“LOS BÁRBAROS SOMOS NOSOTROS”
Charla con Mario Vargas Llosa. La tecnología, la democracia en crisis y la industria del entretenimiento son blancos del Premio Nobel en su ensayo La civilización del espectáculo. Los despliega en esta conversación.
En marzo de este año, cuando cumplía 76 años, el combativo novelista de La ciudad y los perros, Mario Vargas Llosa, removió, con la autoridad de un Nobel pero también con la fuerza de un guerrillero que previene contra la banalización de la cultura, las aguas que dicen sí a todos los efectos de cualquier renovación tecnológica. Su libro La civilización del espectáculo (Alfaguara) fue recibido en medio de la crisis de los medios y de los instrumentos clásicos de la cultura, la literatura, la música, las artes plásticas, y fue visto como la intromisión de un defensor de lo clásico frente a la irrupción inevitable de un mundo nuevo.
Vargas Llosa arrostró las críticas, puso en remojo los elogios (no es, y es raro entre escritores, el vanidoso que algunos pintan) y se dispuso a proseguir su lucha por advertir que él no está diciendo nada contra los avances tecnológicos, sino contra la perversión que el uso de las nuevas tecnologías pone en manos de vividores a tiempo completo de los beneficios que da la banalización rampante de la cultura. En eso sigue, y regresa a su libro para destacar algunos de los elementos en que basa la vigencia de sus convicciones. El dice que ahora somos nosotros los bárbaros que queremos hacer de la cultura un fenómeno que se diluya en medio de la trituradora del consumo veloz. –Dijiste que La civilización del espectáculo era también un libro de las desapariciones: el libro, la música, los derechos de autor...
–...la desaparición de la identidad. La evolución tecnológica ha venido acompañada de un desplome absoluto de toda forma de valores y de moral, y está acabando con cosas que parecían absolutamente invulnerables, entre ellas la identidad personal. No sé si has visto en The New Yorker una carta de Philip Roth, una carta abierta a Wikipedia. Cuenta que él descubrió cómo Wikipedia describía su novela La mancha humana de manera totalmente equivocada porque decía que estaba inspirada en la vida de un crítico de The New York Times. Y él explica en su artículo que no es así y que la novela estaba basada en un íntimo amigo suyo al que le ocurrió todo aquello. Wikipedia le contestó que todo autor tiene derecho a hablar sobre su libro pero que mientras no hubiera otras fuentes secundarias que corroboraran lo que él decía, iban a mantener lo que ya habían publicado. Es un síntoma interesantísimo de cómo hoy en día puedes ser despojado de tu identidad y quedar en la impotencia más absoluta frente a eso.
–Te ha pasado a ti: nunca has tenido Twitter. Y muchas veces Twitter ha reproducido cosas que tú has dicho en ese sistema de 140 caracteres.
–En Una piedra de toque cuento que una señora me felicitó en una calle de Buenos Aires por un artículo que yo jamás he escrito, pero pensé que se trataba de una equivocación. Después resulta que me descubren ese artículo, de una cursilería absolutamente estridente, y no hay manera de que yo niegue a la fuente y de que sepa quién ha falsificado y usurpado mi nombre. Meses después aparece en Internet una diatriba de un mal gusto pestilencial contra los argentinos, que también me atribuyen a mí, algo que yo nunca he escrito. ¿Qué puedes hacer frente a eso? Nada. Hemos llegado a una situación en la que uno puede ser despojado de su identidad y le puede ser impuesta otra absolutamente distinta a través de una tecnología completamente amoral.
–Hace unos meses dijiste que no habías hecho un libro pesimista sino preocupado. Lo que ocurre es que la realidad...
–...va agravando el fenómeno, tiene unas manifestaciones mucho más peligrosas de lo que parecía. Por ejemplo, en el campo del periodismo es clarísimo. Por un lado los periódicos serios, o que tratan de serlo, van siendo derrotados por un mercado que simplemente los margina, los acorrala o los mata. Y lo que queda es un tipo de periodismo que halaga los peores instintos porque encuentra una supervivencia en el mercado. Me parece absolutamente trágico porque el periodismo ha sido una de las manifestaciones culturales más importantes para la formación de una sociedad y si lo que finalmente lee el gran público es la prensa amarilla, lo escandaloso, la prensa chismográfica, ¿cuál es el futuro de una sociedad formada con ese tipo de alimentos “intelectuales”? Es inquietante.
