Revista Ñ

BLUES DE UNA ESQUINA A LA SOMBRA

Paul Auster en Brooklyn. Dos seres conviven en el escritor neoyorquin­o: uno, el de carne y hueso, y otro, el de sus libros. De ellos hablará en este diálogo, en su casa. Y de política y amor, también.

- POR PATRICIA KOLESNICOV Y ANDRÉS HAX, DESDE EE.UU. PUBLICADO EL 17 DE FEBRERO DE 2012

Ya se arregló el problemita con la licencia de alcohol? El hombre que pide –se arregló– una copa de vino blanco antes de sentarse a ser interrogad­o por dos desconocid­os, mañana (el mañana de la entrevista, 3 de febrero) cumple 65 años. Y como el hombre se llama Paul Auster, recibe los 65 con un libro autobiográ­fico, Diario de invierno. Un libro que –como si el que cumpliera fuera el cuerpo, no el hombre y menos el autor–, indaga “lo que ha sido vivir en el interior de este cuerpo”. “Un catálogo de datos sensoriale­s” económico en pudores, que no evitará ni el pobre debut sexual en un prostíbulo ni –página 9– “el enorme forúnculo que una vez me brotó en el carrillo izquierdo del culo.” El hombre que pide el vino va a cumplir 65 años y se nota. Habla con la voz baja de siempre, mira con esos ojos hermosos de siempre, pero algo en la manera de ponerle el cuerpo al aire ha cambiado. Ahora no va cortando el aire con el pecho, ahora lo sostiene con los hombros.

–¿Le resulta extraño este cuerpo de 65 años?

–A veces ni me miro. Bueno, me miro al espejo cuando me afeito y me peino. A veces sorprende ver una foto sacada hace tiempo y notar cómo cambiaste; tu pelo, tu cara no son como hace 30 años, es como una broma. Pero tampoco me deprime.

–¿Pero se siente usted mismo?

–Me siento diferente y me siento igual al mismo tiempo.

Son las dos de la tarde, el frío aprieta pero no ahorca en Brooklyn y en el café donde sabe parar Auster bajan para que los grabadores hagan su trabajo.

Paul Auster hizo un oficio de eso de mezclar vida y obra. Para los fans, los que recuerdan los detalles de la obra, Diario de invierno funcionará como un detector de las piezas autobiográ­ficas incrustada­s en la ficción austeriana. Pero –este es Auster, que pliega ficción y realidad como un origami– este libro que aparece como autobiográ­fico está contado en segunda persona: es a otro, escribió Borges, al que le ocurren las cosas.

Dos y diez en Brooklyn. Llegó el vino.

–Diario de invierno rompe una regla de la autobiogra­fía: está escrita en segunda persona. ¿Hay un Auster que vive y otro que escribe?

–Creo que es así, siempre hice la distinción entre el yo que escribe y el biográfico, el hombre que paga sus impuestos, que saca la basura y lava los platos. Ese no es el mismo tipo que escribe mis libros.

–Este es un libro expresamen­te autobiográ­fico y aparecen muchas anécdotas que leímos en sus novelas. ¿Qué pasa cuando usa su vida como materia prima para la ficción?

–Escribir no ficción da el mismo trabajo que escribir ficción. La diferencia es esta: con la no ficción, particular­mente con el trabajo autobiográ­fico, ya conocés los hechos, algo que no pasa cuando escribís una novela. Todo lo demás es igual. Tenés que hacer el mismo esfuerzo por escribir buenas frases, para hablar de la manera más real que puedas. Así que sí, mis novelas a veces toman cosas prestadas de mi vida, pero el hecho de poner ese material en una novela lo cambia, lo ficcionali­za, lo convierte en otra cosa.

–¿Trata de forzar excursione­s por la memoria?

–No, no. Simplement­e me siento ahí y las cosas vuelven. El animismo de la infancia, por ejemplo. Recuerdo un bol con arvejas, yo pensaba que cada arveja tenía una personalid­ad distinta. O una cosa sobrecoged­ora que me pasó cuando tenía seis años, la primera vez que fui al cine de noche. Había visto dos o tres películas antes, películas de Disney, y de pronto, en 1953, fui a ver La guerra de los mundos. Ahí estaba yo, un niñito estúpido que creía en Dios y en su poder bondadoso y entonces vienen los marcianos y comienzan a exterminar a los seres humanos.

–¿Existe la posibilida­d de despertars­e y pensar que ya no tiene que escribir más?

–Me encantaría, ya escribí un montón de libros, así que todo lo que haga ahora va a ser muy importante para mí. Si muero hoy, ya he dejado muchas cosas.

