CONTRA LA URGENCIA CONFESIONAL
Visita a Annie Ernaux. Hace tres años, tras ganar el Formentor, la flamante Nobel francesa recibía a la autora de excepcionales crónicas.
No sé bien a qué vengo”, dice Annie Ernaux en cuanto encontramos una mesa para sentarnos en este café de Saint-Germain que finalmente no era tan tranquilo como pensamos. Ni el bullicio ni la ambivalencia de una cita arreglada en cadena le quitan un ápice de buena predisposición, lo cual es raro en una de las autoras vivas más respetadas de Francia, lo cual es raro en un sistema literario cada vez más afecto, donde sea que uno esté, a generar estrellitas y comportamientos de tales. A través de la generosa intercesión de Anne Plantagenet, autora y traductora que hoy también hará de intérprete, queda un poco más claro el contexto de esta conversación.
De Annie Ernaux son bien accesibles hoy en la Argentina solamente dos libros, Diario del afuera y La vida exterior, coeditados en 2015 en un solo volumen por la editorial Milena Caserola y su par Milena París. Son dos libros escritos al modo de un cuaderno de notas de recorridos urbanos, bastante diferentes al resto de los libros de Ernaux, de traza autobiográfica, la mayoría traducidos al castellano por Tusquets en la década del 90 y, desde 2015, por Cabaret Voltaire en Madrid: Memoria de chica, El lugar, La vergüenza, El acontecimiento y Pura pasión.
Sería deseable que circularan mucho más en la escena local porque la obra de Annie Ernaux, que hoy consta de unos veinte títulos, es una excelente interlocutora para debatir cuestiones que surgen cuando se transitan narrativas de corte documental, no ficcional, autobiográficas, que hoy, en el panorama local, están teniendo un interesante impulso. Interlocutora crucial, de hecho, y afortunadamente no única, si es que queremos que esas narrativas formen parte de una apuesta que no se hunda bajo el peso de la urgencia confesional, la agenda biempensante o la inocencia literaria.
–Desde la década del 70, viene publicando libros breves, incisivos, una especie de saga autobiográfica que se detiene en momentos específicos, con recortes marcados. ¿Cómo piensa su narrativa frente a esa asociación posible?
–Creo que, ante todo, tenemos que tener en cuenta que han pasado muchas cosas desde que Serge Doubrovsky acuñó el término autoficción, y tengo la impresión de que, después de tantas cosas, hoy se tiende a pensar que por autoficción se entiende simplemente narrar partiendo de un hecho real para después hacer con eso cualquier cosa. Desde ya que yo me aparto de esa línea, completamente. En principio, porque de ninguna manera me interesa más el hecho real ni la experiencia vivida que la forma en la que se lo cuenta. A mí la forma me desvela, me parece crucial. Me parece que ahí está la clave de la escritura, y no al revés, no en el contenido ni en las características más o menos escabrosas o encandilantes de los hechos. Pero no hablo de la forma en un sentido estetizante sino de la forma en tanto búsqueda, en tanto construcción de una mirada que me permita ver mejor. La forma como una búsqueda estética y ética, un compromiso con la verdad. En Las cosas, no me acuerdo si al principio o al final, Georges Perec pone una cita de Karl Marx que siempre me ha resultado crucial y que, parafraseando, porque no me la acuerdo exactamente, dice algo así como: “La búsqueda de los medios, de la forma, es en sí misma parte de la búsqueda de la verdad”. En ese sentido lo digo.
–Esa búsqueda, de hecho, aparece en forma explícita en todos sus libros. Entre esos pasajes, me gustaría detenerme en uno que está en Diario del afuera, en el que dice: “Me doy cuenta de que hay dos procedimientos posibles frente a los hechos de la realidad. Narrarlos con precisión, con su violencia, su carácter instantáneo, fuera de todo relato, o bien ponerlos a un lado para (eventualmente) ‘usarlos’, hacerlos entrar en un conjunto (novela, por ejemplo)”. ¿Cuál es la relación de su narrativa con esos dos procedimientos, esas dos líneas posibles?
–Yo trabajo en ambas. Justamente en ese libro, Diario del afuera, y también en La vida exterior, me concentré en la primera de las dos. En esos recorridos por las calles de
Cergy-Pontoise (la ciudad en la que Annie Ernaux vive desde principios de los 70), en esas idas al supermercado, a la peluquería, en esas frases que recolectaba en el tren con el que iba a París, en los grafitis de las calles, a mí lo que me interesaba era el presente, cómo narrar los hechos en el presente, cómo convertir esas notas, esas impresiones sueltas, en un solo relato. Por eso hablo del carácter instantáneo. Y la segunda línea, la que tiene que ver con captar algo de lo real para convertirlo después en material de un relato mayor, es la que transito cuando escribo mis otros libros, en los cuales la obsesión ya no es el presente sino el trabajo con la memoria. Qué hacer con esa memoria y, también, de qué está hecha esa memoria, hasta qué punto convive con la imaginación. Cómo evocar sin que por eso los hechos tomen el control de la narración, ese tipo de cosas. De un modo u otro, busco siempre que mi escritura sea incisiva, que vaya al corazón de las cosas.
–Es especialmente interesante el tono con el que su narrativa accede a ese corazón de las cosas. ¿Cómo lo trabaja?
–En principio, considero todo lo que me haya pasado, e incluso lo que me pasa, como si fueran hechos que le pasan a otra persona. Puede sonar como una forma de la esquizofrenia, pero literalmente es así. Me voy despegando, entonces. Eso, por un lado, me permite narrar, en vez de solamente testimoniar y, por el otro lado, me permite ir saliéndome de una historia individual, supuestamente mía, para ir internándome en el terreno de lo colectivo. Me parece que contar una experiencia propia tiene sentido siempre y cuando haya un punto en el cual deje de ser propia, en tanto participe de una experiencia colectiva e incluso en tanto tenga alguna chance de generar algún tipo de cambio en esa experiencia colectiva.
–¿Y en qué modos diría que su escritura hace un aporte al feminismo?
–En todos. Para mí, escribir es de por sí un compromiso feminista. Pero no ligado al contenido, no porque cuente “historias de mujeres” sino porque lo hago desde el punto de vista de una mujer, y creo que eso ya
contribuye a ampliar el modo en el que se ve el mundo, pone un freno a la concepción masculina del mundo que todavía impera. Desde ya que para eso no alcanza con ser biológicamente una mujer. Creo que esta visión feminista del mundo se ve en Virginia Woolf, en Las olas, por ejemplo, donde hay una subjetividad descentrada, que no necesita estar en el centro de la escena, eso para mí es un rasgo femenino interesante para pensar la vida colectiva. Pero a la vez creo que ese rasgo no se ve en La vida sexual de Catherine M., de Catherine Millet: para mí ese libro no es feminista, es un libro de sumisión a su propio deseo, el deseo propio en primer lugar me parece que es una cuestión masculina.
–También hay en sus libros una mirada crítica hacia lo que podríamos llamar “el mundillo” literario, artístico. ¿Esto es así?
–Sin dudas. Toda mi vida he escrito y vivido absolutamente apartada del mundillo literario y artístico parisino. Un poco por diferencia de clase –el mundillo parisino es terriblemente burgués, y te lo hace notar– , y otro poco por distancia geográfica, por haber vivido siempre en las afueras. Hoy, bajé en la estación Luxemburgo y me acordé perfectamente de la primera vez que vine a Gallimard, con el corazón que se me salía de la boca. Siempre llego a París como si fuera una extranjera, siempre.