástrofe? –El confinamiento en el que se encuentran miles de millones de humanos, hace que la gente tome consciencia de que la privación del espacio y de la libertad es un sufrimiento. Los animales que a veces están confinados de por vida en zoológicos y en los circos, arrancados de sus hábitats
naturales, están impedidos de vivir con sus congéneres, los aislamos, es un sufrimiento terrible que no dura dos meses sino treinta años. Hay que tomar conciencia de la privación del espacio y de la libertad, del sufrimiento para todos los seres vivientes, y para ellos es peor, porque no saben por qué se comete la injusticia de tenerlos en circos, por ejemplo. La pandemia está ligada a una interacción aberrante con animales salvajes, que son huéspedes del virus. El pangolín (mamífero con una armadura compuesta de escamas) y los murciélagos, probablemente están, en el origen de este virus.
–¿Por qué los animales salvajes se han acercado a las ciudades en los últimos tiempos? –Muchos especialistas, desde los 80, nos alertan que la destrucción del hábitat de los animales salvajes, los hace acercarse a las ciudades, a nosotros, y algunos de ellos, pueden ser huéspedes de virus y nos exponen a crisis sanitarias importantes. Esta pandemia es la consecuencia de la interacción aberrante del humano con los animales, en todo caso los salvajes. Lo que le hacemos a los animales salvajes se nos vuelve en contra, evidentemente, y las consecuencias son desastrosas. Superan todo lo que habíamos imaginado. Si seguimos destruyendo el hábitat de los animales salvajes y destruyendo el equilibrio de los ecosistemas, vamos a exponernos sin duda a otras epidemias. Sin mencionar las consecuencias de la cría intensiva, que es una de las causas de ciertas gripes aviares, de la gripe porcina, que por el momento no afecta más que a los animales, pero nunca se sabe, puede pasar. Somos responsables de esta situación aunque no seamos culpables.