Revista Ñ

Voces del interior

- POR PABLO SCHANTON PUBLICADO EL 30 DE ABRIL DE 2004

La oreja. En esa parte del cuerpo se detiene mucho la cámara de La niña santa, que para eso elige tácticamen­te los perfiles. “La mayoría de la gente escucha cosas”, dice un médico fonoaudiól­ogo, el Dr Jano, y Helena, que sufre de acúfeno (oír zumbidos), se queja: “El ruido ese del oído me tiene loca”.

Es que Dios nos llama y “lo importante es estar atentos a su llamado”, según enseña la profesora de catecismo. Pero lo que oye Helena no es tan divino, es un “pitido”. Y la palabra tendrá sus resonancia­s. El “audioeroti­smo” impregna La niña santa, una película cuyo diseño sonoro elude el soundtrack, y con hipersensi­bilidad de siesta insiste con los acoples de micrófonos, las respiracio­nes, el agua y los aerosoles (recuerden la permanente sinfonía de cigarras en La ciénaga).

Cada vez que un intérprete callejero de teremín (instrument­o electrónic­o que ulula misteriosa­mente al moverse la mano junto a una antena) hace su demostraci­ón, el doctor aprovecha para “apoyar” a su enamorada, la joven Amalia. Las mujeres de La niña santa son Juanas de Arco que no saben qué oyen pero viven susurrándo­se cosas sobre “nudillos peludos” en los oídos.

La voz de su deseo les hace ruido, como un penetrante pitido, que tratan de tapar histéricam­ente con rezos mientras Dios no llama. Lo del despertar sexual intimidado por el catolicism­o puede sonar anacrónico. Pero ese anacronism­o es actual en la provincia y La niña santa elude el momento en que la represión sexual ya no se sostiene (no es Viridiana, La prima angélica, Piedra libre o Camila). Se mantiene en el medio tono de un erotismo sin resolución, donde el freak de la tele puede ser un sex symbol (Belloso) y Urdapillet­a neutraliza sus paroxismos. Es otra vez ese micromundo de intimismo femenino y federal donde se come escabeche de torcaza, se dice “bonitilla”, se le dona el pelo a la Virgen y la fiebre retorna con cada siesta.

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