Elogio de la contaminación
RESEÑA DE “BLACK OUT” La autora de Las aventuras de la China Iron y La Virgen Cabeza se adentra en las mezclas que sostienen a una cronista imprescindible.
En contaminación escribo, dice María Moreno, ese nombre que terminó siendo una de nuestros mejores escritores -la de prosa más excesiva, sin jerarquías ni reverencia-, lejos del alcohol que su madre rociaba en los inodoros para que su blonda criaturita apoyara el culo, y cerca de ese otro, también materno, que se transformaba en rojo por un acto de magia química, del mismo modo en que su cuerpo transformaría, a su afiebrado criterio, litros de whisky en hemorragia de endometrio.
Todo mezclado con todo, como en la pensión de sus abuelos, donde conocería a sus primeros amores, ay, ese ladrón que le regala un vaso de ginebra a la nieta en pago por una devoción sin fisuras, en el mismo edificio donde su madre tenía su piso de profesional, en ese Once de comerciantes y religiosos de dioses varios, inmigrantes y prostitutos de varios sexos. Contaminación, entonces, eso es Black out: la historia de un modo de vida extinto, de la bohemia de los bares, de Corrientes y del Bajo, el de los periodistas también escritores en un tiempo diferente.
El libro es ensayo, anécdota autobiográfica, retrato, reinvención del recuerdo desde las necesidades del día de escritura y novela picaresca por lo que cuenta y por manotear artículos que publicó en las últimas dos décadas y usarlos, resignificados, en este libro grande. Contaminación porque ahí donde otro trazaría con distancia académica y, qué feo, cita de autoridad, a una generación de escritores, y eso son los amigos muertos -Charly Feiling, Miguel Briante-, se lanza a la batalla con su barroco plebeyo y el cuento del borracho de la mangosta imaginaria vale lo mismo que una lectura de Viñas, a quien le corre la parada. “Si Viñas dijo que la literatura nacional empieza con una violación, habría que corregirlo diciendo que empieza con un mamarám. En la misma mesa donde se tortura al unitario, se juega a las cartas, se llenan las achuras y los mazorqueros se colocan. ¿Sería posible El matadero si fuera un relato en seco?”