¿Desagravio? Sí, contra la viuda de Borges
Batahola. María Kodama denunció al autor Pablo Katchajian por plagio en su Aleph engordado, su remake experimental. Aira encabezó su defensa.
Muchos pensábamos que la cosa ya estaba resuelta. Que el juicio de Maria Kodama a Pablo Katchadjian por El Aleph engordado ya había concluido, con un juez guardando para siempre la carpeta. Pasábamos a otro tema. Pero no. Esta semana “Katchadjian fue procesado” y, de nuevo, como en una pesadilla, todo recomenzó.
Brevísimo racconto: hace unos años, Pablo K. “publicó” un texto brevísimo titulado El Aleph engordado: un destellante librito de tirada casera en el que intervenía, al modo de un cirujano o un DJ, el gran cuento de Borges, quizás el cuento más universal que produjo la literatura argentina. La elección de esa pieza es, por supuesto, deliberada.
La operación de Katchadjian era al mismo tiempo un homenaje, una reactualización, un chiste, un golpe de efecto, un ejercicio y, finalmente, un texto propio. La tirada fue insular y sus poco menos de 200 ejemplares circularon de mano en mano, como un fanzine o una droga. Pero parece que uno de esos libros llegó más lejos de los esperado, y todo el asunto tomó la forma de un equívoco. Una mañana de 2011 él despertó con algo un poco más amargo que el café de la mañana: una denuncia penal de María Kodama lo acusaba de haber hecho un uso desmedido, descortés y -¿cómo llamarlo, criminal?- del texto de Borges. Fueron a juicio.
Críticos y escritores salieron a la cancha para subrayar que lo que había hecho Pablo K. era un juego de lo más borgeano, que consistía en tomar el cuento “El Aleph” y agregarle frases, palabras, injertos propios, para ver qué pasaba. Una experiencia de escritura; a algunos les gustó, a otros no, y el mundo siguió girando. Pero un par de años después el temido librito de edición casera llegó, quién sabe cómo, a María Kodama, y la viuda y heredera puso el grito en el cielo; esto era un plagio, una ofensa a la figura intachable del escritor, una usurpación maliciosa de la propiedad intelectual.
El proceso fue largo y trabajoso y tuvo compases interesantes, como un inédito acto de “desprocesamiento” al joven escritor en el Museo del Libro y de la Lengua, en la Biblioteca Nacional, donde los referentes más fuertes de las letras locales dieron su apoyo al autor y recordaron, por si hiciera falta, que no hay cosa más borgeana que el juego de contaminaciones y superposiciones entre textos. Y entonces creímos que el asunto estaba resuelto. Pero no.
Ahora, en 2016, la heredera de Borges pasó por el estudio del programa Los siete locos, en la TV Pública, y dijo: “son acciones judiciales respecto de gente que no respeta la obra. La obra entra en dominio público cuando se cumplen 70 años de la muerte. La gente frustrada , la gente que quiere colgarse de un nombre para ser ellos, puede colgarse de Shakespeare o Dante. Pero no puede colgarse de una persona y deformar una obra (...) Interviene en la obra de Borges, cambia palabras, copia. Cuando vos has visto lo que para una persona ha sido hacer una obra... Como si tenés un hijo y alguien viene y te lo tortura o te lo mata, es lo mismo”.
El abogado de Kodama, por su lado, dijo ahora que “si Katchadjian quería hacer un experimento debió haberlo hecho en un taller literario”. Y agregó: “no hay ningún antecedente de esta técnica de ‘engorde’ y mucho menos con textos de Borges, venerado en todo el mundo”. Diálogo de sordos. Unos hablan la lengua de las operaciones estéticas; otros, el idioma del control y el castigo. ¿Habrá una salida decorosa para todo esto? ¿Sacaremos alguna conclusión válida y productiva? El futuro de esta historia escrita por Kafka o por Borges está aún abierta.