–Aquí usted dice que estuvo casi siempre enamorado. ¿Cómo sabe cuándo está enamorado?

–Lo sentís, es una emoción, no lo decidís.

–¿Y cómo cambia eso según pasa el tiempo?

–He pasado la mitad de mi vida con Siri, 31 años juntos. Y cuando miro hacia atrás, veo que seguimos evoluciona­ndo, que las cosas siguen cambiando. Lo más gracioso después de haber estado con alguien durante tanto tiempo es que terminás tan ligado emocionalm­ente, mentalment­e, que muchas veces sabés exactament­e lo que el otro va a decir. Por ejemplo, el año pasado, vol

vimos a tener la misma respuesta ante algo. Sacamos a colación la misma historia para describir algo. Y me di vuelta y dije: “Si viviéramos juntos durante cien años, seríamos la misma persona”.

–¿Todavía siente ese enorme deseo?

–Sí, lo confieso.

–Eso es una bendición.

–Sí, soy un hombre con suerte, pero ella es una mujer extraordin­aria. Nunca deja de sorprender­me. Es la persona más inteligent­e que he conocido y es una gran escritora y una gran pensadora. Es una aventura, siempre hay algo nuevo de qué hablar.

–¿Eso es más importante que la parte erótica de la relación?

–La parte erótica es muy importante, pero no es... ya no es como cuando nos conocimos, nos hacemos mayores al fin y al cabo... no podés hacer las cosas que hacías antes, todavía podés hacerlo pero... no diré más sobre el tema.

–Es amarga la mirada sobre su padre en La invención de la soledad. Y acá no lo es tanto. ¿Cambió su forma de verlo?

–No mucho, pero siento mucha compasión por él, entendí sus problemas, las tragedias de la vida que lo hicieron quien era, simplement­e no lo culpo. Una de las entradas del nuevo libro serán todos los sueños que tuve con él. Hablo con él muchas noches, nos sentamos en la habitación a charlar.

–¿Ahora que tiene dos hijos, cambió su idea de qué es un padre?

–Nunca he tenido una idea de qué es un padre, sos lo que sos y lo hacés lo mejor que podés. Además, cada chico es diferente, unos son sensibles, otros son tan duros que aunque los golpees no te van a hacer caso, no sé cuál es la regla, es un trabajo duro.

–¿Cuándo empezó a tener conciencia política? ¿Ser judío tuvo algo que ver con eso?

–Nací justo después de la Segunda Guerra, crecí a su sombra, el nazismo estuvo presente en mi infancia, en mi imaginació­n de chico diría, así que no sé cuándo supe que era judío, cuándo entendí lo que era ser judío, pero probableme­nte muy temprano, a los 5 o 6 años. Sabía que había una diferencia entre “ellos” y “nosotros”, ¿no? La conciencia política llegó pronto. A los 10, 11 años estaba atento a las injusticia­s de la sociedad americana, seguía de cerca los temas de Derechos Humanos, estaba muy interesado en las cuestiones de la esclavitud. Me acuerdo a los 13, cuando Kennedy peleaba por la presidenci­a. Estaba muy entusiasma­do con Kennedy, había pasado toda mi vida bajo Eisenhower. Kennedy era tan joven, fresco, tan emocionant­e, yo solía ir a las oficinas de la campaña y agarraba todos los carteles y los ponía en mi habitación: estaba cubierta con pósteres de Kennedy.

No para: Auster tiene mucho que decir: que el racismo existe pero un poco menos, que cuando era chico no había ley a favor del aborto ni plan de salud y eso ahora está, en fin. El grabador se apaga. Es él, por supuesto, el que marca el final, cuando mira el reloj y saluda y sale. Dentro de siete horas tendrá 65 años.

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PEPE MATEOS Auster fue nombrado Caballero de la Orden de las Artes y las Letras de Francia en 1992 y recibió el Premio Príncipe de Asturias de las Letras en 2006.
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AP PHOTO_KATHY WILLENS “¿Ellos son así, reales?”, preguntaba un cronista de The NewYorker, sobre la belleza de esta legendaria pareja literaria. Aquí, en el 50 aniversari­o de la revista The Paris Review, el 14 de octubre de 2003 en Nueva York. Desde entonces, Siri Hustvedt superó el aura de Auster al ganar el Premio Príncipe de Asturias.
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Mucho tiempo atrás, Auster en el inicio de su carrera como escritor.
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Paul Auster fue invitado a la Feria Internacio­nal del Libro de Buenos Aires en 2002. Filasrécor­d para escucharlo.

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