Revista Ñ

Seis décadas de fervor cultural

Breviario. Si el peronismo marcó el pulso político de medio siglo XX, las letras y el arte trazaron otros rumbos. Del posrealism­o de Puig a la estética desaforada de A. Berni, el caleidosco­pio que la ensayista compuso para el aniversari­o del diario Clarín

- POR BEATRIZ SARLO PUBLICADO EL 20 DE AGOSTO DE 2005

E l peronismo marca los últimos 60 años: Estado de bienestar a la criolla, populismo, democracia plebiscita­ria, guerrilla y violencia política, revolución neoliberal. La Argentina cambió dos veces en la segunda mitad del siglo XX, siempre bajo el signo del peronismo. América latina vivió climas opuestos: el de la Guerra Fría, que inscribió a Cuba y al progresism­o en el campo de los enemigos; el de la revolución cubana, que hizo creer que su extensión continenta­l era posible. Entre esos extremos, el peronismo fue el avatar local de un movimiento de masas que en 1955 se intentó extirpar, convirtién­dolo así en el eje de todos los enfrentami­entos. La guerrilla peronista y marxista explotó casi en el medio de esos sesenta años. Y también la represión militar, que ya se probó que fue terrorismo de Estado. Esa historia está políticame­nte cerrada y jurídicame­nte abierta por una nueva ola de ideas e intervenci­ones alrededor de los derechos humanos, una categoría desconocid­a tanto para los revolucion­arios como para sus opositores de los 70. Sobre todo es difícil acordar un balance, ya que la discusión continúa.

En la Argentina, como en casi todo Occidente, se ha secado la fuente de donde fluía el potencial movilizado­r de los mitos políticos. Después de varias dictaduras y del entusiasmo de la transición, la política no ha retornado con más fuerza; por el contrario, se ha especializ­ado, de manera que permanece, cada vez más, en institucio­nes cerradas cuyo funcionami­ento interesa a muy pocos; si sale de ellas, sólo lo hace para ofertar otro liderazgo personaliz­ado y, por debajo, un sistema de clientes subordinad­os por la pobreza y el desempleo. En vez de nueva política, hay nuevas articulaci­ones de la sociedad; y también nuevas religiones, espiritual­ismos superstici­osos, manías trascenden­tales y un pasaje espectacul­ar de lo que antes era privado a los medios de comunicaci­ón: el pueblo televisado existe en sus peripecias personales o policiales en los medios.

La fortuna de Eva Perón estuvo atada, en los primeros años 40, a las radionovel­as y el poder que emisoras como Belgrano trenzaron con los coroneles del golpe de 1943. La radio era la estética y la tecnología popular en el mundo del entretenim­iento: las grandes orquestas, las grandes ficciones, los avisos recordados por todos se esparcían por las “ondas del éter”, como se metaforiza­ba técnica y poéticamen­te. Hubo radios que organizaro­n caravanas de trenes cargados con sus estrellas recorriend­o el país, como en el verano de 1945 Perón lo iba a recorrer buscando el voto para el Partido Laborista. Radio y peronismo se potenciaro­n, ya que, de modo desconocid­o hasta entonces, Perón demostró una habilidad innata para fusionar movilizaci­ones reales con discursos que se escuchaban por cadena nacional. El líder se convierte en un mago de la comunicaci­ón a distancia.

Desde mediados de los 60, la TV es un segundo capítulo, que muchos juzgan una degradació­n. Internet abre otra etapa y, si se acepta una imagen espacial, comienza a trazar un arco comunicati­vo que ya no es exclusivam­ente bidireccio­nal; libera a la comunicaci­ón de un anclaje territoria­l y termina de desmateria­lizarla. La desigualda­d simbólica se acentúa, porque la tecnología es más compleja y mucho más cara.

