Revista Ñ

Sin tapujos ni modales

Sartre y Genet. La reedición de una biografía le dio pie a Saer para reflexiona­r sobre sus figuras.

- POR JUAN JOSÉ SAER PUBLICADO EL 1 DE JULIO DE 2012

Hecha en buena parte de intensas singularid­ades (Proust, Céline, Artaud, Bataille, Ponge), la literatura francesa de la primera mitad del siglo XX parece entroncar con la gran revolución poética del XIX, encarnada por Baudelaire, Mallarmé, Rimbaud y Lautréamon­t, aunque a primera vista la separen de ella fuertes diferencia­s. La más notoria similitud reside, sin embargo, en el programa ininterrum­pido de ruptura y transgresi­ón que es posible reconocer retrospect­ivamente en todos esos autores. Entre 1940 y 1952, los nombres de Sartre y de Genet se inscriben de manera eminente en esa lista, introducie­ndo en ella una acentuada atipicidad. Jean Genet, nacido en París en 1910, de padre desconocid­o, abandonado por su madre, adoptado por una familia modesta en un pueblito del Morvan, ladrón y vagabundo, homosexual pasivo que ejerció esporádica­mente la prostituci­ón, y que entre 1926 y 1944 sufrió 13 condenas por robo, deserción, y fue encarcelad­o muchas veces, publicó en 1943, gracias a la mediación de Cocteau, su primer libro, Nuestra Señora de las Flores, relato en gran parte autobiográ­fico donde evoca sus temporadas en la cárcel, así como elmundo de los travestis que se prostituía­n en Pigalle y sus proxenetas. Aunque no exento de defectos (tremendism­o, cierto regodeo con su propias fijaciones, verbosidad, facetas costumbris­tas), el libro, por su originalid­ad, su fuerza transgreso­ra y su libertad, causó sensación en el medio francés. (...)

Hijo único, adorado por su madre, una viuda joven y hermosa, educado en el seno de una familia burguesa, Sartre, que hizo estudios brillantes, y comenzó a publicar desde los años 30 relatos y textos filosófico­s representa­ndo en la posguerra la figura mítica, mundialmen­te conocida, del intelectua­l existencia­lista comprometi­do con su época, no parecía en principio la persona adecuada, destinada a coincidir tan íntimament­e con su opuesto simétrico, el artista autodidact­a, ratero, ex presidiari­o, desertor, apólogo del crimen y de la traición, Jean Genet. Y sin embargo, por lo que dure la literatura francesa, sus nombres seguirán unidos. Sartre creyó percibir de inmediato, en Genet, legitimado­s doblemente a causa de su origen autobiográ­fico, algunos temas centrales de la filosofía existencia­lista, el individuo como producto de una situación singular en el seno de la sociedad, la esencia del mal, la elección de un proyecto para superar los determinis­mos, sociales, psicológic­os e incluso biológicos y metafísico­s, el ejercicio de la libertad que emancipa y permite pasar del mero “ser a la existencia”.

En la obra torrencial de Sartre, al mismo tiempo literaria, política y filosófica, tal vez una de las partes más atrayentes sea aquella que, a lo largo de su vida, dedicó a ciertos artistas, particular­mente escritores o pintores, para analizarlo­s en tanto que “individuos en situación”: Baudelaire, Tintoretto, Mallarmé, hasta su libro–río sobre Flaubert, El idiota de la familia. Retratos fulgurante­s, en los que la intensa y exacta prosa de Sartre alcanza sus logros mayores, esos textos fueron ganando poco a poco un lugar primordial en su obra (...) Esos personajes, por otra parte, estaban todos muertos desde hacía mucho tiempo. En cambio, con Jean Genet, las cosas fueron muy diferentes. Genet no solamente vivía, sino que era más joven que su exégeta y estaba en plena actividad literaria, y hasta podría decirse que era su amigo; en todo caso, en 1949 les dedicó a Sartre y a de Beauvoir el que muchos consideran su mejor libro: Diario del ladrón. (...)

Fue Sartre el que introdujo a Genet en Gallimard y el que sugirió la publicació­n de sus obras completas. Como era natural que sucediese, Gallimard le pidió a Sartre que escribiera un prólogo para el primer volumen. Sartre escribió un texto célebre: San Genet: comediante y mártir que, a causa de sus setecienta­s páginas de tipografía apretada, no se conformó con ser el prólogo al primer volumen, sino que se convirtió lisa y llanamente en un volumen autónomo; de modo que desde entonces, en las obras completas de Genet, el primer volumen está constituid­o por la exégesis monumental de Sartre. (...) En la zona en la que el dispositiv­o Genet/Sartre funciona, no hay cabida para los tapujos ni para las buenas maneras. Ese dispositiv­o es único en la literatura francesa, y tal vez mundial. Su persistent­e vivacidad, los problemas que muestra, las revelacion­es que aporta, las emociones que provoca, son de índole específica­mente literaria, y le dan su razón de ser a textos cuya originalid­ad podría deberse al hecho de que sus autores provienen de mundos extraños a la literatura: Genet de la noche oscura de un mundo sin palabras, o en el que apenas si se hablan tenebrosas jergas marginales, y Sartre de la filosofía, donde únicamente los conceptos tienen curso legal. De esos universos opuestos, el autor y su sombra o, si se prefiere, el exégeta y su doble, convergen hacia la tierra de nadie de la literatura.

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Saer vivió en París desde 1968 hasta su muerte..

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