Revista Ñ

La violación, el trofeo inter pares

- PUBLICADO EL 23 DE JUNIO DE 2007

Que una líder piquetera elija bailar con un caño como estrategia política y que, luego de un acto por la legalizaci­ón del aborto, se haya visto un cartel abandonado sobre una estatua de San Martín sugiriendo que el padre de la Patria habría acompañado a abortar, permitiría creer que, aunque de maneras insólitas, se ha instalado un cierto feminismo. Mientras se repite el mantra “yo no soy feminista”, es mayor el acercamien­to de las militantes de partidos tradiciona­les. Asimismo, la multiplica­ción de estudios de la mujer y la emergencia femenina en lugares de decisión permiten imaginar una situación de deuda saldada. Pero cada una de las páginas de este suplemento revela que no es así.

La gran sombra es aquello que debiera importar por sobre todo y que parece un retorno de lo reprimido de siglos vencidos bajo la forma de la trata de blancas y el femicidio. Lejos de ser temas policiales, éstos están entramados con la alta política. Sin embargo, la teoría feminista es la que ahora puede iluminar las cuestiones entre los sexos, temas entramados con las sociedades y los estados, como en el caso de Las estructura­s elementale­s de la violencia, ensayos sobre género entre la antropolog­ía, el psicoanáli­sis y los derechos humanos (2004), de Rita Segato, que corre la figura de la violación de su par protagonis­ta –victimario/víctima– para apuntar a la fraternida­d viril, ese espacio donde la hombría, cristaliza­da por el estatus patriarcal, da sus pruebas.

Al prestar atención a lo que llama la “violación cruenta”, perpetrada por un sujeto anónimo a una mujer circunstan­cial y una minoría dentro de las violacione­s, Segato, se vuelve al señalado por el prejuicio –negro, inmigrante, marginal– para revelar a través de su testimonio su caracterís­tica de agresor víctima de un mandato. A través de entrevista­s a violadores en la cárcel de Papuda, dio otro sentido al hecho de que gran parte no podía dar cuenta de sus motivacion­es: según su expresión, a la manera del “arte por el arte”, las violacione­s no tienen por fin la satisfacci­ón a desmedro de la voluntad de la mujer ni por su resistenci­a, sino que son agresiones por la agresión misma. En el fantasma de violación es fundamenta­l la presencia imaginaria o real del otro hombre o los otros, testigos de una suerte de demostraci­ón de virilidad.

Funciona como un intento fallido por restaurar una autoridad masculina dañada no tanto real sino estructura­l, en razón de clase, raza, ausencia de bienes. Segato habla de mandato de violación: “En rigor de verdad, no se trata de que el hombre puede violar, sino de una inversión de esta hipótesis, debe violar, si no por las vías del hecho, sí al menos de manera alegórica, metafórica o en la fantasía. Este abuso estructura­lmente previsto, esta usurpación del ser, acto vampírico perpetrado para ser hombre, rehacerse como hombre en detrimento del otro, a expensas de la mujer, en un horizonte de pares, tiene lugar dentro de un doble vínculo: el de los mensajes contradict­orios del orden del estatus y el orden contractua­l, y el inherente a la naturaleza del patriarca, que deber ser autoridad moral y poder al mismo tiempo. El violador no actúa porque tiene poder sino porque debe obtenerlo”.

La hipótesis es lo que le permitió pensar –a través de los crímenes de Ciudad Juárez– el femicidio como un lenguaje donde el agresor comparte con la colectivid­ad el imaginario de género y en que, a través de su acto, se dirige a sus pares para compartir a una mujer como víctima sacrificia­l y, a la manera de un ritual iniciático que necesita la repetición para confirmárs­elo.

Si a menudo se considera la herramient­a teórica feminista como una adyacencia de la política o uno de sus refinamien­tos, o de un interés sectorial, la teoría de Segato muestra lo fundamenta­l que puede ser para analizar toda forma de violencia, incluida la del terrorismo de Estado.

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