CONTRA TODA IMPOSTURA
Entrevista a Hebe Uhart. Pequeños sucesos, detalles, nada escapa al tamiz original de la autora. Aquí habló del universo de Turistas, su libro de relatos.
Ser turista pero hacer esfuerzos para no parecerlo, buscar “perderse” en las ciudades en vez de seguir un recorrido planificado, estar más cerca del ideal del aventurero o del viajero ilustrado del siglo XIX que del consumidor que sigue las pautas del turismo masivo. ¿Quién no ha cultivado, en sus viajes, alguno de esos gestos que buscan la distinción? En su libro Turistas, Hebe Uhart sobrevuela con ironía esas mitologías contemporáneas, y clava la pluma allí donde el estereotipo se desliza hacia un terreno menos estandarizado, donde la risa estalla pero también nos alcanza, lectores sacudidos, en algún punto, por las mismas ilusiones de sus personajes. “Los argentinos tenemos modelos, hay que ajustarse a un deber ser. No queremos ser confundidos con turistas, aunque a la larga todos lo somos; ni con un consumidor, ni con un burgués... Hay cosas que son consideradas superiores pero son, en definitiva, lugares comunes”, se ríe Uhart.
En las respuestas de esta escritora –reconocida por sus pares como una de las mejores cuentistas contemporáneas– las anécdotas se anudan a las reflexiones, las personas se confunden con los personajes, la literatura se enlaza con la vida en una continuidad curiosa que ella presenta con naturalidad, como parte de una intencional falta de impostura.
En esa zona sutil de intercambio entre la experiencia y la ficción parecen ubicarse sus relatos, en los que hilvana pequeños sucesos, actitudes, giros idiomáticos, hallazgos que obtiene con una mirada alerta de cronista, a la pesca de detalles y frases reveladoras de un mundo.
–Así como el turista tiene una mirada extrañada sobre el mundo que descubre, ese extrañamiento está en el origen de sus cuentos.
–Me parece que tiene que ver con la aper
tura que dan los viajes. A mí me gusta mucho viajar a cualquier parte, me da lo mismo viajar a Río que a Paysandú, ya me parece un cambio, una novedad. Para El País, de Montevideo, he hecho notas de viajes y notas de pueblos chicos, que me resultan particularmente placenteras. Un pueblo chico lo recorro y lo percibo. Me guío por los letreros, por los grafitis… Pongo cuestiones que tienen que ver con la economía, con la sociología, con el lenguaje. Estuve dando cursos en Santiago del Estero y en un asado los alumnos dijeron: “La lechuga está amortiguada”. Eso es revelatorio de una forma de mirar, es decir “no está en su plenitud vital”, una forma vitalista de ver las cosas. También me interesa ver la confluencia de ciudad y campo. –¿Cómo trabaja la lengua de sus personajes? –Para escribir el cuento de Bernardina, la migrante paraguaya, escuché a una señora empleada en una casa. Leí a Roa Bastos, leí los diarios de Asunción, y leí escritores corrientes, para ver cómo piensan, qué inquietudes tienen. Toman del guaraní no solo la entonación sino, por ejemplo, algunas palabras compuestas. Esta señora contaba que había plata enterrada de la guerra del Paraguay y decía “plata entierro”. No dicen ladrones de coches sino “roba-coches”, y uno hermoso, para una mujer misteriosa, la “mujer-tiniebla”.
–¿Siempre hay, en sus cuentos, una investigación previa?
–No siempre. Cada cuento tiene su propia historia. Tengo que tener una imagen del personaje. Parto del personaje.
–¿Personajes reales o pueden ser imaginarios?
–Siempre tengo un cable a tierra con un personaje real. Pero la diferencia con la crónica es que ésta es más liviana. En el cuento tengo que establecer un vínculo entre ese personaje y yo.
–Los malos entendidos del idioma también son tema, como en el cuento del turista en Buenos Aires.
–Lo escribí a partir de una sugerencia de la editorial. Así que me fui a la calle Florida y pensé: si yo fuera alemán qué vería. También hablé con la hija de una amiga que tuvo un novio alemán. No tenían lenguaje intermedio, porque no hablaban inglés, y él quería casarse. Se lo dijo con mímica, como acunando un bebé. Y también lo saqué un poco de un novio sueco que tuve, era raro. Me decía “yo, me, migo; tu, te, tigo…”
–Sus cuentos tienen algo muy característico del cuento contemporáneo, no hay un desenlace contundente.
–Igual el desenlace es importante, lo que más trabajo da es el final. ¿Viste la gente que se despide y vuelve un ratito? Es aprender a cerrar algo: una relación, una etapa. Los finales siempre son difíciles, es el material que se desprende.
–Y ¿cómo se llega a ese desenlace?
–Hay que tener más paciencia para escribir cuentos que crónicas. Los alumnos de taller dicen: yo lo mato, lo hago separar, lo mando de viaje. Interviene el capricho del autor. Y es el personaje el que tiene que hablar. Ya bastante que el autor eligió a los personajes o los argumentos como para que quiera intervenir. Tiene que dejarlo “pastorear” al personaje. Es difícil. El primer trabajo de escribir es mirar bien.
–¿Qué literatura le interesa?
–Me gustan las crónicas del peruano Santiago Roncagliolo; no son parejas pero tiene muchas muy buenas. Me interesan las crónicas de Ryszard Kapuscinski.
–¿Cuáles son sus cuentistas preferidos?
–Mi cuentista maestro es Felisberto Hernández. Y otro uruguayo que no conoce nadie, Juan José Morosoli, que escribe unos cuentos camperos buenísmos. De los peruanos, Bryce Echenique y Julio Ramón Ribeyro. Y los cubanos Marilyn Boves, Nancy Alonso y Senel Paz. Y algunos jóvenes argentinos como Félix Bruzzone y Samanta Schweblin. También Eduardo Muslip, que fue alumno mío. De los grandes, Alicia Steimberg, Daniel Moyano; me gustaba Isidoro Blaisten.
–¿Qué pasa hoy con el género cuento?
–No sé, yo llevo mis cuentos y los publican, propongo hacer crónicas y me dicen ´”dale”. Sabés lo que no me gusta: la novela cuando el protagonista es un escritor. Se lo tolero a Chéjov, tipos que escriben como los dioses.
–Es lo opuesto a lo que hace usted...
–Me parece que los hace verse importantes. Porque por ejemplo, Bryce Echenique, que es un borracho pero disciplinado, dice: “Acá estoy yo sentado, estudié una hora alemán, una hora de italiano, escribí dos horas; yo, tan Guggenheim”. Se ríe. Pero acá no se ríen, es el sentido de la propia importancia el que aparece en las novelas de escritor.
–Cierta impostura, ¿no?
–También es una moda. No tiene que ser canchero el que escribe, no queda bien. Hay una cosa fuerte acá, de que no la tomen por estúpida a la gente. Para escribir, la mejor forma de recabar información de otra persona es hacerse la estúpida. Si estás muy presente, el sujeto interrogado no te cuentan nada…