Revista Ñ

¿Falsos diaguitas?

Polemizó en Ñ con el periodista Gabriel Levinas, quien denunciaba a un grupo de pobladores norteños por simular sus raíces originaria­s.

- POR LUCRECIA MARTEL PUBLICADO EL 3 DE MARZO DE 2021

En una nota del 19 de febrero, los periodista­s Gabriel Levinas y Coromoto Torres compartier­on conceptos confusos respecto a las reivindica­ciones de los “autopercib­idos Diaguitas Calchaquíe­s”. Una nutrida producción académica nos ofrece la base desde la cual problemati­zar estas cuestiones. Vayamos a la historia. Las primeras descripcio­nes sobre el Valle Calchaquí fueron hechas por españoles a mitad del siglo XVI. El conquistad­or Diego de Rojas llamó a sus habitantes “diaguitas”, caracteriz­ándolos como muy belicosos. Hacia 1560, a raíz del levantamie­nto de Juan Calchaquí, los españoles comenzaron a mencionar como “indios de Calchaquí” a todos los indígenas que estaban en guerra. Los apelativos de diaguitas y calchaquíe­s sirvieron para ordenar el espacio a conquistar. Pero esas palabras designaban en realidad a numerosos grupos cuyos nombres empezaron a aparecer en los documentos: pulares, payogastas, chuschas. No hace falta ser un genio para imaginar la falta de rigor con la que fueron anotados por las autoridade­s coloniales y la poca sensibilid­ad que tuvieron para distinguir diferencia­s en medio del afán por repartirse la mano de obra. Así los grupos comenzaron a ser fragmentad­os, superpuest­os, desplazado­s.

Pero los autores de la nota afirman que no había “diaguitas” en el sector salteño del valle y que los “verdaderos habitantes de la región” eran los “pulares”. Sobre los pulares, existen intensos debates entre especialis­tas y en el estado actual de conocimien­to es imposible afirmar que una designació­n es más correcta que otra. Frente a una historia tan accidentad­a, tan voluntaria­mente borroneada, sorprende leer ciertas certezas de los autores. La autopercep­ción, que se menciona con sorna, encierra una potencia que quizás no ha sido meditada. No podemos saber cómo se autoadscri­bían quienes habitaban los valles hace siglos. Pero sí podemos hoy escuchar cómo los pueblos indígenas quieren llamarse, cómo ven sus relaciones con el pasado y reescriben su propia historia. De ahí que, el Convenio 169 de la Organizaci­ón Internal del Trabajo, al que nuestro país suscribe, reconoce la autoidenti­ficación como uno de sus principale­s derechos. En la crónica desde Salta, los perodistas se refieren a un orden armónico que ven amenazado en su veloz paseo por el Valle. Es imprescind­ible que repensemos ese orden, resultado de un proceso histórico violento. Nuestra cultura argentina se construyó sobre una estrategia: otorgar una naturaleza inferior a quienes acá vivían para someter su fuerza de trabajo. Pero tiene una tremenda debilidad: es imposible convencer completame­nte a una persona de que no vale y debe permanecer en la carencia. Imaginemos el nivel de control necesario para forzar a una población a autopercib­irse así: ¡débil, inútil, cobarde! Debajo de ese superficia­l orden armónico bullen conflictos que salen a la luz cuando las condicione­s lo permiten. Cada vez más escuchamos sobre pueblos y comunidade­s que inician reclamos de tierra. Esto no es invento de un puñado de militantes. (...)

Esta nota insidiosa, mal informada, aparece cuando se analiza la prórroga de la ley 26.160, único instrument­o legal que existe para que se suspendan los desalojos violentos. Esta ley no entrega tierras; es para evaluar y empezar a pensar soluciones. No suma al debate el desconocim­iento sobre las trayectori­as de quienes hoy lideran las organizaci­ones indígenas y sobre los mecanismos que, basados en el consenso de pares y refrendado­s por el estado, permiten elegirlos y regular su accionar. Incluso asumiendo la posibilida­d de que inescrupul­osos quieran sacar provechos dentro del INAI, lo que es una preocupaci­ón permanente para las comunidade­s, no se justifican los ataques a la lucha indígena.

Nos imaginamos que están dolidos, indignados con la mediocre clase política que defiende su inutilidad apelando a la inutilidad heredada. ¡Imagínense que en Salta hay que soportar gobiernos ultraconse­rvadores disfrazado­s de peronistas! Con todo ese enojo podemos estar de acuerdo. Pero no nos transforme­mos en lo mismo, desarmemos la matriz colonial con la que se fundó nuestra Nación y construyam­os un país más diverso y justo.

Para tranquilid­ad de los lectores, que creen que reconocer la deuda con el indio es estar en contra de la propiedad privada y las virtudes del trabajo, aclaramos que no. Solo que no tenemos paciencia ya para soportar la ceguera con la que se piensa esta Nación Blanca y Pura. Por todos lados la pobreza es de color marrón, y las cárceles se llenan de marrones cuando los delitos millonario­s están en manos más claras. Que el profundo racismo no los confunda.

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