–Advertías que el sistema de comunicación digital está sometido a ataques y que el papel sigue siendo un sustento mucho más serio.
–Además, no creo que sea cierto que el soporte no tenga un efecto sobre el contenido. Cuando las pantallas y las tabletas hayan derrotado directamente al libro y se escriba directamente para las pantallas, creo que el contenido va a experimentar el mismo proceso que han experimentado los contenidos de la televisión, se van a simplificar y a banalizar para alcanzar al mayor público posible y ganar el mercado.
–Y para desconcentrar. Decías que las redes sociales, Internet en general, contribuyen a la desconcentración de la época y que la falta de lectores viene de ahí.
–Claro, porque hay más espectadores. Esta es una cultura que crea espectadores más que lectores. No creo que la imagen y la palabra sean la misma cosa, no creo que tengan la misma función. La imagen entretiene mucho pero es muchísimo más efímera y no estimula el esfuerzo intelectual para nada, al contrario. Mientras que la palabra, como tienes que traducirla y convertirla en conceptos y articular los conceptos dentro de un argumento, tienes un trabajo intelectual que te hace participar de la creatividad de cualquier objeto literario o artístico.
–Dices en tu libro: “El empuje de la civilización del espectáculo ha anestesiado a los intelectuales, desarmado al periodismo y sobre todo devaluado la política”.
–Ese desprecio que hay hacia la política es peligrosísimo. Puedes decir que anda muy mal, que hay mucha corrupción, sí, todo esto es cierto pero empezar a despreciarla es acercarse al ideal de toda sociedad autoritaria. Esa es la negación y desaparición de la democracia. La democracia no sólo puede desaparecer por golpes de estado pretorianos, puede desaparecer también por indiferencia y desprecio a la política.
–Estamos ya en el tiempo de la invasión de los bárbaros.
–Los bárbaros ahora somos nosotros, eso es lo terrible. El bárbaro que todos llevamos dentro, como decía Bataille: “El ser humano es una jaula de ángeles y de demonios”. A veces prevalecen los ángeles pero ahora, claramente, prevalecen los demonios.
–Has declarado que quizá seguir leyendo, leer a Proust, a Gide, a Kant, a Popper o a Borges..., sirva para que la sociedad del futuro, esta sociedad, sea menos infeliz de lo que es hoy pero
que también puede servir para interpretar qué nos pasa. Si supiéramos más, si leyéramos más, quizá nos entenderíamos mejor. –Entenderíamos mejor lo que nos pasa y podríamos reaccionar de una manera más eficiente frente al problema que vivimos. Para esas cosas sirve la cultura, esa es la gran función de la cultura, divierte también, por supuesto, pero es que la función de largo alcance de la cultura era darte respuestas frente a esas grandes incógnitas de las que está hecha la vida, y para darte por lo menos una preocupación respecto a esa problemática, lo que ya es una manera de buscar soluciones a la misma.
–Te indignaste con el proceso de banalización de las artes plásticas. Destacas en tu libro ese proceso como distintivo de los efectos de la civilización del espectáculo.
–Porque es lo más visible. Ocurre en todos los campos pero creo que en las artes plásticas es donde el embauque es más flagrante, donde vividores completamente amorales se convierten de pronto en las figuras icónicas de la época. Ahí es clarísimo el fraude, el embuste y el extraordinario papanatismo al que hemos llegado. Pero no es un fenómeno que se pueda concentrar en las artes plásticas, se da prácticamente en todos los ámbitos, en el de la reflexión de la filosofía, que pasa de una oscuridad que quiere parecer profundidad y no es más que una trampa, es una oscuridad puramente formal que lo que disimula es un gran vacío.