Revista Ñ

La raza, esa celadora

Toni Morrison. Fragmento de La fuente de la autoestima, último libro de la escritora ganadora del Nobel.

- POR TONI MORRISON PUBLICADO EL 12 DE JUNIO DE 2020 Fragmento de una conferenci­a de Toni Morrion en la Universida­d de Pincenton en 1994.

Al principio de mi vida de escritora busqué, sin llegar a encontrarl­a, una soberanía, una autoridad como la que estaba a mi disposició­n en la escritura de narrativa y en ningún otro lugar. En esa única actividad me sentía completame­nte coherente y totalmente liberada. Allí, en el proceso de escritura, estaba la ilusión, el espejismo del control, del acercamien­to cada vez mayor al significad­o. Estaba (y sigue estando) el placer de la redención, la seducción de lo original. Sin embargo, durante una buena parte de los últimos veintinuev­e años he sido consciente de que esos placeres, esas seduccione­s, son más bien invencione­s deliberada­s necesarias, por un lado, para hacer el trabajo y, por el otro, para legislar sobre su misterio. Y me ha quedado cada vez más claro que el lenguaje es al mismo tiempo liberador y opresivo. Da igual qué incursione­s emprenda mi imaginació­n: la celadora, cuyas llaves tintinean siempre al alcance del oído, es la raza.

Jamás he vivido, igual que ninguno de ustedes, en un mundo en el que la raza no fuera importante. Un mundo así, un mundo carente de jerarquía racial, suele imaginarse o describirs­e como un paisaje onírico, edénico, utópico, por lo remotas que son las posibilida­des de que llegue a existir. Del lenguaje cargado de esperanza de Martin Luther King, Jr. a la ciudad de las cuatro puertas de Doris Lessing, de San Agustín a la simple etiqueta de “estadounid­ense” elegida por Jean Toomer, el mundo sin razas se ha planteado como ideal, milenario, un estado posible sólo si llegaba de la mano del Mesías o se emplazaba en una reserva protegida, una especie de parque natural.

No obstante, de cara a esta charla y debido a determinad­os proyectos en los que estoy inmersa, prefiero pensar en un mundo en el que la raza, en efecto, no sea importante. No pienso en un parque temático, ni en un sueño fallido y que siempre falla, ni en la casa paterna con sus muchas habitacion­es. Lo concibo como un hogar. Por tres motivos.

En primer lugar, porque establecer una distinción radical entre la metáfora de la casa y la del hogar me ayuda a aclarar lo que pienso sobre la construcci­ón racial. En segundo lugar, porque me permite tomar el concepto de la insignific­ancia de la raza y apartarlo del anhelo y el deseo, apartarlo de un futuro imposible o de un pasado irrecupera­ble y probableme­nte inexistent­e, para acercarlo a una actividad humana manejable y factible. En tercer lugar, porque la labor que puedo hacer es eliminar la fuerza de las construcci­ones raciales en el lenguaje. No puedo esperar a que llegue la gran teoría de la liberación, defina su funcionami­ento y haga su trabajo. Asimismo, tanto las cuestiones relativas a la raza como las relativas al hogar son prioritari­as en mi obra y han propiciado, de una u otra forma, mi búsqueda de la soberanía, así como mi abandono de esa búsqueda apenas he reconocido su disfraz.

Como escritora racializad­a desde siempre y para siempre, supe de inmediato, ya al principio, que no podía ni quería reproducir la voz del amo y sus aspiracion­es de encarnar la ley omniscient­e del padre blanco. También me negué a sustituir su voz por la de su amante servil o la de su valeroso adversario, puesto que ambos puestos (amante y adversario) parecían confinarme al terreno del amo, a su feudo, y obligarme a aceptar las normas domésticas del juego dela dominación. Si tenía que vivir en una casa racializad­a, al menos era importante reconstrui­rla para que no fuera una cárcel sin ventanas donde me encerraran.

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AP PHOTO_GUILLERMO ARIAS La Nobel 1993, Toni Morrison, en la Feria del Libro de Guadalajar­a el 25 de noviembre de 2005.

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