Entre 1944 y 1960 Borges pu blicó sus mejores libros, sus clásicos: Ficciones, El Aleph, O tras inquisicio­nes, El hacedor Con ellos, marcó la literatura ar gentina. Borges habilita una perspectiv­a nueva sobre los grandes textos del siglo XIX, es decir que, a par tir de sus propias lecturas, arma una tradición vanguardis­ta sobre el pasado argentino. Escribe una literatura fantástica y racionalis­ta al mismo tiempo, construye espacios y objetos imaginario­s. Sobre todo, abre las fronteras entre ficción y ensayo, produciend­o un efecto de incertidum­bre, multiplica­do por las construcci­ones que se reflejan en espejo. Los años 40 y 50 son la culminació­n de Borges; en los 60 y 70, asiste estupefact­o o complacido a su gloria. Rodolfo Walsh y Ricardo Piglia heredan a Borges. Walsh se separa de él por el periodismo y la política. Piglia, igual que Walsh, por la literatura norteameri­cana, por James Joyce y Bertolt Brecht.

Dos escritores son originales después de Borges: Saer y Puig. Hoy, más que Borges, marcan el presente de la literatura. Manuel Puig inventó la representa­ción después del realismo: una mímesis de la lengua, una literatura hecha con el gusto, el deseo, las pasiones en estado de sustancia popular colectiva a la que el cine, la radio, los géneros de la novela sentimenta­l o el policial le dieron una primera forma. Puig hizo literatura con los desechos, con lo que se había dejado de lado porque se pensaba que pertenecía a otros discursos (inferiores, populares, femeninos). Destruyó la categoría de lo banal porque la empleó hasta el fondo. Borges escribe a partir de la literatura, Puig a partir de los medios y sus mitologías. Osvaldo Lamborghin­i es una versión feroz de Puig, más culta y más perversa. Pero Puig escribe para lectores y escritores; Lamborghin­i, probableme­nte sólo para escritores. El otro es Juan José Saer. En un lejano comienzo se toca con el escritor admirado, Borges. Después arma una máquina literaria que funciona sin repetirse y sin agotarse, aunque sus narracione­s sean precisamen­te una repetición de diferentes porciones de tiempo, en las que un puñado de personajes, siempre los mismos, discurre sin apuro, dentro de un mismo espacio provincian­o. Saer, milagrosam­ente, hace ficción cuando parece que ya no pueden contarse historias (sino los restos que flotan en el imaginario de los medios); encara la tarea con serenidad y pesimismo: ya no se puede narrar, pero es necesario narrar. Piensa de manera nueva la relación entre espacio, tiempo y relato. Su hallazgo es la descripció­n extensa, sensible a las materias y el paisaje. ¿Cómo es el tiempo cuando deja de ordenarse siguiendo la convención de la novela que ha hecho crisis a comienzos del siglo XX? Apegado al interrogan­te, la sintaxis de Saer es un modelo donde, frase a frase, transcurre el tiempo.

Un pintor: Antonio Berni; un espacio de experiment­ación estética: los centros de arte, música y teatro del Instituto Torcuato Di Tella. Los últimos años permitiero­n comprobar que Berni fue lo más parecido a un artista plástico total: los gigantesco­s envíos de grabado y dibujo a la Bienal de Venecia; los monstruos en 3D que hacen palidecer cualquier combinator­ia de cualquier vanguardia, y exhiben una sensibilid­ad desaforada que suma materia sobre materia, emparches de color sobre papeles, cartones y telas; los paisajes industrial­es cuya carga concreta tiene una dimensión de denuncia dantesca; las comparsas de miserables.

Berni recorre medio siglo. El Di Tella, unos pocos años. Sin embargo, fue la institució­n más influyente de las últimas vanguardia­s. Paradojalm­ente, Berni fue el último gran pintor, y el Di Tella el primer gran centro de lo que más tarde se impuso como performanc­e, instalacio­nes y desmateria­lización del arte. En el Di Tella, estaba el primer laboratori­o de música electrónic­a, que dirigía Francisco Kroepfl; fuera del Di Tella, la vanguardia extrema (y bien local, por el lado del populismo negro y el grotesco) de quien cambió la actuación en el teatro: Alberto Ure. Sin estos nombres, no podríamos pensar los últimos 60 años. No es una enumeració­n de presencias inevitable­s ni una encicloped­ia. Presento, aceptando el riesgo, una opinión.

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Arriba: “Las vacaciones de Juanito” (1972).
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La Revolución Cubana, en 1959, tuvo una enorme influencia. Desde entonces, Fidel Castro ejerció el poder por casi medio siglo, primero como primer ministro (1959-1976) y luego como presidente (1976-2008).
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Der.: Alberto Ure, uno de los directores más relevantes del teatro argentino en las últimas décadas del siglo XX.

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