“LA SOCIEDAD ESTÁ MÁS FRACTURADA”
Beatriz Sarlo. La crítica más destacada,bisagra entre dos siglos, partió de la literatura pero se extendió a cada ángulo de la realidad. Su estela solo se compara con la de Victoria Ocampo y su influencia sembró una generación de críticos descollantes. En esta entrevista con Héctor Pavón, recorrió 25 años de vida cultural ante el aniversario de su revista Punto de Vista. Y sigue...
–”Punto de Vista” surgió en plena dictadura. ¿Qué posibilidades tenía, era un espacio de resistencia política?
–Entonces era una revista cuya primera función fue la supervivencia intelectual de un grupo que tomaba temas que estaban allí pero que no podían aparecer. Así pasó con el comentario de un libro sobre la tradición republicana, ya que no se podía hablar sobre la democracia, o con un ciclo de cine de Fassbinder. Uno podría decir que el ejercicio de un pensamiento que no estuviera dentro del molde de la dictadura podía considerarse un acto de resistencia. ¿Era peligroso hacerlo? Sin duda, pero no tengo vocación de contar una historia heroica. No recuerdo que se haya hablado del miedo ni cuando desapareció toda la dirección del partido Vanguardia Comunista, que nos había financiado. Y creo que eso es lo que hizo posible la supervivencia de la revista.
–Y los lectores también eran sobrevivientes...
–La revista era casi invisible o mejor dicho muy invisible. Con la primera tirada hicimos un cálculo fantasioso y editamos dos mil ejemplares que nos comimos rigurosamente. No se vendieron más de doscientos ejemplares. Los lectores eran como una extensión del equipo que hacía la revista, había gente más joven que estaba en la universidad, profundamente disgustada. Que en ese momento de la dictadura dos personas aceptaran comprarte una revista y discutir de política ya era algo milagroso.
–¿Qué pasa en el 83? ¿Seguía siendo un espacio de resistencia política?
–Nosotros habíamos aprendido a hacer una revista contra la dictadura, que decía “con la dictadura, nada”. El 83 nos cambia la mesa de juego. Y tuvimos que aprender a hacer la revista con gente que venía del exilio. Recibimos la victoria de Alfonsín con gran
des expectativas; quince días después éstas se ven consolidadas con el proceso a las Juntas militares. No sé si estábamos preparados para esa velocidad. Estábamos muy cómodos en la marginalidad.
–¿Y desde 89, con la llegada de Carlos Menem?
–Ahí fue más sencillo, porque no había ningún problema sobre cómo colocarse respecto del poder político. Había que tener una extremada sensibilidad para darse cuenta de los cambios que se daban en la Argentina, no sólo en lo político y económico, sino los generacionales que marcaban el campo estético. Fue el primer desafío de madurez de cada uno de losmiembros de la revista. Es decir, ya somos gente madura en el 89 y tenemos que empezar a percibir qué está pasando de cosa nueva en lo político y en lo estético, porque ése también fue y es un desafío de la revista.
–En estos 25 años, ¿qué destacaría como picos de producción artística e intelectual?
–Y sin duda ahí está Juan José Saer como un escritor que venía con un impulso muy fuerte y que se consolidó; Sergio Chejfec está haciendo una de las escrituras más duras y diáfanas de la literatura argentina. Y sin duda señalo a Alan Pauls. Todo el campo poético y su consolidación que comienza con una institución que es “Diario de poesía”; Delfina Muschietti, por ejemplo; Arturo Carrera, que viene de los 80, otro poeta como Daniel García Helder. Y el teatro alternativo, algo realmente bueno.
–¿Y en el campo político?
-Para mí, el hecho de los últimos 25 años fue el juicio a las Juntas, lo que provocó en la sociedad y el lugar que abrió para las organizaciones de derechos humanos como las Abuelas. Es un hecho decisivo. Lo que a mí me encuentra profundamente sin presupuestos es la revolución conservadora neoliberal. Nos tomó sorpresivamente. Lo que digo es que lo que se esperaba de Menem no era bueno, pero no era lo que vino. Esos son los dos hechos que cambiaron el país. Y de las consecuencias del menemismo todavía no hemos salido. Si uno piensa que salir no es sólo crecer un poquito rápido en un año, sino empezar a restaurar lo destruido.
