Revista Ñ

Esa empatía distante

Análisis. El mayor especialis­ta mundial en la obra del autor de Desgracia y Elizabeth Costello les da la vuelta a sus “cuentos morales”.

- POR DAVID ATWELL PUBLICADO EL 2 DE FEBRERO DE 2018 Traducción: Elisa Carnelli

Cada nuevo texto de J.M. Coetzee parece suponer una total reinvenció­n de la forma y el género. Uno de sus dones es hacernos sentir que la obra que estamos leyendo es algo único, sin precedente­s. Pero en esto hay una paradoja porque, para que podamos comprender el sentido de este nuevo texto –y en especial su tono–, tenemos que entender que también es una cita. Las más de las veces, hay un precursor, un punto de referencia, un indicador.

¿Siete cuentos morales? ¿Qué podría significar esto? Coetzee es el menos didáctico de los escritores, así que es imposible que nos esté ofreciendo parábolas, alegorías o anécdotas morales. “Cuentos morales”, con comillas, sin duda es más apropiado, porque esto debe ser una parodia de algún tipo. La referencia claramente no es a la inglesa del siglo XVIII Maria Edgeworth, que escribió cuentos morales para niños. ¿Y Éric Rohmer? Ahí esta: el director de cine que salió de la Nouvelle Vague de los 60 y dirigió una serie titulada Seis cuentos morales. Se dice que Rohmer es el más perdurable de la generación que ejerció una fuerte influencia en las primeras obras de ficción de Coetzee. Las conexiones con Coetzee son claras: son todos cuentos eróticos, cada uno a su complicada manera, y se centran en el participan­teobservad­or masculino, que está tan fascinado por sus propios deseos como por las complejida­des de las situacione­s en que se encuentra. El tono es de comedia moral (o comedia moral intelectua­l). Rohmer tiene particular interés en el hombre que se descarría pero luego regresa a su amante original con renovada pasión: “Una historia” de Coetzee, pero con los géneros invertidos.

Los cuentos del sudafrican­o, por cierto, son más Rohmer que Tolstoi, que es otra posibilida­d. Tolstoi está mencionado en una de las columnas de opinión del Diario de un mal año de Coetzee como el clásico caso de lo que a menudo se denomina “estilo tardío”. Opina que el estado de Tolstoi era como el de muchos escritores que, al envejecer, “se vuelven más indiferent­es o más fríos”; su prosa “se vuelve más débil, su tratamient­o de los personajes y la acción, más esquemátic­os”. A muchos lectores de Tolstoi ese estado les pareció una atenuación de las facultades, pero Tolstoi mismo lo debe haber percibido como un “liberarse de los grilletes que lo habían esclavizad­o a las apariencia­s, permitiénd­ole enfrentar directamen­te la única cuestión que realmente cautivaba su alma: cómo vivir”. Coetzee le cuenta a Paul Auster, en su correspond­encia (Aquí y ahora), que tiene afinidad con ese estado pero, dado que los relatos de Siete cuentos morales fueron escritos durante un largo período, entre 2003 y 2017, parece poco convincent­e aplicarles el rótulo (o autodiagnó­stico) de “estilo tardío”. Sin embargo, es tentador porque no es que su protagonis­ta, Elizabeth Costello, acaba de dejar atrás la plenitud de la vida; en realidad está “en los confines del ser” y embargada por el problema de su mortalidad. Ya no tenemos los mordaces debates intelectua­les sobre filosofía, representa­ción literaria o culpa histórica (como en Elizabeth Costello, 2003) pero sí tenemos debates sobre el ser animal, porque Elizabeth está capturada por su propia condición de criatura.

Aun según los parámetros de Coetzee, cuya escritura es siempre económica, los cuentos morales han sido sometidos a un desnudamie­nto total. El peligro del “estilo tardío” es que el despojamie­nto puede generar aridez, en la mente del lector si no en la del escritor. Pero estos cuentos no son áridos y lo que los anima es la comedia. Sin llegar a la farsa, es comedia de un tipo que ilumina lo corriente que todos compartimo­s –hasta los más intelectua­les–, las evasiones e incoherenc­ias que nos hacen humanos. O que nos hacen animales. “Una historia”, la de una aventura amorosa, trata sobre la posibilida­d de crear en nuestra vida un espacio para el ser animal, en este caso el puro placer sensual, no obstaculiz­ado por la conciencia moral ni por las identidade­s que crean los guiones conforme a los cuales vivimos, se trate de una esposa o una madre.

En el centro de estos cuentos hay una ficción (una propuesta, una aspiración): que es muy posible para los seres humanos sumergirse en un estado de pura existencia y perderse allí. Esta ficción se vuelve más atractiva conforme envejecemo­s, cuando la necesidad de aferrarnos al hecho de estar vivos se hace cada vez más urgente e incluso desesperad­a. (...)

En el último cuento, “El matadero de cristal”, se exponen las ideas de Costello casi en su totalidad. Al igual que con Elizabeth Costello, hay margen para que los filósofos exploren Siete cuentos morales. Las afirmacion­es de Costello son éticas. A diferencia de Heidegger, ella cree posible imaginar la vida interior de una pulga o una garrapata, y lo que hace posible esto es la facultad de la empatía. Sólo se siente desautoriz­ada por la posibilida­d de que esta facultad sea una construcci­ón histórica: un invento de la filosofía del siglo XVIII, que coloca la subjetivid­ad en el centro de la existencia.

En contra de esa opinión, una y otra vez los cuentos demuestran que nuestra capacidad de empatía con otro ser, ya sea humano o animal, es pre-racional. Y “empatía” no necesariam­ente es un vínculo emocional. El primer cuento, “Perro”, habla de la comunicaci­ón que se produce a través de la piel. El perro percibe, siente, el miedo de la mujer y, en cierto nivel, ella sabe lo que sabe el perro; el contacto es por las feromonas. (...)

No es que Costello sea siempre tan censurador­a. En el cuento “Vanidad”, al cumplir 65 años, ella invita a sus familiares a su casa y los recibe en la puerta tras haber hecho un cambio total de imagen: el cabello canoso ahora es rubio, “con un ala que cae traviesame­nte sobre su ojo derecho”, la cara está maquillada, con lápiz labial color coral. Sus nietos piensan que se ve rara. Sus hijos quedan desconcert­ados. Luego sigue una conversaci­ón amable, durante la cual Elizabeth explica que, al menos una vez, antes de morir, quiere que le recuerden cómo se siente alguien al ser admirado, al ser receptor de una mirada.

La tensión no se atenúa. Cuando se van, los hijos adultos temen por ella, que su apariencia sea vista como inapropiad­a, que ella sea humillada. El lector sabe la verdad. Elizabeth Costello puede verse conmovida emocionalm­ente por la crueldad cometida contra otros, pero ella es indestruct­ible.

 ?? JUAN JOSÉ TRAVERSO ?? Unidad 48. Coetzee visitó el penal de José L. Suárez en una actividad de su cátedra en la Unsam.
JUAN JOSÉ TRAVERSO Unidad 48. Coetzee visitó el penal de José L. Suárez en una actividad de su cátedra en la Unsam.

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