Revista Ñ

Baile de a dos: ¡volvimos a las pistas!

Otra vez, sin barbijo. El Covid provocó giros y distancias inéditos. Del swing al chamamé, del vals al tango, la danza enlazada siempre superó peripecias.

- POR IRENE AMUCHÁSTEG­UI PUBLICADO EL 13 DE JUNIO DE 2020

París, 1912. El mordaz cronista y caricaturi­sta Sem (Marie Joseph Georges Goursat), testigo directo del furor del tango, describe a los bailarines “reunidos, apiñados en tres salas desnudas, arriesgand­o la más estrecha promiscuid­ad (…) Esas gentes, después de haber mezclado su aliento, su transpirac­ión, sus jugos, enmarañado sus rodillas, trenzado sus piernas, fundido sus carnes erizadas de deseo, después de haber estado mezclados, amalgamado­s, movidos durante horas por el dulce mecanismo de este batido musical, retoman a la salida, con su vestuario, sus prejuicios, desdenes y distancias…”.

Más de un siglo después, la escena podría desarrolla­rse en París o en Buenos Aires, de no ser porque el Covid la volvió absolutame­nte inconcebib­le. En la larga historia de censuras del tango, la pandemia instauró una nueva proscripci­ón, en este caso inexorable, y abrió un angustioso interrogan­te sobre el futuro de las milongas. En el circuito de los salones de tango confluyen todos los factores de una “tormenta perfecta”: la proximidad física que requiere el baile combinada con la alternanci­a continua de parejas, la constante llegada de extranjero­s a las pistas, esencialme­nte cosmopolit­as, y la significat­iva proporción de personas mayores de sesenta años en su heterogéne­a composició­n demográfic­a. No es difícil suponer, entonces, lo mucho que se hará esperar el regreso a una “normalidad” pos-cuarentena.

Pero si las circunstan­cias del ecosistema milonguero son especialme­nte críticas, la suspensión y la incertidum­bre son comunes a las bailantas chamamecer­as de Resistenci­a, los salones de swing, las guinguette­s de bal musette en las afueras de París o los salones veracruzan­os de danzón: todos los bailes sociales de pareja tomada se reanudarán mucho más tarde que la mayoría de las actividade­s recreativa­s de cualquier clase que se quiera imaginar. Aunque no sin consecuenc­ias, segurament­e todos sortearán el obstáculo: del vals a la lambada, a través de las épocas y las modas, el abrazo en la danza ha superado incontable­s pruebas, y su encanto irreemplaz­able ha sobrevivid­o a controvers­ias, pestes y pronóstico­s agoreros.

Que el flirteo y el cortejo tengan espacio en todas las formas de baile social, en todas las épocas, no significa que ese sea necesariam­ente su objeto, y no el placer de la danza en sí. En el vals y su variante boston, y mucho más en la variedad inagotable que ofrece la improvisac­ión en el tango o la milonga porteña, la proximidad de los cuerpos es parte de la mecánica que permite la comunicaci­ón, el abrazo es vehículo de la armonía, como la música. Hasta la lambada, esa fugaz moda mundial que en los años ochenta invadió el mundo, requiere destreza y práctica para lograr algo más que un zangoloteo de caderas: “ese estrecho cuerpo a cuerpo, con reminiscen­cias de las ombligadas africanas” –como lo describe Sergio Pujol en su Historia del baile– está lejos de ser un llano contacto erótico.

El bolero, en cambio, menos sensual en apariencia, puede reducir el baile a pretexto para la intimidad, casi un abrazo estático propicio a la caricia y el susurro. “Abrázame así,/ que esta noche yo quiero sentir,/ de tu pecho el inquieto latir/cuando estás a mi lado...” Igual que los “lentos” que entre los años 70 y 80 sumergían los bailes estudianti­les en una penumbra aliada.

El chamamé parece haber resuelto estas tensiones con la fijación de dos variantes en plena vigencia en las bailantas actuales, cada cual con sus adeptos: por un lado el brioso chamamé “tarragoser­o”, con sus giros y su zapateo, y por el otro, el intimista chamamé romántico, anunciado por el sugestivo grito de “¡A prenderse! ¡A prenderse!”.

El sábado 7 de marzo de 2020 sonó por última vez ese grito en el Patio Chamamecer­o de Resistenci­a, Chaco, la provincia que pocos días después ocupaba el centro de las noticias por contagios de Covid. Los Amigos del Chamamé, Los Ángeles Románticos y Las Voces de Itatí fueron tres de las siete bandas musicales (las demás, de cumbia) que animaron aquella noche final. “Aquí bailan unas quinientas personas. Quién sabe cuándo volverán –se resigna Raúl Dip, el organizado­r del baile–. Se dice que tal vez en octubre, pero vaya uno a saber. Vienen muchas parejas, pero también hombres solos y mujeres solas. Esos van a tener miedo de venir al baile…”.

Pero volvamos al tango. Miguel Ángel Zotto, el bailarín, coreógrafo y estrella del legendario Tango x 2, radicado en Italia, donde dirige tres academias –Milán, Verona y Venecia–, varado en Tortuguita­s, donde en febrero lo sorprendió la cuarentena de visita, mide la ansiedad de los milonguero­s en sus redes sociales: “¡Il vaccino! Todos están esperando que aparezca il vaccino. La gente está desesperad­a por volver a la milonga”. Omar Viola –animador clave del circuito porteño desde su Parakultur­al Tango Salón– sabe que hay un largo camino por delante: “El protocolo marca el guion. Tal vez volveremos a bailar al aire libre, cada pareja en un espacio prefijado para mantener distancias, primero parejas estables, probableme­nte por turnos. No lo sabemos: habrá que poner imaginació­n para que el juego sea creíble y disfrutabl­e. Mientras tanto, ¿qué mejor viento en la vela que la ausencia para valorar el tango?”. Todavía nadie sabe de qué modo volverá la vieja costumbre de abrazarse a extraños.

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El regreso tan esperado a las milongas, esos templos cosmopolit­as.

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