–En su ensayo “Ni esencia ni sustancia”, dice que el “pueblo” apareció por última vez en Semana Santa de 1987. ¿Reapareció en 2001?
–En Semana Santa, diría que todavía había líneas que armaban el mundo social y el mundo político. Estaban los partidos y estaba la Plaza, con gente que sentía que podía reconocerse dentro de la sociedad. En diciembre de 2001 las fracturas eran muchas y ya no se podía hablar de pueblo igual que a finales de los 90. Me parece que la revolución liberal reaccionaria de Menem coincide también con tendencias de disgregación de lo social general que se llama posmodernismo. Por tanto, la sociedad está más fracturada; en diciembre de 2001, sin duda, no vimos alianzas políticas sino coincidencias en el espacio. No costaba mucho más hacer caer a De la Rúa.
–Pero ¿tiene nombre este grupo de gente que salió en diciembre? ¿Era la “multitud”?
–Esa gente no era “multitud”. No parecía nada globalizada e internacional la gente movilizada en Buenos Aires y otras ciudades en diciembre de 2001. Parecían, mejor, afectados por un gobierno territorial y una crisis económica que no se podía decir que era una típica crisis de la globalización. Diciembre de 2001 no fue un ámbito como el de las movilizaciones de Seattle.
–¿Cómo evalúa la relación de los piqueteros con quienes están incluidos en el sistema?
–Por más que las capas medias urbanas se hayan sentido molestas por los piqueteros, ellos no son más que la consecuencia inevitable de los 90 en la Argentina. No fue una invención de la sociedad que creativamente practicó la “salida”, como dice Paolo Virno. Lo que el movimiento piquetero está pidiendo es la inclusión en la sociedad, no la salida. Y no es cínico el discurso cuando dicen “queremos trabajo y no Planes Trabajar”. Es decir, lo que están reivindicando no es una forma posmoderna de lo revolucionario sino una forma moderna de inclusión en el mercado de trabajo. Eso tiene que resultar molesto hoy por dos razones. Por un lado, porque hay direcciones aventureras – encadenar el Ministerio de Trabajo, dar vuelta un tren para que vaya a otro sitio–. Y por otro lado, está el reclamo de la inclusión que no cierra. Una parte de la sociedad considera que el episodio de la pobreza ya pasó y que ya hay un 40 por ciento de la sociedad argentina que está gastando, viajando, pagando los impuestos como antes. Se necesitan muchos años de reactivación para que alguna de esa gente se incluya. Pero muchos de ellos no se van a incluir nunca. Los piqueteros que aparecen con la cara cubierta no lo hacen sólo por seguridad: simbólicamente muestran que ya no se incluyen en la sociedad y que ya no van a volver al trabajo. Esa gente ya tiene hijos. Es otra generación que está afuera.
–¿El de Néstor Kirchner sigue siendo un gobierno de gestos o ya exhibe hechos?
–Lo simbólico fue y es importante aún en la Argentina después de los 90. Y l o simbólico no me parece meramente gestual. Porque su discurso en el campo de derechos humanos no es meramente gestual, me parece que tiene la carga de lo simbólico. El procesamiento de los jueces, el nombramiento de un nuevo juez de la Corte, el modo en el cual la Argentina se coloca para la renegociación frente a los organismos internacionales, me parecen medidas importantes. Lavagna encontró un buen presidente. Un presidente con más poder de decisión que Eduardo Duhalde, que le permite actuar con más libertad. Posiblemente, en una dimensión cultural el gobierno de Kirchner me resulta completamente ajeno.
–¿Hubo algún hecho público que la haya transformado para siempre?
–La guerra de Malvinas. Nunca me sentí tan ajena al país como cuando la dictadura invadió las Islas y una multitud acudió a Plaza de Mayo. Para mí es la herida que no cerró, aquello que hace que yo nunca haya podido reconciliarme del todo con la Argentina. Pero nome he exiliado. Ese fue el hecho de mi vida, porque alguien que había mantenido la idea de quedarse en la Argentina, completamente inmersa en este país, en un momento así se siente completamente ajena. Todavía hoy me resulta intolerable.