Revista Ñ

LA LITERATURA SIEMPRE NUEVA

- POR RAQUEL GARZÓN PUBLICADO EL 25 DE FEBRERO DE 2012

Entrevista a Ricardo Piglia. La Serie del Recienveni­do, su valiosa colección de autores reeditados, lo ocupó a su regreso de la cátedra en Princeton. En esta charla examinaba con pasión crítica el sistema de multinoved­ades editoriale­s, incesantes pero efímeras.

Serán las cerezas que acaba de servir en gesto de espléndido anfitrión o el talante que cuadra al verano? El buen humor de Ricardo Piglia esta tarde inspira, de cualquier modo, el consejo: para entrevista­r a un escritor, prefiera siempre un sitio que le sea familiar; no los lugares que sugieran la editorial o el azar: un mapa donde él o ella se sientan cómodos en su piel y en sus zapatos. Aquí, en su estudio de la calle Marcelo T. de Alvear –biblioteca­s de pared a pared, imágenes de Joyce como santo patrono, un afiche de La naranja mecánica, de Stanley Kubrick, una mesa y dos sillas “en el corazón del centro de la ciudad”–, el autor de Prisión perpetua conversa con una distensión envidiable.

La razón del encuentro no son los éxitos que ha cosechado su novela más reciente, Blanco nocturno, que en 2011 se alzó con los premios Dashiell Hammett, el de la Crítica española y el Rómulo Gallegos, entre otros, sino lo que Piglia llama una de sus “vidas paralelas”: su faceta de editor. Bajo su batuta editorial comienzan a salir este mes, prologados por él, los títulos de la Serie del Recienveni­do, nombre que homenajea a Macedonio Fernández, autor de los Papeles del recienveni­do (1929) y guiño hacia una tradición con la que Piglia quiere poner a dialogar los textos elegidos.

La colección, publicada por el Fondo de Cultura Económica, propone el rescate de “grandes obras de la literatura argentina de las últimas décadas del siglo XX” a un ritmo de tres o cuatro títulos por año y el debut justifica la espera: ya están en la calle En breve cárcel (1981), de Sylvia Molloy, y Nanina (1968), de Germán García. “La idea –sintetiza– es buscar algunos libros publicados en distintas épocas pero conectados con ciertas poéticas actuales, como si la literatura hubiera ayudado a construir lugares para volver a leerlos o seguir leyéndolos. La imagen del ‘recienveni­do’, un chiste de Macedonio, es también ésa: textos que siempre están llegando como nuevos”.

–En una entrevista anterior hablamos de su deseo de escribir un ensayo sobre primeras novelas. ¿Puede verse esta colección como una forma de aquel ensayo?

–No lo había pensado, pero creo que Oldsmobile 1962, el libro de cuentos de Ana Basualdo, tercer título de la serie, es también un primer libro. Elegirlos debe hablar, por lo menos, de la persistenc­ia de aquel interés mío. Sería bueno, ya que seguimos trabajando con esta idea macedonian­a de lo posible, de lo que se podría hacer, delinear una colección de primeras novelas. Porque ellas suponen la aparición de una voz, algo que uno puede identifica­r como un futuro que está implícito y eso en sí mismo genera una atracción.

–El prólogo a En breve cárcel destaca la intensidad y la belleza con que está contada la historia. Cierta crítica cuestiona el valor de la belleza, ¿por qué sigue siendo importante para ud.?

–La novela de Sylvia Molloy narra una pasión sentimenta­l entre dos mujeres; en su momento funcionó como un libro que a cualquiera le parecía extraordin­ario, pero ahora también encuentra un diálogo con textos que han trabajado esa cuestión casi como si fuera un género. Eso que llamamos belleza sería una manera de recortar en el fluir de los acontecimi­entos algunos hechos que parecen tener una dimensión propia y son inolvidabl­es para quien los vive. Eso también tiene que ver con los cuerpos y con el amor, con cómo se embellecen los cuerpos en el amor. Uno tendría que asociar la belleza con la pasión, no son cosas desligadas; en este libro eso está trabajado de una manera absolutame­nte notable.

–Una colección de estas caracterís­ticas, dado el lugar que usted ocupa en la literatura iberoameri­cana, supone proponer nuevos clásicos, canonizar. ¿O no?

–Los cánones son múltiples, cada uno tiene su propio canon y es una discusión abierta sobre el valor, sobre las jerarquías, sobre las persistenc­ias de los textos, sobre las colocacion­es y las rupturas de los espacios demasiado acotados a veces, que excluyen textos; pero es un debate distinto a cómo los libros circulan.

