¿Falsos diaguitas?
Polemizó en Ñ con el periodista Gabriel Levinas, quien denunciaba a un grupo de pobladores norteños por simular sus raíces originarias.
En una nota del 19 de febrero, los periodistas Gabriel Levinas y Coromoto Torres compartieron conceptos confusos respecto a las reivindicaciones de los “autopercibidos Diaguitas Calchaquíes”. Una nutrida producción académica nos ofrece la base desde la cual problematizar estas cuestiones. Vayamos a la historia. Las primeras descripciones sobre el Valle Calchaquí fueron hechas por españoles a mitad del siglo XVI. El conquistador Diego de Rojas llamó a sus habitantes “diaguitas”, caracterizándolos como muy belicosos. Hacia 1560, a raíz del levantamiento de Juan Calchaquí, los españoles comenzaron a mencionar como “indios de Calchaquí” a todos los indígenas que estaban en guerra. Los apelativos de diaguitas y calchaquíes sirvieron para ordenar el espacio a conquistar. Pero esas palabras designaban en realidad a numerosos grupos cuyos nombres empezaron a aparecer en los documentos: pulares, payogastas, chuschas. No hace falta ser un genio para imaginar la falta de rigor con la que fueron anotados por las autoridades coloniales y la poca sensibilidad que tuvieron para distinguir diferencias en medio del afán por repartirse la mano de obra. Así los grupos comenzaron a ser fragmentados, superpuestos, desplazados.
Pero los autores de la nota afirman que no había “diaguitas” en el sector salteño del valle y que los “verdaderos habitantes de la región” eran los “pulares”. Sobre los pulares, existen intensos debates entre especialistas y en el estado actual de conocimiento es imposible afirmar que una designación es más correcta que otra. Frente a una historia tan accidentada, tan voluntariamente borroneada, sorprende leer ciertas certezas de los autores. La autopercepción, que se menciona con sorna, encierra una potencia que quizás no ha sido meditada. No podemos saber cómo se autoadscribían quienes habitaban los valles hace siglos. Pero sí podemos hoy escuchar cómo los pueblos indígenas quieren llamarse, cómo ven sus relaciones con el pasado y reescriben su propia historia. De ahí que, el Convenio 169 de la Organización Internal del Trabajo, al que nuestro país suscribe, reconoce la autoidentificación como uno de sus principales derechos. En la crónica desde Salta, los perodistas se refieren a un orden armónico que ven amenazado en su veloz paseo por el Valle. Es imprescindible que repensemos ese orden, resultado de un proceso histórico violento. Nuestra cultura argentina se construyó sobre una estrategia: otorgar una naturaleza inferior a quienes acá vivían para someter su fuerza de trabajo. Pero tiene una tremenda debilidad: es imposible convencer completamente a una persona de que no vale y debe permanecer en la carencia. Imaginemos el nivel de control necesario para forzar a una población a autopercibirse así: ¡débil, inútil, cobarde! Debajo de ese superficial orden armónico bullen conflictos que salen a la luz cuando las condiciones lo permiten. Cada vez más escuchamos sobre pueblos y comunidades que inician reclamos de tierra. Esto no es invento de un puñado de militantes. (...)
Esta nota insidiosa, mal informada, aparece cuando se analiza la prórroga de la ley 26.160, único instrumento legal que existe para que se suspendan los desalojos violentos. Esta ley no entrega tierras; es para evaluar y empezar a pensar soluciones. No suma al debate el desconocimiento sobre las trayectorias de quienes hoy lideran las organizaciones indígenas y sobre los mecanismos que, basados en el consenso de pares y refrendados por el estado, permiten elegirlos y regular su accionar. Incluso asumiendo la posibilidad de que inescrupulosos quieran sacar provechos dentro del INAI, lo que es una preocupación permanente para las comunidades, no se justifican los ataques a la lucha indígena.
Nos imaginamos que están dolidos, indignados con la mediocre clase política que defiende su inutilidad apelando a la inutilidad heredada. ¡Imagínense que en Salta hay que soportar gobiernos ultraconservadores disfrazados de peronistas! Con todo ese enojo podemos estar de acuerdo. Pero no nos transformemos en lo mismo, desarmemos la matriz colonial con la que se fundó nuestra Nación y construyamos un país más diverso y justo.
Para tranquilidad de los lectores, que creen que reconocer la deuda con el indio es estar en contra de la propiedad privada y las virtudes del trabajo, aclaramos que no. Solo que no tenemos paciencia ya para soportar la ceguera con la que se piensa esta Nación Blanca y Pura. Por todos lados la pobreza es de color marrón, y las cárceles se llenan de marrones cuando los delitos millonarios están en manos más claras. Que el profundo racismo no los confunda.