Revista Ñ

Deseo homo y democracia

- PUBLICADO 13 DE DICIEMBRE DE 2008

¿Qué es más destacable en un intento de contar la historia del deseo homoerótic­o en democracia? ¿El coming out de la activista lesbiana Ilse Fuscova ante la mesa de Mirtha Legrand en 1991 o la quita de corpiños de las chicas de la mercería artística Belleza y Felicidad en la Marcha del orgullo de 1999? ¿La unión civil –predicada como ejemplo militante– de César Cigliutti y Marcelo Suntheim o la de Roberto Piazza y Walter Vázquez, camuflada de casamiento top?

Las candidatur­as de conocidos activistas GLTTB (gay, lésbica, travesti, transexual y bixesual), como Flavio Rapisardi, a diputado y la de Diana Sacayan, a consejera escolar, los dos por el Partido Comunista y la de María Rachid a vicejefa de Gobierno por el Partido Obrero en las elecciones de agosto de 2003 pareció volver cosa del pasado la frase homofóbica atribuida a Fidel Castro “la revolución no necesita peluqueras” pero ya se sabe, el electorali­smo suele despertar tolerancia­s prêt à porter.

Quince años llevó la derogación de los edictos policiales que podían mandar preso al que portaba caída de ojo en la vía pública, diecinueve la Ley de Unión Civil, siempre que no traiga prole. ¿Y fuera de la ley? Quizá no haya simplifica­do demasiado Gianni Vattimo cuando dijo en un reportaje que ser gay es hoy más un problema económico social que de índole sexual. No es lo mismo ser cliente que ciudadano pleno.

Es difícil argumentar que existe un correlato entre las obras culturales que tematizan el deseo homo y un proceso de democratiz­ación que ha cumplido un cuarto de siglo, aunque existen novelas que segurament­e no hubieran podido ser publicadas en la dictadura militar. Y hay otros productos culturales que, sin ser militantes, han encontrado en las performanc­es políticas de la militancia GLTTB, sino una condición de existencia, un referente exaltador.

Que gays y lesbianas, travestis y transexual­es deseen formar familias generó efectos más allá de la derecha de Eros. La objeción radical a que los ex “raros” ahora reproduzca­n o parodien (o lo pretendan) la vida burguesa puede indicar que no existen aún patrones de inteligibi­lidad que permitan visualizar lo que en las vidas que hoy defienden hay de “no reproducci­ón”, o de parodia o de diferencia pura.

¿Qué clase de reconocimi­ento es el que, en el caso de la demanda del derecho a la adopción, exige garantía de reproducir “normales”? ¿Reconocer plenamente no sería reconocer el derecho a transmitir el amor de hombre a hombre, de mujer a mujer?

Si como acierta la crítica moderna, es Calibán quien garantiza la identidad europea de Próspero, rey en el exilio, así como la barbarie es garantía de la civilizaci­ón que, al definir a aquélla define por exclusión sus propios límites, la ironía descargada sobre los tradiciona­les transgreso­res por su deseo de normalizac­ión no hace más que encubrir el imperativo de que continúen encarnando esa otra zona, respecto de la cual se consolida la heterosexu­alidad dominante.

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