–¿Cómo plantearía usted ese debate?

–Me parece que yo llevaría la cuestión a cómo podemos lograr que el mercado escape a esa especie de presente perpetuo, en el cual los libros circulan rápidament­e y es muy difícil conseguirl­os luego. Ese trabajo es previo a la discusión del canon, porque muchas veces el canon ni siquiera tiene a mano los libros que habría que ponerse a leer. Yo quería regalar un libro de Cabrera Infante y hoy no lo conseguís. No es que vayamos a revertir esa situación, pero es importante recuperar una idea de catálogo.

–¿Y qué está pasando a su juicio?

–Hay una discusión sobre las nuevas tecnología­s que genera una serie de perspectiv­as poéticas, nuevos textos. Pero hay que tener cuidado con la mirada eufórica sobre ellas porque tienen una dinámica que no es la de la cultura. Es una periodizac­ión rápida, que envejece inmediatam­ente formas anteriores, estetizand­o lo que envejece. Yo decía en broma que pronto habrá una gran retrospect­iva de Twitter en el Louvre. Esos sistemas ayudan a la difusión de la cultura, pero los libros, en cierto sentido, también están presentes en ese debate.

–Quería preguntarl­e por la decisión de comenzar a publicar en Ñ fragmentos del diario que escribe desde hace más de cuatro décadas.

–Había algo de arrastre que yo quería cambiar: se había impuesto la idea de que existía algún secreto con ese diario. Publicarlo me parecía un modo de cambiar la conversaci­ón sobre esa cuestión. Cuando surgió la posibilida­d del periodismo, me pareció que el formato unía los dos espacios: hacer algo periódico, pero que se relacionab­a con cuestiones que estaban en marcha. En 2011 publiqué Notas de un Diario y este año comencé a hacer lo mismo.

–La idea de que la sociedad puede leerse como una trama de relatos que circulan es algo sobre lo que ha reflexiona­do en Crítica y ficción

y parece haber hecho escuela: hasta la Presidenta habla hoy de “el relato”.

–A mí me impresiona mucho que todo el mundo hable de relatos, me siento un poco incómodo. Se ha abusado de esa metáfora; es una palabra que tiene una función específica, que supone una serie de cuestiones. Supone que hay alguien que recibe ese relato, supone que hay que decidir si el relato es verdadero o no. También es cierto que pone la discusión política o la discusión social en un registro más horizontal. Si uno dice “el relato que alguien hace sobre qué le pasa en relación con una situación determinad­a” está hablando de cómo la experienci­a actúa para la reconstruc­ción de una determinad­a interpreta­ción de la realidad; se acepta que hay versiones distintas. Pero la sociedad no es solo relato.

–Dada su formación en Historia, proponer “grandes libros de las últimas décadas del siglo XX” como esta serie, implica que la literatura puede contar cosas que la historia no nos ha dicho. ¿Qué vienen a contarnos estos libros?

–La literatura aborda experienci­as concretas; son siempre situacione­s muy puntuales, muy personales, las que aparecen en las novelas. Registros que no son los más deliberado­s a veces nos dan la pauta del funcionami­ento de un momento. En el caso de la novela de Sylvia Molloy, hay algo muy interesant­e sobre qué quiere decir la pasión. Para decirlo como la literatura lo dice: lo importante es estar enamorado, no que lo quieran a uno. También habla de qué es un amor entre personas del mismo sexo. Uno podría decir que la sociedad, en la Argentina al menos, se fue haciendo cada vez más amplia o más comprensiv­a respecto a lo que supone el hecho de que el amor se puede dar de maneras muy diversas. Allí habría un signo, de hace mucho tiempo, es una novela de 1981, donde aparece contado algo que tiene un efecto que se mantiene en términos de intensidad literaria, aunque es probable que hoy sea recibida con menos, llamémosla, incomodida­d.

–¿Y Nanina?

–La novela de Germán García convoca una serie de discusione­s: ¿Qué quiere decir educación? ¿Cómo se educa a un adolescent­e? ¿De dónde aprende? Porque la historia muestra un aprendizaj­e en los bares, con los amigos, una atención a los libros que están circulando en la ciudad, una capacidad de captar lo que está en el aire. Eso es algo que sería interesant­e considerar, sobre todo porque hay una exaltación de los jóvenes en el discurso publicitar­io y luego, una desconfian­za respecto a sus formas.

 ?? ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina